Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía
Cap. 7 del libro "Delirios del Lirio"
(Derechos de autor, protegidos)
Esta noche es una noche muy pero muy especial, desconcertante
y pletórica de sensaciones y emociones, como esas que punzan y arañan nuestra
sensibilidad, la misma con la que he convivido por cinco siglos y medio pues
alguien, el mismo día que nací, me la grabó en la frente, con un hierro
caliente al rojo vivo, y por tanto, no puedo ni podré desprenderme de este
estigma.
No entiendo si por error o castigo, se me destinó habitar en
este mundo poblado de arpías, chacales, borregos, cerdos y asnos parlantes,
situación que sólo puede ser soportada si uno es un perfecto idiota o un
mitómano consumado. Como estoy convencido de que la perfección es inexistente,
al menos en este plano astral, no me queda otra que pensar en la alternativa de
que soy un magnífico mitómano… y debo serlo pues todo el tiempo que llevo
andando por estos polvorientos senderos, los transité creándome las mentiras
más inimaginables; tan convincente fui al concebirlas que yo mismo terminé
creyéndolas como si fueran una verdad palpable y absoluta.
Debo contarte algo ¿Sabes que debido al estigma de ser
portador de esta maldita sensibilidad no me quedó otra elección que sublimizar
mis traumas pariendo arte? ¿No lo sabías, verdad? Pues fue así, eso me
convirtió en el lobo solitario que aquí ves, saturado de tristeza y con el
rostro cubierto por una careta que lleva grabada una sonrisa que yo mismo
dibujé con la tinta indeleble de mi auto-engaño. He vivido repartiendo alegría
y esperanzas entre los demás animales que me rodean y sin embargo fui y soy
incapaz de prodigarme a mí mismo una pizca de sosiego.
Esta noche, tal como te dije, es muy especial para los
borregos, las arpías, chacales, cerdos y asnos pues masivamente, festejan el
nacimiento de un redentor del que ni
siquiera están convencidos que los vaya a redimir pero es un buen motivo para
festejar y atiborrarse de comida y bebidas espirituosas, lo cual no les proporciona
felicidad pero sí placer, además de garabatearles ese rictus en sus hocicos,
mueca que ellos interpretan como sonrisas.
La arpía con la que comparto mi caverna y una mutua
repulsión, tuvo la visita de otro pajarraco, su hermana. Llegó con unas botellas
que contenían un brebaje -me parece
haber leído en las etiquetas de dichas botellas, la inscripción “Orines
de Lucifer”-. Cuando la micción que bebimos empezó a hacer estragos, ellas
recomenzaron a parlotear incoherencias y a realizar remedos de danzas bajo la
luz de la luna, fue entonces que decidí largarme, no estaba a gusto allí,
quería apreciar otros aires.
Una vez fuera, recordé que hace tiempo que mi pata derecha
trasera se rehúsa a seguir acompasadamente a mis otras tres patas pero igual me
fui, rengueando, sí, de todos modos me fui. Por donde circulaba sólo veía
animales obnubilados que sonreían estúpidamente, con una euforia desmedida
debido a la generalizada ingesta de las bebidas “espirituosas”, contrastando
con la lucidez que me confería mi aflicción. Mi ángel de la guarda no se fue de
vacaciones, simplemente cesó su función… y yo le extrañaba en demasía. Se fue
diciéndome “Ya cumplí mi ciclo. Vendrán otros que cuidarán de ti de aquí en
adelante”
Entre mis pasos desacompasados, mis soliloquios y algunas
lágrimas, me topé con una casucha iluminada donde expendían los “Orines de
Lucifer”. Sólo tenía la mitad de una moneda que celosamente guardaba en mis
fauces para no perderla; con ella pagué por una botella de la infernal micción
y empecé a beberla, solitario y de pie. La botella sería mi fiel compañera
mientras en su interior hubiera algo de líquido, aunque me torturaba saber que
la bebida no tardaría en agotarse.
Me encontraba ensimismado con mi botella que iba vaciándose
lentamente cuando de repente, apareció un cerdo ebrio. Dijo que me conocía, que
me apreciaba muchísimo y otras tonterías que ya ni recuerdo. Claro que como yo
soy un viejo lobo, no un asno, enseguida me di cuenta que aquel cerdo ebrio de
cara burlona, lo único que deseaba era que le invitara un poco de lo que yo
estaba bebiendo. Siempre tuve la convicción de que una cuota de veneno no se le
niega a nadie, así pues, compartí con él un sorbo y le pedí con mucha
amabilidad que se largara, que no interrumpiera más la conversación que tenía
conmigo mismo. Necesitaba desahogarme contándome cuánto necesitaba a mi otrora
ángel guardián.
El cerdo me agradeció y se fue dibujando serpenteantes “eses”
con su andar, encaminándose hasta un rincón donde libaban un chacal y un asno.
Me desentendí de él y los otros y volví a sumirme en mis penas y añoranzas.
-Ángel mío ¿Cómo voy a
olvidarte si de todo lo que me enseñaste me faltó aprender a vivir sin ti?
Así de ensimismado estaba cuando de pronto llegó a mis oídos
el escandaloso eco que ocasionaba una trifulca proveniente del rincón hacia
donde se había dirigido el cerdo ebrio de mirada burlona. Giré mi cabeza para
ver qué ocurría y alcancé a verlo. El cerdo estaba panza arriba, pataleando en
el piso; una certera coz del burro le
dio en la cabeza dejándolo instantáneamente quieto, cual si fuese un cadáver.
Inmediatamente, movido por mi naturaleza impulsiva, en dos brincos llegué al
lugar. El cerdo estaba quieto, privado de casi todas sus facultades, apenas si respiraba levantando polvo en cada exhalación.
El asno y el chacal me observaban desafiantes. Yo los miré,
hice rechinar mis colmillos y gruñí:
-Malditos desgraciados ¿Por qué hicieron esto?- Dije con tono
de amenazante reclamo.
-No te metas en esto, imbécil. En este mismo instante podría matarte
de una patada si quisiera- Sentenció el asno.
-Lárgate mientras puedas, estás muy lejos de tu territorio,
aquí no te daremos explicaciones- Acotó el chacal.
-¿Acaso creen que pertenezco a algún lugar? Soy un lobo y por
tanto soy lo que soy donde voy y donde estoy- Fue lo último que expresé antes
de que comenzara la pelea.
El asno comenzó a brincar y dar volteretas amenazando con
golpearme con sus patas; yo lo esquivaba y de vez en cuando lograba darle una
dentellada. La situación se prolongó invariablemente por no sé cuánto tiempo,
hasta que sentí un dolor lacerante en mi anca derecha. Instintivamente volteé y
vi una herida profunda en mi muslo, sangraba copiosamente. El chacal me había
mordido a traición. Quise retomar mi defensa contra las amenazantes patas del
asno pero fue muy tarde, cuando reaccioné ya venía la coz directamente a mi
sien izquierda. Alcancé a ver un destello y luego…la nada.
Al despertar me hallaba recostado en mi cama. Mi apariencia
era la originalmente humana. Sentía todo el cuerpo dolorido. Me quise levantar
y fue entonces que reparé en mis sábanas manchadas de sangre ¡Claro! Tenía una
gran herida en la cadera. No comprendía cómo había ocurrido. Me senté sobre mi
cama y… allí, en el piso, distinguí cuatro plumas blancas. En ese preciso
instante entró a mi dormitorio la esposa con la que Dios me condenó a convivir.
Tenía las manos en la cintura y mirándome con ojos que destilaban odio,
vociferó:
-¿A dónde mierda te fuiste anoche?- No le contesté… Si ni yo
mismo sabía dónde estuve.
Mi ángel siempre me decía “No te preocupes si te olvidas de
algo, yo tengo suficiente memoria para
almacenar todos tus recuerdos”
Pero ahora… él ya no está ¿Quién será el guardián de mis
memorias perdidas?