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miércoles, 31 de enero de 2018

ES ROCA EL DRUIDA


Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía

Cap 10 del libro "Delirios del Lirio"

(Derechos de autor, protegidos)




Caseríos, aldeas y ciudades enteras eran arrasadas a su paso. Se decía que por donde hubieron transitado sus huestes, no quedaba ladrillo sobre ladrillo, ni roca sobre roca. Él mismo se hacía llamar “EL LÁTIGO DE LUCIFER”. Quien se cruzara en su camino era despojado de todos sus bienes, incluyendo la vida.

Miles y miles de enormes bestias enfundadas en pieles de animales de las que colgaban cráneos y demás fragmentos óseos de sus víctimas, exhibiéndolos como trofeos, recorrían el mundo sin un norte fijo. Claros eran los objetivos que los motivaba: saquear, destruir, violar, exterminar cualquier tipo de vida que no fuera la de ellos mismos.

Encaramados en terroríficas cabalgaduras bípedas con cabeza de reptil y larguísimas patas rematadas en cascos que sacaban chispas al friccionar el suelo que pisoteaban, iban de aquí para allá cual portadores de destrucción y muerte. Cuando aparecían en el horizonte, seguidos de la polvareda concentrada con el humo proveniente de las antorchas que portaban como preludio del holocausto, el cielo se enlutaba y en contraste, la tétrica luz del fuego que transportaban en sus manazas se tornaba más penetrante. Todo hombre, animal o bestia que hubiese visto ese dantesco espectáculo, difícilmente conservaba su existencia para describirlo. Singularmente, la vida de los dementes era respetada por estos seres siniestros. EL LÁTIGO DE LUCIFER estaba persuadido de que los locos eran los enviados directos del “SEÑOR DE LOS CIELOS”… y él no quería verse involucrado en el conflicto que arriba libraban, su amo, el mismísimo Demonio, con las fuerzas celestiales. Al menos poseía la cordura de saberse un destructor terrenal, verdugo de humanos, sayón de mortales… el terror del mundo… pero terrenal al fin…

La primera vez que me enfrente a él y sus huestes, venían del sur. Se detuvieron a unos trescientos metros de mi aldea; desde nuestras casuchas vimos cómo sin descender de sus cabalgaduras, se atiborraban de bebidas embriagantes mientras excitaban con cánticos a su líder. Se sabían dueños de la situación, eufóricos al alimentar nuestra angustia con la espera pues ellos no tenían prisa por regar su mensaje de muerte.

Empuñé mi cayado y muy decidido fui a su encuentro. Estaba a unos metros de EL LÁTIGO DE LUCIFER cuando este me vio y acto seguido, interrumpió su desenfrenado brindis. Desde lo alto de su cabalgadura arrojó el cráneo que le servía de jarro para libar y lo estrelló contra el empedrado. Me miró fijamente, levantó el dedo índice por encima mío señalando mi aldea, mientras que con su vozarrón pronunciaba palabras inentendibles, una especie de dialecto que en mi largo trajinar por el mundo jamás había oído. De inmediato, su General BELCEBAAL, el más leal y sanguinario de sus chacales, puso en marcha a la horda y enrumbaron en tropel hacia mi poblado, pasando por mis costados, pero teniendo la precaución de no rozarme siquiera. Al mirar hacia atrás, pude ver cómo mi gente, despavorida, intentaba inútilmente huir de su irremediable destino. Lleno de impotencia caí de rodillas y sólo atiné a observar tamaña carnicería ¿Qué otra cosa podía hacer?

Culminado su cometido, el ejército de bestias retornó con el producto del saqueo: joyas, monedas, telas, pieles, comida y vino; retornaron a sus posiciones, a las espaldas de su líder, EL LÁTIGO DE LUCIFER. Este se dirigió a mí con un lenguaje que yo pude entender:

-Agradece a tu Dios que sigues vivo, él sabrá por qué te concibió demente y te envió aquí. No soy quien para derramar tu sangre- Dio media vuelta y se fue seguido de su infernal ejército. En ese momento advertí el calor del viento a medida que el fuego iba consumiendo aquella que alguna vez fue mi aldea. Bajé la cabeza, vencido, apesadumbrado… entre mis pies había tres plumas blancas.

Durante mucho tiempo caminé sin cesar en sentido contrario a la dirección escogida por EL LÁTIGO DE LUCIFER. Me detuve de modo brusco cuando ante mí apareció un oasis. En ese paraíso imprevisto se hallaba una niña; estaba sola y parecía desdichada, con sólo mirarla a los ojos, se podía descubrir la tristeza de su alma. Tenía el cabello desordenado y teñido de diversos colores. Me vio llegar y sin inmutarse continuó jugando con una ramita que introducía en las aguas diáfanas del manantial; la humedecía y luego la llevaba a su boca sorbiendo las gotitas que conseguía juntar. A pesar de estar extasiado con la visión esplendorosa de esa niña ingrávida, atendí la urgencia que reclamaba mi sed; junté mis manos haciendo un cuenco y sin dejar de mirarla tomé unos tragos del líquido elemento. Mientras bebía, con un murmullo dócil me dijo:

-Eres un druida, eres sabio…  por ello llevas el miedo y la duda sobre tus hombros. Si ya saciaste tu sed, tenemos que ponernos en camino, debemos cumplir lo que escrito está, aun cuando nos falte la capacidad para descifrarlo. ÉL nos lo develará cuando sea el momento.

Se puso de pie y vino hacia mí, tomó mi mano, me ayudó a incorporarme y nos pusimos a caminar a la deriva, guiados por la brisa o quizá por el destino mismo que nos transportaba sin pedirnos autorización, nunca lo hace, el destino se presenta y te conduce y tú no debes resistirte pues, tal como dijo la niña, escrito está...

-Scriptum est- le dije y ella sonrió.

Al cabo de siete días de agotadora caminata, ambos en completo mutismo, llegamos a las inmediaciones de una ciudadela.

-Nunca esperes nada de nadie, así no sufrirás decepciones. Ama, pero sin condiciones, no esperes que te devuelvan amor- Dijo sin más. No comprendí qué intentaba decirme y me quedé en silencio.

Nos internamos en la ciudadela en busca de alguna posada o taberna donde nos pudieran facilitar algo de comer y beber. Mi cayado y mi aspecto me manifestaban como druida, así es que no fue difícil procurarnos un trozo de pan caliente, algo de vino y un lugar bajo techo donde guarecernos. Saciado nuestro apetito, nos recostamos en un rincón. Tratando de abrigarla con la tibieza de mi cuerpo, la arrimé a mi pecho y la envolví con mis brazos; gracias al calor que mutuamente nos proporcionábamos, nos tardamos en dormirnos. En mi viaje onírico, la niña y yo estábamos sentados pero suspendidos en el aire; ella me decía:

-Juntos construimos una gran torre que ordenará el curso de los vientos. Seremos un uno, indivisibles… eso pude descifrar del extenso libro de nuestra vida.

De pronto, el estado de onírica levitación, se vio interrumpido por gritos de auxilio y alaridos amenazadores que provenían del mundo real. Me desperté asustado, y con sumo cuidado para no interrumpir su sueño, ubiqué a la niña a un lado. Por una ventanilla penetraba una luz rojiza, también olor a chamuscado junto a una humareda negra y espesa. Cuando alcancé a mirar el exterior, un vaho ardiente azotó mi cuerpo. Afuera todo estaba en llamas. Me puse en alerta, semejante infierno no podía haber sido desatado sino por las huestes de EL LÁTIGO DE LUCIFER. En medio de mis cavilaciones, entró al lugar donde nos encontrábamos, el mismísimo BELCEBAAL, quien poniendo la ensangrentada punta de su espada en mi garganta me dijo:

- ¡Apártate de mi camino, viejo orate u olvidaré que tengo orden de no tocar a los dementes como tú! - Su mirada se había posado en la niña.

- ¡No te atrevas a tocarla, criatura del demonio, es un ángel!- Exclamé desafiante. Al oír mis gritos, la bestia contenida en esa descomunal corpulencia se encolerizó, levantó su espada y la descargó sobre mí con tanta violencia que me quebró la clavícula izquierda. El impacto me derribó. La herida era profunda, una hemorragia incontrolable brotaba de ella.

BELCEBAAL, despreocupándose de mí, se dirigió hacia la niña que estaba acurrucada contra la pared, presa del pánico. El maldito, con un certero y único tajo, cortó sus ropas, cayendo estas al piso y dejándola expuesta en su desnudez. Se la echó al hombro dispuesto a llevársela como si fuera un trofeo-botín. Justo en ese instante apareció en la entrada, espada en mano, EL LÁTIGO DE LUCIFER. Me echó una ojeada, y dirigiéndose a BELCEBAAL dijo:

-¿Te atreviste a tocar al druida? ¿Desobedeciste mis órdenes? ¡Suelta a la niña, ella no es para ti!

Sin ánimo de renunciar a su trofeo, BELCEBAAL protestó:

-El trato fue que lo que yo encontrará sería para mí ¡Y la niña será mía, aunque para ello tenga que desparramar tus tripas por todo este cuartucho! - refutó BELCEBAAL, que no estaba dispuesto a renunciar a su trofeo.

EL LÁTIGO DE LUCIFER, le asestó tan tremenda estocada que le atravesó el abdomen de lado a lado. Con mucha delicadeza y ternura, cargó en sus brazos a la niña y dando la espalda al moribundo BELCEBAAL, dijo en un soliloquio monótono:

-Años llevo recorriendo cada metro de este mundo polvoriento, regando odio, destrucción y muerte. Deseo amar, lo percibo… Tú eres el amor- acarició con devoción los cabellos de la niña, ocasión que aprovechó el “leal” BELCEBAAL para, en un último esfuerzo, hundir su espada en el dorso de EL LÁTIGO DE LUCIFER hasta tocar su pulmón e hiriendo mortalmente su corazón. El hombre-bestia que aterrorizara al mundo entero en nombre de los demonios del averno, cayó gradualmente de rodillas, depositó con delicadeza a la niña en el piso y se desplomó de bruces.

La niña, llorando, se acercó a rastras al cadáver de su salvador y besó su nuca. En ese instante, ambos cadáveres iniciaron el proceso de desintegración hasta quedar convertidos en arena.

La niña vino hacia mí, vendó mi hombro con jirones de lo que quedaba de sus vestidos. Cuando salimos del habitáculo, no había otra cosa que un desierto infinito.

–Vamos, debemos seguir viviendo lo que escrito está- dijo, rompiendo el silencio.

Dos plumas blancas se depositaron en medio de ellos…



(Pieza única. Año 2013. Medidas: 80 X 57 cms. Precio $.600 dólares americanos)



jueves, 28 de diciembre de 2017

RELATO TRES VECES ERMITAÑO


IIustración y prosa de Oswaldo Mejía

(Derechos de autor, protegidos)




Luego de que la serpiente que andaba en dos patas desobedeciera a los Señores de las estrellas y regalara a “los negados” la capacidad para dibujar con su rostro una cruz, al expresar el “no” con un movimiento en horizontal, y el “sí” con un movimiento en vertical… El libre albedrio en su esencia, dio origen a todas las inteligencias.

 

Fue por aquellos tiempos en que Mauro -aquel viejo que de lo encorvado que era semejaba a un signo de interrogación- este solía viajar a su aldea natal. Siempre con un terno de segunda mano, de varias tallas más grandes de la que a él le correspondía, y con el gran atado de fuegos artificiales bajo el brazo. Según decía; allá en su pueblo escalaba la montaña más alta y desde allí petardeaba al cielo, buscando joder a los Dioses para que le hicieran milagros a cambio de dejarlos dormir tranquilamente la siesta.

 

Quizás él trajo la primera plaga. El hecho es que de pronto, todos los habitantes de Villa Tribulación empezaron a mostrar enrojecimiento e hinchazón en los parpados; y a las horas, todos tenían los ojos irradiando una luz amarillenta, cual si fuesen linternas para neblina. Además nadie quería hablar, pues por la boca expelían un vaho denso cargado de fuerte olor a azufre. Inexplicablemente, así como se iniciaron, así terminaron estos acontecimientos; y a los pocos días todo volvió a la normalidad. Nadie quiso recordar más esos hechos.

 

Pero la seguidilla de sucesos extraños recién empezaba:

 

Una soleada mañana de Febrero, el cielo de pronto se vio oscurecido debido a la repentina aparición de un enjambre de lustrosos insectos, que con su multitudinario vuelo cubrieron la luz del sol sumiendo a todo el pueblo en penumbras. Cuando los bichos se posaron en el suelo dando retorno a la luz del día, empezaron a moverse a brincos y a picar a cuanto ser tuviera sangre en su organismo, dejándole cubierta de ronchas rojizas la piel expuesta, y un desesperante escozor. La angustia y el pánico colectivo empezaron a hacer presa de toda persona, animal o bestia en el pueblo. La iglesia estaba todo el día atestada de personas implorando perdón por sus pecados, a la vez que no cesaban de espantar bichos y rascarse… Así pasaron los días, hasta que no faltó un observador acucioso que notó en los bichos, una severa miopía y un nulo olfato. Tras su descubrimiento, el viejo Hermógenes, “mil oficios” por vocación, pensó: -Será fácil engañarles si se interpone entre ellos y la piel, una tela-… ¡Y sí! ¡Dio resultado! Entonces, empezó la tarea de fabricar unos envoltorios que cubrían de pies a cabeza a quienes los usaban, dejando apenas una rendija a la altura de los ojos, por donde el usuario podía mirar y otra a la altura de la boca por donde podía comer. A estas peculiares vestimentas, su inventor las llamó, “Los Disfraces de Noestoyaquí”. Hombres, mujeres y niños los compraban como medio eficaz para protegerse de las picaduras. Esto generó una rápida y suculenta fortuna al viejo Hermógenes, que a la postre vio incrementada su clientela, pues también le sería solicitado confeccionar los disfraces para proteger a las mascotas y a otros animales domésticos. Resultaba risible ver a las personas, gatos, perros, gallinas, caballos y otros animales, vagabundeando enfundados en “Los Disfraces de Noestoyaquí”. Pero así los insectos de la segunda plaga, eran burlados; y al no poder hallar a quien picar para extraerle sangre, entonces empezaron a morir de inanición, dejando todo el suelo de Villa Tribulación cubierto con sus lustrosos cadáveres, que luego fueron barridos, apilados en montículos y finalmente tirados al río…Así pasó la segunda plaga…

 

La tercera plaga, de hecho la más terrible, pues aún ahora, luego de trece siglos de acontecida, sus secuelas son una endemia que se propagó por el mundo entero.

Sucedió un domingo, en plena culto de mediodía. El Reverendo Bernardino estaba arrodillado frente al altar; de espaldas a la feligresía, aparentaba orar, más cuando se dio vuelta, tenía los labios pintados en rojo carmesí, con las cejas y pestañas garabateadas de un negro intenso. Se irguió; se alzó la sotana y empezó a danzar como lo haría una hembra provocadora. Los feligreses, atónitos se miraban entre sí; algunos se santiguaban horrorizados. De pronto una iluminación sin origen definido alumbro el recinto… Y a unos dos metros de altura se materializaron cinco cuerpos desnudos, que cayeron pesadamente al piso. Los cinco desnudos tenían cara de niños confundidos, tiernos y desvalidos, por lo que rápidamente, los feligreses pasaron del estupor al instinto paternal y/o maternal; afanándose en abrigar y acariciar a los recién llegados. Todos se disputaban el adoptarlos y acogerlos en sus hogares; así salieron en multitud a la calle. El Reverendo Bernardino continuó bailando solo, nadie le tomó más atención.

Cuando todos estuvieron fuera, en la plazuela se dieron varios fogonazos de iluminaciones repentinas, con la aparición de más seres desnudos, con sus dramáticos aterrizajes y la seguida disputa de los pueblerinos por llevárselos a sus hogares.

Una y otra vez el fenómeno se repitió. Los desnudos con cara de niños confundidos ahora sumaban tantos, que ya no había disputas por apropiárselos.

Más al día siguiente, empezaron las primeras muestras de descontento entre los pobladores. “Los Cara de Niño” eran bellos, pero incapaces de hilvanar ideas, razonar, u ocuparse de algo mas que sus necesidades básicas, por lo que la gente del pueblo empezó a referirse a aquellos sucesos, como la plaga de “La Lluvia de Imbéciles”…

Cuando al cabo de unos días, el pueblo se convenció de la inutilidad de estos seres, la gente empezó a congregarse desde muy temprano en la plazuela; y cerca del mediodía se dirigieron a la iglesia a pedir consejo al Reverendo Bernardino, al cual hallaron desnudo y colgando de los pies, atado al techo. Entonces, desde esa posición habló:

-“Los Dioses debieron satanizar la estupidez…Pues ella es más dañina que la maldad… El malvado hace daño cuando lo requiere o se lo propone, pero el estúpido hace daño hasta sin querer”-

Nunca más, nadie quiso recordar donde estaba ubicada Villa Tribulación…Pero la estupidez ya estaba diseminada por el mundo…



 (Pieza única. Año 2011. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)


jueves, 7 de diciembre de 2017

FUNERALES DE ALFA


IIustración y prosa de Oswaldo Mejía

(Derechos de autor, protegidos)



Llegamos hasta aquí traídos por el viento cual dos barquichuelos a la deriva. Probé del néctar de tus sonrisas y alegría... lo disfruté y a ellas me acostumbré. Ahora, esas voces grises nos jugaron una mala pasada. Con habilidad de cirujano han sellado tu boca, cosiendo tus labios y negándome la luz de tus farolitos. Has soltado mi mano, detestas mi locura; me confundes con los demás seres de este mar. Has tirado tus alas para no volver a tocar los cielos en compañía mía. Afuera hace frío y todo está oscuro; tú me inventaste este destino y debo intentar surcarlo solo. Me iré, pero lo haré caminando de espaldas al mundo, para no perderte de vista, y así mirar si te animas a levantarte y continuar este camino junto a mí, tomada de mi mano. Siempre caminaré de espaldas, pues mantengo la certeza de que volverás, aunque sea con otro rostro, a tomar mi mano. Afuera hace frío y todo está oscuro...


 (Pieza única. Año 2011. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)