Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía
Cap 9 del libro "Delirios del Lirio"
(Derechos de autor, protegidos)
El anciano alquimista llevaba días sin salir de la
“guarida-santuario” que le servía de laboratorio. Era un sabio cuyo
conocimiento abarcaba innumerables ciencias y artes. Además de alquimista era
arquitecto, escultor, astrólogo, astrónomo, médico y sobre todo, un inventor de
sueños. Era, causalmente, el proceso de convertir en realidad uno de esos
sueños lo que lo mantenía absorto y obsesionado, tanto que ni siquiera
malgastaba el tiempo en dormir, alimentarse o re-hidratarse y sin embargo sus
capacidades físicas y mentales no parecían mermar. Trabajaba sin cesar,
poniendo entusiasmo y energía.
Sobre una gran mesa se hallaba un coloso de arcilla que él,
con sus propias manos, había ido moldeando y dando forma como lo había hecho
con otros tantos seres de barro a los que con ciertos artificios dotó de
vida…vida vacía, vida carente de sensibilidad, dejándolos luego en libertad
para que vagaran por el mundo como testimonio de su magia y poder.
Pero este coloso sería diferente. Quería hacerlo pensante,
quería darle un cerebro que por básico que fuera, le sirviera para procesar
algunos conceptos. Del mismo modo, tenía pensado diseñarle un corazón en el
cual instalarle emociones. En ese propósito radicaba su insistente dedicación.
El cerebro, prácticamente lo tenía listo. Construyó una esferita de cristal de
unos doce centímetros de diámetro y dentro de ella condensó una replica de
varias de sus propias experiencias, visiones y recuerdos, valiéndose de un
enmarañado conjunto de diminutos procesadores, cables y receptores que
minuciosamente iba conectando a una red más extensa distribuida a lo largo del grandioso cuerpo de arcilla. Ambicionaba
que su criatura tuviera la capacidad de enviar órdenes desde su precario
cerebro hasta las partes más distantes de su anatomía y bilateralmente, captar
información desde cualquier célula de sus órganos hacia el cerebro.
El dolor físico, lejos de ser un castigo, es un mecanismo de
protección y defensa que tiene como finalidad advertirnos que algo nos está
dañando. Esto lo tenía muy claro el sabio alquimista ya que sus anteriores
criaturas, carentes de esta sensibilidad, generalmente acababan
auto-destruyéndose, lo que representaba materia prima y tiempo-trabajo
desperdiciados.
Yo, desde mi posición de simple asistente y espectador, me
limitaba a alcanzarle una que otra herramienta, secar de vez en cuando el sudor
de su frente y observarlo con la devoción y éxtasis que provoca ver a un
creador en el arduo afán de fabricar un sueño. Siendo también yo un soñador,
podía entender y comprender su afanosa urgencia por lo onírico.
Recuerdo que en alguna de mis anteriores vidas conocí, me
enamoré y con el correr del tiempo, amé intensamente a una linda niña
escarabajo pero por esas encrucijadas a las que nos enfrentamos por obra del
destino, la perdí y desde entonces renací cientos de vidas. En cada una la
buscaba, anhelando hallarla para volver a adorarla. Hoy siento que esta
existencia se me está acabando y sigo sin encontrarla. Estoy viejo, agotado,
casi no puedo caminar mas eso no me privará de seguir soñando con ella, aún
despierto… o mayormente despierto.
Pero volvamos al alquimista. Llegado el momento de comprobar
el funcionamiento del cerebro instalado en el coloso de arcilla, los resultados
se vieron coronados por el éxito. La criatura tenía iniciativas propias y cada
milímetro de su cuerpo era sensible a los estímulos externos pero faltaba
dotarle de sentimientos. Para subsanar esta falencia, el sabio diseñó un complicado fuelle para que,
en reemplazo de su corazón, bombeara sangre en un circuito interminable por
todo el organismo del coloso. Esto sí que fue un magnífico logro de la
ingeniería mecánica y también un fracaso rotundo pues no consiguió su
propósito: proveerle de emociones. Como corolario de esta frustración, el sabio
alquimista quedó sumido en una profunda depresión acompañada de un mutismo
que cada tanto rompía para decir:
-Sólo un corazón humano es capaz de albergar emociones y
sentimientos pero ¿Dónde hallar uno?
Pasaron varias semanas de verlo cabizbajo y desilusionado,
consumiéndose en su desesperanza. Un día me le acerqué, me arrodillé ante él y
lo abracé.
-Yo tengo el corazón que necesitas para tu hombre de arcilla-
Le dije mientras acariciaba su canosa cabellera.
-¿Dónde está?- Exclamó
el sabio alquimista poniéndose de pie de un brinco.
-Lo tengo aquí, en mi pecho. Te doy mi corazón para que lo
pongas a tu coloso de arcilla. Colócame el fuelle a mí, si al fin y al cabo no
tengo a quien amar y mis emociones sólo sirven para mortificarme.
-¡Te has vuelto loco! Sería como arrancarte la humanidad, no
puedo hacer eso…
-Ya no lo necesito, Maestro. Mi vida se redujo a alcanzarte
las herramientas, secar el sudor de tu frente y mirar cómo fabricas sueños.
Finalmente lo convencí y el sabio alquimista extrajo mi
corazón para colocárselo al coloso de barro y me puso a mí el embarazoso fuelle
para que bombeara sangre a mis venas y arterias. Ello me liberó de la pena por
el amor perdido de aquella preciosa niña escarabajo que conocí en una de mis
primeras vidas.
Cuando miré a los ojos al coloso de arcilla, reparé en la
inmensa melancolía que llevaba dentro de sí. El sabio alquimista me había
ordenado llevarlo a la puerta, mostrarle el mundo y dejarlo en libertad para
que en su peregrinar diera testimonio de que el gran fabricante de sueños
continuaba vigente. Y así lo hice. Cerré la puerta tras el coloso de arcilla y regresé a mi
tarea de alcanzarle herramientas y secarle el sudor de la frente al sabio
alquimista.
Al cabo de unos días me vi en la necesidad de ir por
alimentos; sentado a la vera de la entrada hallé al coloso de arcilla con la
misma mirada melancólica que tenía cuando lo despedí.
-¿Por qué no has ido a
recorrer el mundo?- le pregunté.
-Porque extraño a una preciosa niña escarabajo que no
recuerdo cuándo conocí y amé y sin embargo, no hago otra cosa que pensar en
ella.
“Amar es una condena pues el amor siempre va acompañado de
sufrimiento. Si no amas, no conocerás la felicidad… pero tampoco sufrirás”
Pensé mientras observaba su rostro apagado.
-Coloso, tú eres fuerte y tus pasos son largos. Si tanto la
extrañas, deberías ponerte en camino e ir en su búsqueda. Esa preciosa niña
escarabajo de la que me hablas, debe estar en algún lugar…acaso esperándote.
-Lo haré, sí, la buscaré, la encontraré… y la traeré para ti.
A mi regreso quiero que me devuelvas el fuelle y yo te restituiré tu corazón-
Dicho esto, el coloso de arcilla se puso de pie y se fue con su mustia
tristeza, camino hacia el horizonte. En el lugar donde estuvo sentado, a la
vera de la entrada, quedaron tres plumas blancas que el viento se llevó a su
paso como jugueteando con algún recuerdo.
Cuando volví con los alimentos hallé al sabio alquimista muy
entusiasmado.
-¿Sabes que he pensado crear una preciosa niña con cabeza de
escarabajo para que nunca nadie se enamore de ella?
Seguí alcanzándole las
herramientas y secando el sudor de la frente mientras observaba cómo iba dando forma a su nuevo sueño…