Quizás era la edad, o quizás alguna enfermedad
del alma, pero cada vez le era más dificultoso dar el siguiente paso; por ello,
apoyándose sobre aquella vara de madera negra que usaba como cayado, solía
pasear por aquella esferita que algún Dios burlón le asignó por mundo.
Entre la soledad y lo estrecho de su espacio,
era imperante refugiarse entre la fantasía, y para ello el gigante con sonrisa
de niño era muy proclive.
Mientras duraba el día y estaba despierto, se
inventaba juegos y realidades alternativas en las que se adjudicaba poderes y
facultades imaginarias, en complicidad con su alucinante mitomanía.
En esos estados había logrado auto convencerse
de que si olvidaba algo, le bastaba con caminar de hacia atrás, de espaldas,
hasta llegar al lugar donde ocurrieron los hechos olvidados, y luego re andar y
recordar los acontecimientos… Juego estúpido y manipulado, pues siendo él, juez
y parte, siempre acertaría en lo recordado.
Una tarde, cuando ya el ocaso empezaba a
negrear el cielo, regresando de su rutinario paseo alrededor del aproximado
centenar de metros que media la circunferencia de su exclusivo mundito, halló
en la vera del camino, en posición de sentada, a una decolorada muñequita de
trapo, de carita regordeta, amplia sonrisa dibujada, e hilos de lana azabache
fungiendo de cabellos, que caían con mucha gracia sobre su pecho y hombros.
En un mundo dominado por la fantasía, sería
más que un sacrilegio exigir explicaciones sobre el porqué o de donde procedía
lo que se le presentara. Por ello, sin mediar palabra o interrogante, la cogió
con delicadeza entre sus manazas temblorosas; la estrechó contra su pecho y
acarició los filamentos de lana azabache que coronaban su cabecita; ello con la
ternura y devoción que sólo puede inspirar el tocar a un ángel. Así, con su
muñequita pegada al pecho enrumbó hacia el cubículo que le servía de refugio,
pletórico de una inusitada euforia.
Apenas atravesado el umbral de acceso a la
casucha, el gigante con cara de niño, estiró sus brazos hacia adelante, con la
muñequita asida por el tórax; como para verla en toda su plenitud física la
puso frente a sí. El temblor descontrolado de sus manotas se reflejó en las
piernitas, bracitos y cabecita de la muñequita contagiándoles un movimiento
pendular. Entonces el gigante preguntó - ¿Quién eres realmente? ¿A quién perteneces?
- Lógicamente, no hubo respuesta alguna…
- ¿Por qué no me respondes? ¿Tienes miedo de
mí, o le temes a alguien? Es posible que ni existas, y sólo estés en mi
imaginación… O quizás tienes la enfermedad del silencio… si es así, intentaré
curarte. La Mandrágora tiene el poder de curarlo todo-
“Cuando un ahorcado despide su última
exhalación, al mismo tiempo eyacula. Si su semen cae a tierra, este se
introduce en el subsuelo, y centímetros más abajo hace germinar un tubérculo
con retorcidas formas que remedan a una pareja de cuerpos humanos en posiciones
coitales. Quien sea frotado con esta raíz, la milagrosa Mandrágora, será curado
de todos sus males.”
El gigante se cubrió con una manta para
protegerse del frío nocturno y salió de la casucha caminando hacia atrás, de
espaldas, en búsqueda de un tiempo y un lugar que él se inventó como escenario
donde alguna vez ahorcaron a un villano.
De aquí para allá anduvo en la oscuridad,
siempre hacia atrás, de espaldas; hasta que al fin se detuvo diciendo -¡Aquí
es!- Y empezó a excavar con sus temblorosas manos, hasta que halló y pudo
desenterrar el tubérculo que estaba buscando. Este tenía la forma de una
grotesca pareja humana en la posición coital de “El Misionero”. La envolvió
entre su manta y emprendió el retorno a casa.
En el interior de la casucha, embargado por
una ansiedad desmedida, frotó con la raíz, cada centímetro del cuerpecillo de
la muñequita. Luego de su minuciosa tarea volvió a las preguntas: - ¿Quién eres
realmente? ¿A quién perteneces? ¿Por qué no me respondes? ¿Tienes miedo de mí,
o le temes a alguien? -…Lamentablemente tampoco hubo respuesta alguna…
Tomó a la muñequita con su mano derecha, con
la izquierda se sujetó al cayado, y salió a la intemperie, caminando hacia atrás,
de espaldas. Así llegó hasta el lugar donde, por la tarde halló a la muñequita.
La colocó en la misma posición en que la encontró, y regreso a casa con los
ojos llorosos, y con la convicción de no volver a jugar jamás el juego de
caminar hacia atrás, de espaldas, en busca de recuerdos.
“Es mejor olvidar para siempre lo que no tiene
respuestas a interrogantes tan simples”