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jueves, 17 de mayo de 2018

EPISTOLAS DEL EXQUISITO


Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía.

 (Derechos de autor, protegidos)





Esa bruja me tildó de falso.

-¡Quiero viajar y no me das el pasaje! ¡Tú sí irás a pasear a NEUROPA!-dijo.

Hubiera querido darle mi boleto…pero este viaje no se lo deseo a nadie; mueres poco a poco mientras observas el paisaje. No se sabe si avanzas o es el camino el que retrocede, las ventanas nunca dicen la verdad pura, siempre guardan algo de mentira… Quizá el vidrio le diga a la hechicera que me fui sonriendo, cuando en verdad, mis labios eran incapaces de manifestar alegría.

Sólo quiero desconectarme, detener este viaje a NEUROPA ¿Me servirán estas tijeras para intentarlo? Voy introduciéndolas por mi nariz… las puntas tocan mi cerebro, sangro profusamente y me duele el alma ¡Maldición, quiero hacerlo, pero no sé qué es lo que debo cortar!

¿Por qué te fuiste papá? Tú siempre estirabas tus manos y me alcanzabas todo…ahora esto está allá, muy arriba, y no logro desconectarlo.

Quiero detener este mi viaje a NEUROPA.

¡Papáaaaaaaaa! Estoy sangrando excesivamente y me duele el alma ¿Quieres decirme qué debo cortar para desconectarme?

Ahora voy a dormir, te espero allá, en mis sueños… No te tardes papá, es incómodo dormir con tijeras en la nariz.

Esa bruja me tildó de falso.

-¡Quiero una escoba nueva y no me la das! ¡Tú sí te irás a pasear a NEUROPA!- Dijo




(Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 57 cms. Precio $.600 dólares americanos)


jueves, 3 de mayo de 2018

ENAJENIA


Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía.

 (Derechos de autor, protegidos)



Soy una fiera monstruosa, rabiosa…
Y asquerosamente sentimental.
Soy letal.
Soy un perol infernal donde se cuecen ideas sueltas.
Cabalgo entre la confusión y sobre mi caos escribo:
¡Abran paso a este débil súper-hombre!



(Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)



viernes, 20 de abril de 2018

CICATRICES

Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía.

 (Derechos de autor, protegidos)





Infelizmente nacida, infelizmente casada con el fracaso… infelizmente cargaba su vida inútil entre la soledad de aquí y la soledad de allá.

Todos los amores que pudo hallar en su andar, se le mostraron incompletos. Los buscaba por doquier, siempre esbozando aquella sonrisa ficticia y frágil de señorita vieja.

-¡Maldito espejo! ¿Por qué no guardas tu sinceridad para aquellos que no tienen motivo para el llanto?-

A menudo se vestía de primavera e iba a la estación, siempre con la esperanza de volver con un amor que mostrar para despertar envidias. A veces pescaba alguno y retornaba muy oronda con él del brazo; más siempre eran amores líquidos, de esos que se escurren entre las manos. Y retornaba el llanto, y volvía el sarcasmo del maldito espejo. Y nuevamente las idas a la estación, enfundada en la primavera de sus vestidos.

-¡Hey niño! ¡Hey anciano! ¡Hey perrito callejero! ¿Es que no me podrían vender un poquito de su sonrisa verdadera? ¡Tengo en mi bolso dinero suficiente! Sólo quiero sonreír de verdad…-

Esa mañana compró una manzana y un lindo ramo de flores, se inventó un nombre de galán y pidió que enviaran el conjunto a su domicilio

¡Que buena idea! Las flores serían el justo homenaje a su coquetería y la manzana sería la promesa del desenfreno.

Pasó el día deambulando entre cigarrillo tras cigarrillo. Cuando llegó a casa, ya estaban allí el ramo de flores y la manzana. Fingiendo sorpresa y entusiasmo, leyó en voz alta el nombre del galán, dio un mordisco a la manzana y volteó su sonrisa hacia el espejo, esperando que este la envidiara… Pero el maldito espejo sonreía más sarcástico que de costumbre…


 (Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 47 cms. Precio $.600 dólares americanos)


viernes, 13 de abril de 2018

DESTRUCTEORICA PARA BARDO


Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía.

 (Derechos de autor, protegidos)




Levantó los brazos mientras con dificultad daba unos pasos. Alzó la voz pero no dijo nada. Era la parafernalia para que escucharan los ruidos de su alma. Pidió silencio de modo que pudieran oír su silencio. Los camaradas no se habían inventado para él, los amigos apenas si eran una ausencia. Sólo la complicidad de ese cuerpo de hembra refulgía recostado sobre la mesita de color gris, en la que descansaban un vaso con un líquido verde y dos guijarros. Él devoró los guijarros, ya que la roca debe nutrirse de roca, y dio de beber al cuerpo de hembra la pócima del vaso, pues debía alimentar con magia su complicidad. Cuando la tomó entre sus manos y acarició sus vertebras, la fricción emitió melodías y la luz venció la penumbra. Ahora podía distinguir las olas del mar golpeando el arrecife, tratando de alcanzar el hechizo de su conexión. Cuando temblaron sus manos, cesaron las caricias y los ruidos del alma se disolvieron. Ya no hubo brillo, ya no se veía el mar. Hoy, el manipulador de silencios permanece sentado, y el cuerpo de hembra, recostado está. Ya no hay guijarros, ya no hay vaso con líquido verde sobre la mesita…sin embargo ambos saben que volverán a copular y su brillo traerá nuevamente al mar golpeando el arrecife… tratando de alcanzar su hechizo…


(Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)




miércoles, 28 de marzo de 2018

GOLONDRINAS DE OCTUBRE


Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.

Cap. 13 del libro "Delirios del Lirio"

(Derechos de autor, protegidos)





Escribía… y escribía… y escribía, quizás con pasión, quizás con rabia. Encendía un cigarrillo tras otro, siempre dentro de su burbuja. Los instantes que detenía ambas acciones eran para elevar su mirada hacia el cielo como aguardando que este le diera la orden de “¡Basta ya!” Pero siempre era repetitivo y cíclico su accionar. Al cabo de unos segundos bajaba su mirada y todo volvía a empezar, retomaba su escritura y su incesante encender de cigarrillos. Tiempo atrás, mientras escribía y adicionaba lo escrito a su gran libro, no dejaba de estar atento a mis necesidades: que si tenía mi agua fresca; que nunca faltarán mis galletitas; que si la ventana estaba abierta o cerrada, según el frío o calor que presentara la ocasión. El loco divino me adoraba y se sentía muy orgulloso al hablar de mí con aquellos necesitados de esperanza que acudían a visitarlo, escuchar sus historias y llevarse el obsequio de una sonrisa.

Tres veces por semana salía de su burbuja. Se aseguraba que esta quedara bien cerrada tras de él y bajaba a mi plano con su gran libro repleto de miles de historias y una canastilla colgada al cuello, diciendo:

 - Debo ir a recoger algunos pecados de este mundo… ni se te ocurra hacerte invisible pues necesito verte a mi regreso…- y se iba muy entusiasmado. Yo percibía que su entusiasmo era ficticio, pero él era un cuentero por excelencia, un magnifico manipulador de emociones y sensaciones. Usaba sus poderes también consigo mismo para auto engañarse con el apego a una vida que, yo sabía, le era torturante. Al regresar por la tarde, volvía con una gran sonrisa, difícil de leerla y reconocerla como parte de su disfraz de repartidor de esperanzas si no se es un observador acucioso. Se aseguraba de mi visibilidad, de que tuviera mi agua fresca y mis galletitas. Si traía gelatina, helado de chocolate o dulce de leche, lo ponía a mi disposición con el claro propósito de hacerme feliz y luego él comía las sobras que yo dejaba.

La canastilla que llevara colgada al pecho, siempre retornaba llena de papelitos escritos que nunca me dejó leer.

- Estos son gritos del alma que sólo yo debo leer y aplacar- Decía. Luego subía desde mi plano hacia su burbuja y una vez dentro de ella iba leyéndolos uno a uno.  Conforme terminaba de leerlos, se los llevaba a la boca y los tragaba con un sorbo de agua fresca, y nuevamente escribía… y escribía… y escribía…

Muy entrada la noche, cuando esta empieza su litigio con el amanecer, el cuentero abandonaba su burbuja, la cerraba cuidadosamente y bajaba a mi plano buscando acurrucarse a mi lado. Yo sabía que no requería de mi tibieza corporal, era un alma solitaria que necesitaba de mi compañía; necesitaba cuidar de mí, necesitaba saber que yo era y estaba. Aunque lo estorbara o lo importunara a veces, yo era su ancla a esta vida. Entre dormitando, estiraba su brazo para que yo recostara mi cabeza sobre él y entonces se dormía profundamente esbozando una hermosa sonrisa con la que se iba hacia los mundos que soñaba.

El día siguiente era casi un calco del anterior: Yo lo despertaba con palmaditas en su rostro y el cuentero se levantaba refunfuñando pero sonriente. Se ocupaba de mi agua fresca y mis galletitas y subía a su burbuja a escribir hasta que algún desesperanzado viniera a interrumpirle solicitando que con sus historias le regale una sonrisa.

Una mañana toda esta rutina varió. El cuentero se despertó por si mismo, con un optimismo inusitado. No se ocupó de mi agua fresca ni mis galletitas, sólo me dijo:

-¡Hoy es día de migración de golondrinas! Lo he soñado por dos años y hoy es el día. Debo ver ese espectáculo para escribir sobre ello- se fue y no volvió hasta después de tres semanas.

Cuando le vi llegar tenía los ojos empapados en llanto y por su rostro caían borbotones de lágrimas que acababan su recorrido en el piso, humedeciendo el polvo. Lamí sus mejillas y entonces supe que lloraba por amor, no eran saladas,  eran lágrimas con sabor a agua de manantial. Lloró por tres días consecutivos. No escribió, no atendió a los desesperanzados que venían a pedir sonrisas ni salió con su canastilla al cuello a recolectar pecados. Al cabo de esos tres días abandonó la posición de cuclillas en que estuvo, se puso de pie y sonriendo, mientras se ocupaba de mi agua fresca y mis galletitas dijo:

-¡El próximo año también habrá migración de golondrinas!- Subió de mi plano a su burbuja y escribió… y escribió… y escribió…

Aquella noche algo determinante marcaría un antes y un después. El cuentero estaba escribiendo en su burbuja, como de costumbre, cuando escuchamos que desde la reja de entrada una voz reverberante llamaba:

-¡Cuenteroooooo, se que estás allíiiiiiiiii!- Los desesperanzados jamás acudían a él a esas horas ¿Quién podría llamar a esas horas y con tanta familiaridad?

El cuentero, al escuchar el llamado salió de su burbuja y presuroso bajó a mi plano, dirigiéndose a la reja de entrada. Yo fui tras él ya que tuve un mal presentimiento.

Al otro lado de la reja había una siniestra figura cubierta por un manto blanco aupada sobre una extraña y espantosa criatura.

-¿No me reconoces, cuentero? Soy la implacable Mala Suerte montada sobre la Desdicha. Tenemos una cita pendiente. Sabes que debo alimentar y cebar a Desdicha con las sonrisas que te empecinas en dibujar a quienes hallas en tu camino- dijo al tiempo que palmeó con devota complicidad el lomo de la repugnante y rechoncha criatura que montaba.

-No se cómo le haces, cuentero. Siempre que te visité te arrebaté esos artificios que usas para fabricar y repartir sonrisas pero siempre te das maña para crear otros. Ahora Desdicha tiene más apetito que nunca y recurro a ti ya que nunca me fallas, siempre tienes algo nutritivo para saciar su voracidad.

- ¡Te juro que no tengo nada! ¡Te lo juro!- Repetía implorante el Cuentero, pasmado y retrocediendo paso a paso, con los brazos abiertos, extendidos hacia atrás, el rostro desencajado y los ojos como queriendo salírsele de sus orbitas, retrocedía paso a paso.

-Eres un embustero, a mi no lograrás engañarme con tus cuentos. Tienes tu libro, será un buen aperitivo para Desdicha. Sabes que son las reglas de el juego de la vida: Cuando Mala Suerte y su inseparable Desdicha se presentan a tu puerta, algo deben llevarse de ti…- Mientras hablaba iba despojándose del manto que la cubría, dejando expuesta su exquisita desnudez sin rostro, mientras por su cuello, cual si fuera una fumarola, expelía una estela de humo, volviéndola más tétrica aun.

-¡Noooo! ¡No te daré mi libro! ¡Desdicha no se tragará mi libro!- El cuentero había retrocedido hasta topar la espalda con una de las paredes. Desde allí, acorralado, seguía implorando por mantener su libro de cuentos con el que dibujaba sonrisas en los rostros de los desesperanzados.

Sin siquiera voltear hacia mí, la enigmática hembra me señaló diciendo:

-Entonces lo quiero a él, está lleno de felicidad y servirá para aplacar un poco, aunque más no sea, el apetito de Desdicha.

El cuentero se arrodilló y juntó las manos como si fuera a elevar una plegaria.

-¡Él es lo único real que me ata a esta vida! ¡Sin él mi vida no tendría sentido! Te ofrezco mi cuerpo y mi carne toda… yo seré la cena de Desdicha pero a él… no lo toques…te lo ruego- suplicó.

-Tú no me sirves, cuentero. Eres un desdichado, un infeliz acervo de huesos y pellejos. Ya sabes, Desdicha se alimenta de sonrisas, alegrías y felicidad, así es que tu gato le vendrá bien ¡Él sí que reboza felicidad! Ja, ja, ja.

-¡Huye, Orión! ¡Huyeeeeeeeee!- Me gritó el cuentero. De un salto trepé el muro empedrado y me perdí entre la noche y el follaje de los árboles aledaños. Desde allí podía ver y escuchar todo lo que acontecía sin correr peligro. Desdicha acercó su hocico y centímetro a centímetro fue husmeando ansiosamente el cuerpo del cuentero que no cesaba de llorar e implorar. Al llegar a su pecho su inquietud se hizo más evidente.

-¿Qué tanto hueles a ese infeliz? ¿Es que acaso te interesa tragar carroña?- La humeante hembra se encorvó a medias, estiró su mano tocando y con su dedo índice, levantó el rostro del cuentero.

-¿Acaso ocultas algo de felicidad en ti? ¡Muéstrame tus sueños y recuerdos!- dijo irónica. El humo que brotaba de su cuello se intensificó cubriendo casi todo el ambiente para luego dar paso a la presencia tangible de un precioso cielo por el que surcaba una bandada de gráciles golondrinas. Observé su vuelo y mis ojos manifestaron satisfacción.

- Aja ¿Con que esta es la esperanza que ocultas, eh, Cuentero? Mmm... ¡Provecho Desdicha! Ya tienes algo para tragar ¡Devórate esta ilusión! Que no quede ni el mínimo recuerdo de la migración de esas estúpidas golondrinas.

Desdicha se dio a la tarea de engullir el cielo. El cuentero era un mar de lágrimas, moco y babas chorreaban por su rostro. Resignado, no miraba el festín que se había desatado. Desde mi lugar recordé y pensé en cómo ese hombre infeliz dedicaba su vida a entregar felicidad y sonrisas a cuanto se le cruzara en su camino… no era justo que la Mala Suerte y Desdicha se ensañaran de ese modo, arrebatándole la única ilusión real que le quedaba… ver la migración anual de las golondrinas.

Sin dudarlo, salté sobre la cerviz de Desdicha y de allí pegué un brinco haciendo molinetes con mis cuatro patas para espantar la bandada de golondrinas, para que huyan de aquella visión. Furioso, continué dando arañazos a diestra y siniestra entre el hocico y los ojos saltones de Desdicha, forzándola a escabullirse en una loca y ciega carrera junto con su amazona, la Mala Suerte.

Una vez superado los acontecimientos, el cuentero y yo nos mudamos a la chimenea de un tejado. Ambos estamos aquí en la actualidad, esperando ver pasar la migración anual de las golondrinas.

Todo sucedió de un modo imprevisto, se suponía que debíamos esperar la próxima estación para apreciar la migración pero un aleteo despertó nuestra curiosidad... ¿Las golondrinas? Preguntó asombrado y jadeante, el cuentero. Asomamos la cabeza y vimos una lluvia de plumas blancas. Me volví loco de emoción, saltaba tratando de aferrar alguna con mis uñas filosas pero fueron cayendo, tapizando el suelo de plumas blancas. Cuentero estaba desconcertado mas yo, de visión gatuna, pude distinguir la bandada de ángeles que se esfumaron en el cielo hasta desaparecer por completo.



(Pieza única. Año 2013. Medidas: 80 X 57 cms. Precio $.600 dólares americanos)



jueves, 22 de marzo de 2018

LA NOCHE QUE LLORÓ EL SOL

Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.

Cap. 12 del libro "Delirios del Lirio"

(Derechos de autor, protegidos)




La brisa que entró por aquella ventana, fue trayendo hoja por hoja hasta completar el libro sagrado que yacía sobre la mesa. En él estaban contenidas palabras y voces muy antiguas que narraban historias de esas cuyos recuerdos se esfuman en las memorias quedando como legados a la posteridad por obra y gracia de visionarios alucinados; ellos redactan crónicas de hechos que jamás atestiguaron y que quizás nunca ocurrieron… ¿O sí?

En tiempos muy lejanos, desde el otro lado del mar, llegaron a estas tierras, enormes criaturas cuadrúpedas con brillantes monturas sobre sus lomos de las que emergían seres de metal bruñido, con largos brazos que escupían fuego y sonidos de trueno. Su aspecto sembraba terror en quienes los veían. El suelo temblaba al paso de sus pisadas.

Su ansiedad era fácilmente perceptible: buscaban las brillantes lágrimas que sobre estas tierras derramara el Sol, y nada ni nadie detendría su ambicioso afán. Para lograr su cometido sometieron a hijos de dioses atándoles las manos y colocando cepos a sus cuellos para matar su dignidad y nobleza. Interminables hileras de cautivos liados con cuerdas y cadenas eran arreadas, cargando pertrechos y provisiones sobre sus espaldas cual si fueran bestias de carga. Las mujeres eran usadas para satisfacción de sus bajos instintos carnales y/o como servidumbre en la recolección y labores domésticas, siempre desde maltratos que lograban avasallarlas. Los azotes eran persuasivos constantes a la indigna y servil obediencia. Muchos morían a causa de la desnutrición, los trabajos forzados y las enfermedades venéreas que los saqueadores trajeron consigo.

Nada detenía su ambicioso andar. Flechas, dardos, piedras y cualquier otro tipo de resistencia, resultaban inútiles contra sus armaduras y el ímpetu por apoderarse de las brillantes lágrimas del Sol. Valiéndose del temor que infundían, conminaron al enfrentamiento  de hermanos contra hermanos, induciéndolos al pecado de la traición hacia su misma sangre. Destruyeron culturas ricas en valores sociales, decapitaron Dioses y eliminaron tradiciones para imponer a cambio, costumbres decadentes y credos hipócritas. En sus pechos y estandartes llevaban pintadas aspas que decían ser la representación de un Dios sabio y verdadero, a ellas veneraban y ante ellas se santiguaban antes de iniciar cada matanza. Obligaban a los vencidos, a besar estos símbolos en actitud de sumisión. Cambiaban sus nombres nativos con el fin de desintegrarles su identidad, evitando que tuvieran un pasado al cual aferrarse,  pretendiendo convencerles de que eran una raza sin ancestros, una desheredada raza destinada a lamer los pies de los invasores que vinieron del otro lado del océano.

Entre estos saqueadores de armadura que, sin escrúpulos ni remordimientos herían, mutilaban y masacraban, se ocultaban otros invasores más perversos aún… los que utilizando la  palabra como arma, asesinaban credos, extirpaban ideas y doblegaban las almas. Ellos eran los encargados de interrogar y torturar a los sospechosos que, supuestamente, conocían los lugares en los que se podía hallar más lágrimas de Sol. Otra de sus funciones era la de oficiar rituales dedicados al símbolo de su aspa protectora, allí predicaban, subliminalmente, una obediencia unilateral de parte de los nativos. La maquiavélica premisa de esta doctrina era “soporta cualquier abuso sin protestar, pues eso te hará merecedor del paraíso”. Para la ocasión, vestían largas túnicas y escondían su rostro bajo capuchas.

Durante más de un siglo arrasaron caseríos, reinos e imperios con el único fin de arrebatar hasta la última gota de las brillantes lágrimas del Sol. Cuando ya no quedaba ninguna sobre la superficie de estas tierras, forzaron a los nativos a cavar y adentrarse en las entrañas de la tierra misma, en busca de las codiciadas lágrimas. Con habilidad de ratas, los nativos cavaban el subsuelo en jornadas largas y agotadoras, durante las cuales apenas si se les suministraban pequeñas raciones de granos y agua. En las galerías subterráneas, la muerte por inanición, asfixia y derrumbes, era una constante.

Resignados a esa subsistencia inhumana, los nativos habían perdido toda voluntad, hasta que un día, un grito retumbó desde las montañas: “¡BASTA YA!”. Quien profirió este alarido de protesta fue un nativo llamado Hamarúc. Harto de tanta degradación, muerte, abusos y mentiras, se descubrió el torso y arengó a un grupo de sometidos a la rebelión. Armados con piedras y palos, atacaron sorpresivamente a un grupo de sus opresores. Les arrebataron las cabalgaduras y destrozaron sus armaduras, dándose con la sorpresa que debajo de esa metálica piel había seres de carne y hueso… pero con el alma corroída por la ambición.

Una vez despojados de sus atavíos, fueron entregados a la plebe para que saciaran su sed de venganza por todos esos años de perversión, maltrato y muerte de los que fueron objeto. Hamarúc se reservó al jefe; lo tenía de rodillas ante sí, lo cogió por los cabellos y le vociferó al rostro

-¡Aquí sólo habemos dos culpables de esta masacre, tú por ser una hiena sanguinaria, asesina y ambiciosa, y yo por ser un león que se hartó de tus malas acciones!- A continuación, tomó una daga de pedernal, seccionó la cabeza de este y la levantó en señal de triunfo para que la vieran los sediciosos que estaban presentes.

La noticia del atrevido alzamiento de Hamarúc, corrió velozmente, llegando a oídos del grueso de los invasores, quienes no se demoraron en alistar a sus tropas con la finalidad de desagraviar la afrenta. La horda que acompañaba a Hamarúc, los vio aparecer como hormigas amenazantes en el horizonte. Eran miles de miles armados hasta los dientes, mas los poquísimos amotinados no se amilanaron y permanecieron en sus lugares, dispuestos a dar lucha… la presencia de Hamarúc, el león rebelde, su líder, les infundía valor y fe.

Los invasores con sus armaduras, los exterminaron en cuestión de minutos. La carnicería fue brutal, el fuego que expelían los brazos de los invasores atravesó sus carnes desatando una muerte en cadena; con unos cuantos estampidos aniquilaron a aquel puñadito de valientes que cual roedores, osaron morder la cola del dragón.

Hamarúc fue tomado preso vivo y clavado de manos y pies a una simbólica aspa de madera que erigieron en una colina para que todo nativo que por allí pasara,  viera su agonía como escarmiento disuasivo contra cualquier otro intento de rebelión. El león rebelde soportó su tortura sin proferir un ¡Ay!  El tercer día, levantó su mirada para, desde la atalaya en que había sido crucificado, ver la inmensidad de aquellas tierras que les fueron entregadas por los dioses a sus ancestros y que una manada de saqueadores vestidos de metal se las arrebataron para apropiarse de las brillantes lagrimas que el Sol vertió sobre ellas como dádiva por ser una raza divinamente escogida. El león rebelde lloró y el líquido de su llanto cayó al piso formando un manantial. Los clavos de sus manos y pies saltaron y Hamarúc se elevó a los cielos con los brazos extendidos. Cuando los invasores regresaron con la intención de desmembrar su cadáver y enviar sus piernas y brazos a cada punto cardinal como macabra lección, sólo hallaron el aspa de madera vacía y el manantial que su último llanto formó.

Cuentan aún, los ancianos del lugar, que nativo que pasara por aquel lugar y aplacara su sed en las cristalinas aguas del manantial, al levantar su vista ya tenía otra mirada… la misma mirada que tuviera Hamarúc aquella tarde que desnudó su torso y se enfrentó a sus opresores. En aquellas aguas se gestó la liberación de estas tierras del yugo de los invasores vestidos de metal bruñido que montando en sus cuadrúpedas bestias, aparecieron desde el otro lado del mar a robar las brillantes lágrimas del Sol.

 

Entre las últimas páginas del libro sagrado que yacía sobre la mesa había una hermosa y larga pluma blanca.


(Pieza única. Año 2013. Medidas: 80 X 57 cms. Precio $.600 dólares americanos)


jueves, 8 de marzo de 2018

BESO DE SANGUIJUELA

Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía

(Derechos de autor, protegidos)




Todos escuchamos sus alaridos, aunque el extraño los hacía en silencio. Su boca fue cosida con alambre, y aun así escupió su “furia”.

Todos veíamos la venda de sus ojos, sin embargo, percibimos su mirada de fuego relamiendo nuestras pieles con su desprecio.

Luego de ello abrió sus alas, pero no voló, levitó… y cuando desapareció entre las estrellas vimos, sobre el lugar donde estuvo posado, un charco azul relleno de penurias viscosas, y al centro, una orquídea púrpura.

He sido testigo de los últimos Apocalipsis, pero la cicatriz más grande que llevo en mi mente… es la que me infirió el extraño con su partida.



(Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)

jueves, 4 de enero de 2018

MORADA PARA LOS INSTINTOS


IIustración y prosa de Oswaldo Mejía

(Derechos de autor, protegidos)



Su llegar fue silencioso, subrepticio; como llegan los ladrones en la noche. Llegó entre la turbia neblina del amanecer. Debía pasar inadvertido.

 Probó todos los pecados del mundo. Amó y también degustó de los sabores de la piel, pues debía ser hombre y a la vez, hijo de las estrellas.

 Esparció el conocimiento entre “Los Normales”, los hizo pensantes y desató sus mentes cuando obsequió al mundo el libre albedrio.

El Dios verdadero no te quiere “Esclavo adorador”, lo que Él desea, es tu plenitud.

Los celos de los farsantes lo tergiversaron a Demonio, lo difamaron, y lo confinaron eternamente a las entrañas del subsuelo.

…Pero el fin de los tiempos esta “al doblar la esquina”; y entonces, Él emergerá de las entrañas del inframundo. Y todos veremos el brillo de sus escamas; sus ojos insectoides; sus garras reivindicatorias… y sus mandíbulas ostentando el furor de sus mordidas.

¡Que tiemblen y huyan los que se autoproclamaron guardianes de la fe!

¡Que oculten sus cabezas los Reyes, Gobernantes y Tiranos!

¡Los candados han caído; los goznes fueron forzados y las cadenas ya ni recuerdo son!

La luz del farol agrega brillos macabros a esa mancha roja que cubre el empedrado; y sobre ello se edificará el NUEVO ORDEN… libre de pecado…

Con hombres libres de cuerpo y pensamiento.

 

 (Libro de los lamentos, XIII-XLII.)



(Pieza única. Año 2011. Medidas: 80 X 57 cms. Precio $.600 dólares americanos)

miércoles, 20 de diciembre de 2017

SIEMBRA DE AMNESIAS


IIustración y prosa de Oswaldo Mejía

(Derechos de autor, protegidos)





*-Mi Libro estuvo siempre abierto, y tú viniste desde muy lejos a leerlo, hay hojas en blanco en él, debes escribir en ellas, mas lo harás con la roja tinta de tu sangre.

-Señor mío, tengo frío, me asedia el dolor y el miedo me invade.

*-El ángel níveo que te envié proveerá tu tibieza, adormecerá tus penas y acompañará tus pasos mientras acaricia y estimula el crecimiento de tus muñones.

-¿Me puedes regalar una sonrisa? No la quiero para mí, la quiero para el ángel.

*-Dejé dos sonrisas eternas en tus alforjas, vayan juntos a repartir mis golosinas, pues quienes las consuman también vendrán a escribir sobre las hojas en blanco de mi libro.

 -Me has devuelto el deleite Señor mío ¿Podré volar nuevamente?

*-Tendrás que hacerlo, ya que los quiero junto a mí ¿Notas que aparecieron remeras en tus muñones? He creado la brisa y los vientos para ustedes, ellos acarician sus rostros... Surquen los cielos tomados de las manos, sólo así proyectarán una sombra única al amanecer. Cuando las luces se extingan para dar paso al ángelus, crepúsculo en el que resonarán las campanas, serán estrellas en mi firmamento.



 (Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)



jueves, 14 de diciembre de 2017

HUELLAS SOBRE LO DORMIDO


IIustración y prosa de Oswaldo Mejía

(Derechos de autor, protegidos)




¿Acaso crees que soy portador de la consigna de cercenar tus alas? ¿Crees que vine a interrumpir tu gracioso aleteo cuando enrumbas hacia el Sol? Pues te equivocas ángel mío, soy quien vino a acariciar tus hombros para estimular el crecimiento de tus remeras. No tengas miedo de mí, me enviaron a borrar tus malos recuerdos. Las caricias esquivas las esfumare yo. Traje semillas de luz que germinarán en tu alma. Mi misión está por concluir. Ahora estoy dentro de ti y desde aquí puedo lamer tu piel con amor…


  (Pieza única. Año 2011. Medidas: 80 X 57 cms. Precio $.600 dólares americanos)

jueves, 7 de diciembre de 2017

FUNERALES DE ALFA


IIustración y prosa de Oswaldo Mejía

(Derechos de autor, protegidos)



Llegamos hasta aquí traídos por el viento cual dos barquichuelos a la deriva. Probé del néctar de tus sonrisas y alegría... lo disfruté y a ellas me acostumbré. Ahora, esas voces grises nos jugaron una mala pasada. Con habilidad de cirujano han sellado tu boca, cosiendo tus labios y negándome la luz de tus farolitos. Has soltado mi mano, detestas mi locura; me confundes con los demás seres de este mar. Has tirado tus alas para no volver a tocar los cielos en compañía mía. Afuera hace frío y todo está oscuro; tú me inventaste este destino y debo intentar surcarlo solo. Me iré, pero lo haré caminando de espaldas al mundo, para no perderte de vista, y así mirar si te animas a levantarte y continuar este camino junto a mí, tomada de mi mano. Siempre caminaré de espaldas, pues mantengo la certeza de que volverás, aunque sea con otro rostro, a tomar mi mano. Afuera hace frío y todo está oscuro...


 (Pieza única. Año 2011. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)