Ahora caminamos asidos, tú con tus manitas henchidas de mí, y yo, aferrado a la visión de verte sonreír.
jueves, 24 de mayo de 2018
JUNTOS SOMOS LA TORRE QUE ORDENARÁ LOS VIENTOS
Ahora caminamos asidos, tú con tus manitas henchidas de mí, y yo, aferrado a la visión de verte sonreír.
jueves, 17 de mayo de 2018
EPISTOLAS DEL EXQUISITO
Esa bruja me tildó de falso.
-¡Quiero viajar y no me das el pasaje! ¡Tú sí irás a pasear a
NEUROPA!-dijo.
Hubiera querido darle mi boleto…pero este viaje no se lo deseo a nadie; mueres poco a poco mientras observas el paisaje. No se sabe si avanzas o es el camino el que retrocede, las ventanas nunca dicen la verdad pura, siempre guardan algo de mentira… Quizá el vidrio le diga a la hechicera que me fui sonriendo, cuando en verdad, mis labios eran incapaces de manifestar alegría.
Sólo quiero desconectarme, detener este viaje a NEUROPA ¿Me servirán estas tijeras para intentarlo? Voy introduciéndolas por mi nariz… las puntas tocan mi cerebro, sangro profusamente y me duele el alma ¡Maldición, quiero hacerlo, pero no sé qué es lo que debo cortar!
¿Por qué te fuiste papá? Tú siempre estirabas tus manos y me alcanzabas todo…ahora esto está allá, muy arriba, y no logro desconectarlo.
Quiero detener este mi viaje a NEUROPA.
¡Papáaaaaaaaa! Estoy sangrando excesivamente y me duele el alma ¿Quieres decirme qué debo cortar para desconectarme?
Ahora voy a dormir, te espero allá, en mis sueños… No te tardes papá, es incómodo dormir con tijeras en la nariz.
Esa bruja me tildó de falso.
-¡Quiero una escoba nueva y no me la das! ¡Tú sí te irás a
pasear a NEUROPA!- Dijo
jueves, 10 de mayo de 2018
LAS NUBES NO SON PARA TODOS
Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.
Cap. 14 del libro "Delirios del Lirio"
(Derechos de autor, protegidos)
A pesar de la penumbra envolvente, se podía escuchar el
bullicio proveniente de una gran actividad. Todo latía. Se percibía el flujo de
un torrente alimentando de vida toda esa gran bóveda. Aún así, un denso vaho a
muerte se esparcía en el ambiente y es que ese binomio contradictorio es ley
universal: La vida se presenta como heraldo de la muerte y la muerte es la
renovación de la vida. La gran bóveda estaba hecha de una estructura ósea
recubierta de músculos, tendones y arterias en versión macro que albergaba
infinidad de huevecillos palpitantes. Una mucosidad ámbar barnizaba todo,
creando destellos, brillos y contraluces, todo muy macabro.
Al parecer, yo era el único testigo consciente y tengo negada
la inteligencia necesaria para comprender el inicio de esto, tan sólo me mueve
la necesidad de parasitar. Tengo la virtud de la paciencia… era esperar la
llegada de mi hospedero era lo único que debía hacer.
De manera casi simultánea, muchos de los huevecillos se
rompieron e hicieron eclosión varias decenas de seres con las formas anatómicas
más diversas, desde las más repugnantes hasta las más hermosas criaturas,
algunas hasta tenían aspectos angelicales y mostraban muñones de alas saliendo
de sus omóplatos. Todos pugnaban por abandonar rápidamente el nidal que hasta
ese momento los había cobijado, como si un dictado instintivo los guiara a
emprender el urgente éxodo hacia una misma dirección. Unos se arrastraban;
otros caminaban con la torpeza de un cervatillo recién nacido, trastabillando y
dando tumbos; otros reptaban, mas ellos, sin excepción, se movilizaban
utilizando el mayor potencial de sus fuerzas, lo cual dificultaba que yo
pudiera lograr mi propósito: abordar a alguno de ellos.
Cuando alguno de estos seres alcanzaba a otro, inmediatamente
se desataba una lucha encarnizada donde se derrochaba dentelladas, arañazos,
pinchazos y ataques, cada cual utilizando los recursos que poseían para
agredir. En este contexto, la violencia esgrimida era indistinta de parte de
los seres repugnantes como de los de aspecto angelical que, en contraste a su
dulce apariencia, también sacaban a relucir una desmedida fiereza. El resultado
ineludible era, al menos, la muerte de uno de ellos pues los que venían detrás
y los alcanzaban, también tomaban parte de la contienda. Los que sobrevivían
continuaban la marcha hasta que se topaban con alguno que llevaba la delantera
o eran alcanzados por los rezagados, entonces se reanudaba la reyerta mortal y
despiadada. Cada vez eran menos los que continuaban en carrera. El recorrido
era una estela de vidas segadas y restos sanguinolentos regados como manifiesto
de la crueldad de aquella competencia irracional.
Los pocos que llegaban hasta el final del sendero, hallaban
una entrada estrecha y cavernosa y por allí se introducían, desapareciendo de
mi vista. Todo se había desarrollado de manera rápida y violenta, tal como lo
estipula la vida misma.
Mi agudo olfato o quizás mi instinto, me llevó a volver la
mirada hacia el inicio del drama, la nidada. Allí, entre la penumbra y los
restos de los huevecillos, el último de los rezagados, permanecía sentado
succionando el dedo pulgar de su mano derecha, como si fuera ajeno a todo lo
ocurrido, al pasaje mismo. Su frondosa cabellera azabache marcada por ondas,
apenas si dejaban ver parte de su rostro y su mirada triste y confundida. En
conjunto, su cuerpo y cabellera, daban la apariencia de un arbolito solitario y
seductor amparado en la oscuridad. Cual espora, aproveché una brisa y empujado
por el viento fui a posarme entre sus cabellos. Ni bien tuve contacto con él,
sentí un fogonazo de luz muy intenso pero acogedor; él era puro, limpio, un ser
con mucha luz, de esos que no tienen cabida ni oportunidad de sobrevivir en
este mundo hostil, pero era mi última oportunidad, luego de él no quedaba nadie
a quien parasitar, hubiera tenido que esperar la eternidad para que aconteciera
la siguiente eclosión masiva y yo no me podía exponer a sucumbir en la espera.
Guiado por mí apetito, me abrí paso hasta alcanzar su piel, me adherí a ella y
entonces sorbí de su sangre con avidez y hasta saciarme. Ahora era mi
hospedero, él me pertenecía, entonces, al tiempo que me nutría con su líquido
vital, que me brindaba la dadiva de vivir a sus expensas, me impulsaba a
cuidarlo. Así fue que nuestra relación viró a la mutua dependencia. Protegerlo
a él, era proteger mi propia existencia y estaba dispuesto a darme íntegramente
en ello. Por naturaleza yo tengo enraizado el instinto de la supervivencia ¿Y
por qué no compartir algo de ello con mi hospedero? Ello lo haría competitivo,
luchador y por ende más apto. Si él vivía yo vivía, así es que segregué algo de
mi instinto y lo inoculé en su torrente sanguíneo.
Inmediatamente su organismo reaccionó con un ligero
enervamiento seguido de una euforia inusitada. Se puso de pie y con paso
cansino pero firme inició el recorrido hacia la gruta de salida. Su andar
pausado dio oportunidad a que otros parásitos que se habían mantenido
imperceptibles, saltaran sobre él en pos de su sangre, más sólo tres lograron
aferrarse. Pude notar su presencia pues la sangre de nuestro hospedero ahora
tenía el sabor de la ira, el sabor de la fe y el sabor del razonamiento,
ingredientes aportados por los otros tres parásitos que, al igual que yo, debían
estar empeñados en proteger nuestra fuente de vida… nuestro hospedero.
A partir de entonces, quien nos llevaba a cuestas era un
hombre desafiante, alguien que creía en sí y en sus capacidades para
enfrentarse a cualquier adversidad. Su riego sanguíneo se había acelerado…
caminaba con más aplomo… era casi un semi-Dios terrenal, poseyendo todas las
condiciones para ser un vencedor. Caminamos hacia la gruta de salida, pero él
siempre atento de no pisotear los restos de los caídos en la brutal
competencia.
Cuando llegamos a la gruta vimos un hueco al final, era el
paso a un corredor que concluía en un salón donde se mostraban como únicas
salidas tres puertas. Caminamos llenos de curiosidad, pero con la cautela que
da la prudencia; pasamos el corredor y llegamos al salón. En estado de alerta,
nos mantuvimos dubitativos unos instantes. Desde mi posición, yo percibía,
además de la mía, la angustia de los otros tres parásitos como la de nuestro
hospedero mismo ya que su sangre variaba de sabor según su estado de ánimo y
según lo que aportábamos cada uno de los parásitos en pro de la toma de
decisiones. Éramos lo más análogo a un equipo dedicado a salvaguardar nuestra
supervivencia.
Abrimos una de las puertas y una intensa luz nos encegueció,
pero sólo un instante. Inmediatamente vimos un ambiente lleno de escaleras
inconexas por donde se paseaban seres muy extraños que desafiaban la gravedad y
la lógica pues muchos tramos de estas escaleras debían hacerse caminando de
cabeza, como si se tratara de un mundo al revés. Nos llamó la atención un tipo
con el cráneo rapado que tiraba de una cuerda atada a una piedra a la que le
daba órdenes; otro se auto-flagelaba las espaldas mientras recitaba plegarias;
muchos reían a carcajadas sin motivo alguno. Vimos a uno trepado a una vara y
con una brocha en la mano, intentando alcanzar el cielo para pintar un Sol
esplendoroso. Una mujer lloraba sin cesar mientras cargaba entre brazos a un
bebé imaginario. Un anciano de mirada extraviada hablaba sobre historias de
mundos fantásticos que a nadie le interesaba escuchar. Todo allí era una mezcla
de estupidez, demencia y absurda genialidad. Un tipo vestido con sombrero y
ropas multicolores, con una pluma entintada en sangre, se nos acercó y nos
dijo:
-¡Bienvenido a la locura!- A continuación, con su pluma
ensangrentada escribió algo en la frente de nuestro hospedero -Ya eres uno de
aquí, puedes volver cuando lo desees- dicho esto, se fue caminando hacia atrás
sin quitarnos la vista de encima.
Salimos, cerramos aquella puerta y nos enrumbamos hacia la
siguiente. Ni bien abrimos la segunda puerta, una mezcla de olores nauseabundos
pero tentadores cual feromonas llegaron hacia nosotros. El lugar estaba
escasamente iluminado por una tenue luz rojiza y todo lo visible tenía
impregnado un sabor retorcido y patético. Casi todos los allí presentes, tenían
garabateadas caricaturas de sonrisas en sus rostros. La mayoría de ellos
bebían, fumaban, contaban monedas y copulaban; los que no, yacían tirados en el
piso o arrumados en algún rincón en posiciones que semejaban a muñecos
desarticulados. El piso estaba alfombrado de secreciones y vómitos, por lo que
decidimos no dar un paso más hacia el interior. Una mujer semi desnuda y con un
tufo a todos los vicios, vino hacia nosotros, rodeó el cuello de nuestro
hospedero con sus brazos y se restregó contra su anatomía, a continuación, le
estampó un prolongado beso en la boca. Yo sentí claramente la contaminación de
la saliva de la mujerzuela en la sangre de nuestro hospedero. Cuando por fin se
separó, la mujer puso el dedo índice en sus labios y dijo:
-Cuando tu soledad te agobie, tienes un lugar aquí- Nos dio
la espalda y se alejó cimbreando sus nalgas y caderas. Presurosos y algo
asqueados salimos de allí y cerramos la puerta.
Al llegar a la tercera y última puerta, la abrimos con
extremo cuidado, muy lentamente. Nuestro hospedero introdujo la cabeza y vio
que allí reinaba un cielo azul apenas interrumpido por un largo muro y una
columna en primer plano sobre la que estaba recostada la criatura más hermosa
que pudiera imaginarse. Ella lloraba y con delicadeza juntaba sus lágrimas en
un cuenco. Cuando se dio cuenta de nuestra presencia, nos preguntó:
-¿Tienen sed, verdad?- y nos ofreció a beber las lágrimas que
había recolectado en el cuenco. Luego de beber el dulce líquido, los cuatro
parásitos, al unísono, nos percatamos de que ella era la primera que se había
dirigido a nuestro hospedero hablándonos en plural.
La mujer tomó de la mano a nuestro, hasta ese momento,
hospedero y le susurró al oído:
-Nunca más tu mano estará huérfana, yo no voy a soltarla…- Y
juntos empezaron a caminar hacia un espiral ascendente que culminaba en una
gran burbuja. En el camino cayeron cuatro plumas blancas y en cada una,
nosotros, los parásitos. Ese hombre ya no era de aquí, estaba completo y ningún
parásito era digno de beber su sangre…
jueves, 3 de mayo de 2018
ENAJENIA
Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía.
(Derechos de autor,
protegidos)
Y asquerosamente sentimental.
Soy letal.
Soy un perol infernal donde se cuecen ideas sueltas.
Cabalgo entre la confusión y sobre mi caos escribo:
¡Abran paso a este débil súper-hombre!
viernes, 20 de abril de 2018
CICATRICES
Infelizmente nacida, infelizmente casada con el fracaso… infelizmente
cargaba su vida inútil entre la soledad de aquí y la soledad de allá.
Todos los amores que pudo hallar en su andar, se le mostraron incompletos. Los buscaba por doquier, siempre esbozando aquella sonrisa ficticia y frágil de señorita vieja.
-¡Maldito espejo! ¿Por qué no guardas tu sinceridad para aquellos que no tienen motivo para el llanto?-
A menudo se vestía de primavera e iba a la estación, siempre con la esperanza de volver con un amor que mostrar para despertar envidias. A veces pescaba alguno y retornaba muy oronda con él del brazo; más siempre eran amores líquidos, de esos que se escurren entre las manos. Y retornaba el llanto, y volvía el sarcasmo del maldito espejo. Y nuevamente las idas a la estación, enfundada en la primavera de sus vestidos.
-¡Hey niño! ¡Hey anciano! ¡Hey perrito callejero! ¿Es que no me podrían vender un poquito de su sonrisa verdadera? ¡Tengo en mi bolso dinero suficiente! Sólo quiero sonreír de verdad…-
Esa mañana compró una manzana y un lindo ramo de flores, se inventó un nombre de galán y pidió que enviaran el conjunto a su domicilio
¡Que buena idea! Las flores serían el justo homenaje a su
coquetería y la manzana sería la promesa del desenfreno.
Pasó el día deambulando entre cigarrillo tras cigarrillo. Cuando llegó a casa, ya estaban allí el ramo de flores y la manzana. Fingiendo sorpresa y entusiasmo, leyó en voz alta el nombre del galán, dio un mordisco a la manzana y volteó su sonrisa hacia el espejo, esperando que este la envidiara… Pero el maldito espejo sonreía más sarcástico que de costumbre…
viernes, 13 de abril de 2018
DESTRUCTEORICA PARA BARDO
miércoles, 28 de marzo de 2018
GOLONDRINAS DE OCTUBRE
Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.
Cap. 13 del libro "Delirios del Lirio"
(Derechos de autor, protegidos)
Escribía… y escribía… y escribía, quizás con pasión, quizás
con rabia. Encendía un cigarrillo tras otro, siempre dentro de su burbuja. Los
instantes que detenía ambas acciones eran para elevar su mirada hacia el cielo
como aguardando que este le diera la orden de “¡Basta ya!” Pero siempre era
repetitivo y cíclico su accionar. Al cabo de unos segundos bajaba su mirada y
todo volvía a empezar, retomaba su escritura y su incesante encender de
cigarrillos. Tiempo atrás, mientras escribía y adicionaba lo escrito a su gran
libro, no dejaba de estar atento a mis necesidades: que si tenía mi agua
fresca; que nunca faltarán mis galletitas; que si la ventana estaba abierta o
cerrada, según el frío o calor que presentara la ocasión. El loco divino me
adoraba y se sentía muy orgulloso al hablar de mí con aquellos necesitados de
esperanza que acudían a visitarlo, escuchar sus historias y llevarse el
obsequio de una sonrisa.
Tres veces por semana salía de su burbuja. Se aseguraba que
esta quedara bien cerrada tras de él y bajaba a mi plano con su gran libro
repleto de miles de historias y una canastilla colgada al cuello, diciendo:
- Debo ir a recoger
algunos pecados de este mundo… ni se te ocurra hacerte invisible pues necesito
verte a mi regreso…- y se iba muy entusiasmado. Yo percibía que su entusiasmo
era ficticio, pero él era un cuentero por excelencia, un magnifico manipulador
de emociones y sensaciones. Usaba sus poderes también consigo mismo para auto
engañarse con el apego a una vida que, yo sabía, le era torturante. Al regresar
por la tarde, volvía con una gran sonrisa, difícil de leerla y reconocerla como
parte de su disfraz de repartidor de esperanzas si no se es un observador acucioso.
Se aseguraba de mi visibilidad, de que tuviera mi agua fresca y mis galletitas.
Si traía gelatina, helado de chocolate o dulce de leche, lo ponía a mi
disposición con el claro propósito de hacerme feliz y luego él comía las sobras
que yo dejaba.
La canastilla que llevara colgada al pecho, siempre retornaba
llena de papelitos escritos que nunca me dejó leer.
- Estos son gritos del alma que sólo yo debo leer y aplacar-
Decía. Luego subía desde mi plano hacia su burbuja y una vez dentro de ella iba
leyéndolos uno a uno. Conforme terminaba
de leerlos, se los llevaba a la boca y los tragaba con un sorbo de agua fresca,
y nuevamente escribía… y escribía… y escribía…
Muy entrada la noche, cuando esta empieza su litigio con el
amanecer, el cuentero abandonaba su burbuja, la cerraba cuidadosamente y bajaba
a mi plano buscando acurrucarse a mi lado. Yo sabía que no requería de mi
tibieza corporal, era un alma solitaria que necesitaba de mi compañía;
necesitaba cuidar de mí, necesitaba saber que yo era y estaba. Aunque lo
estorbara o lo importunara a veces, yo era su ancla a esta vida. Entre
dormitando, estiraba su brazo para que yo recostara mi cabeza sobre él y
entonces se dormía profundamente esbozando una hermosa sonrisa con la que se
iba hacia los mundos que soñaba.
El día siguiente era casi un calco del anterior: Yo lo
despertaba con palmaditas en su rostro y el cuentero se levantaba refunfuñando
pero sonriente. Se ocupaba de mi agua fresca y mis galletitas y subía a su
burbuja a escribir hasta que algún desesperanzado viniera a interrumpirle
solicitando que con sus historias le regale una sonrisa.
Una mañana toda esta rutina varió. El cuentero se despertó
por si mismo, con un optimismo inusitado. No se ocupó de mi agua fresca ni mis
galletitas, sólo me dijo:
-¡Hoy es día de migración de golondrinas! Lo he soñado por
dos años y hoy es el día. Debo ver ese espectáculo para escribir sobre ello- se
fue y no volvió hasta después de tres semanas.
Cuando le vi llegar tenía los ojos empapados en llanto y por
su rostro caían borbotones de lágrimas que acababan su recorrido en el piso,
humedeciendo el polvo. Lamí sus mejillas y entonces supe que lloraba por amor,
no eran saladas, eran lágrimas con sabor
a agua de manantial. Lloró por tres días consecutivos. No escribió, no atendió
a los desesperanzados que venían a pedir sonrisas ni salió con su canastilla al
cuello a recolectar pecados. Al cabo de esos tres días abandonó la posición de
cuclillas en que estuvo, se puso de pie y sonriendo, mientras se ocupaba de mi
agua fresca y mis galletitas dijo:
-¡El próximo año también habrá migración de golondrinas!-
Subió de mi plano a su burbuja y escribió… y escribió… y escribió…
Aquella noche algo determinante marcaría un antes y un
después. El cuentero estaba escribiendo en su burbuja, como de costumbre,
cuando escuchamos que desde la reja de entrada una voz reverberante llamaba:
-¡Cuenteroooooo, se que estás allíiiiiiiiii!- Los desesperanzados
jamás acudían a él a esas horas ¿Quién podría llamar a esas horas y con tanta
familiaridad?
El cuentero, al escuchar el llamado salió de su burbuja y
presuroso bajó a mi plano, dirigiéndose a la reja de entrada. Yo fui tras él ya
que tuve un mal presentimiento.
Al otro lado de la reja había una siniestra figura cubierta
por un manto blanco aupada sobre una extraña y espantosa criatura.
-¿No me reconoces, cuentero? Soy la implacable Mala Suerte
montada sobre la Desdicha. Tenemos una cita pendiente. Sabes que debo alimentar
y cebar a Desdicha con las sonrisas que te empecinas en dibujar a quienes
hallas en tu camino- dijo al tiempo que palmeó con devota complicidad el lomo
de la repugnante y rechoncha criatura que montaba.
-No se cómo le haces, cuentero. Siempre que te visité te
arrebaté esos artificios que usas para fabricar y repartir sonrisas pero
siempre te das maña para crear otros. Ahora Desdicha tiene más apetito que
nunca y recurro a ti ya que nunca me fallas, siempre tienes algo nutritivo para
saciar su voracidad.
- ¡Te juro que no tengo nada! ¡Te lo juro!- Repetía
implorante el Cuentero, pasmado y retrocediendo paso a paso, con los brazos
abiertos, extendidos hacia atrás, el rostro desencajado y los ojos como
queriendo salírsele de sus orbitas, retrocedía paso a paso.
-Eres un embustero, a mi no lograrás engañarme con tus
cuentos. Tienes tu libro, será un buen aperitivo para Desdicha. Sabes que son
las reglas de el juego de la vida: Cuando Mala Suerte y su inseparable Desdicha
se presentan a tu puerta, algo deben llevarse de ti…- Mientras hablaba iba
despojándose del manto que la cubría, dejando expuesta su exquisita desnudez
sin rostro, mientras por su cuello, cual si fuera una fumarola, expelía una
estela de humo, volviéndola más tétrica aun.
-¡Noooo! ¡No te daré mi libro! ¡Desdicha no se tragará mi
libro!- El cuentero había retrocedido hasta topar la espalda con una de las
paredes. Desde allí, acorralado, seguía implorando por mantener su libro de
cuentos con el que dibujaba sonrisas en los rostros de los desesperanzados.
Sin siquiera voltear hacia mí, la enigmática hembra me señaló
diciendo:
-Entonces lo quiero a él, está lleno de felicidad y servirá
para aplacar un poco, aunque más no sea, el apetito de Desdicha.
El cuentero se arrodilló y juntó las manos como si fuera a
elevar una plegaria.
-¡Él es lo único real que me ata a esta vida! ¡Sin él mi vida
no tendría sentido! Te ofrezco mi cuerpo y mi carne toda… yo seré la cena de
Desdicha pero a él… no lo toques…te lo ruego- suplicó.
-Tú no me sirves, cuentero. Eres un desdichado, un infeliz
acervo de huesos y pellejos. Ya sabes, Desdicha se alimenta de sonrisas,
alegrías y felicidad, así es que tu gato le vendrá bien ¡Él sí que reboza
felicidad! Ja, ja, ja.
-¡Huye, Orión! ¡Huyeeeeeeeee!- Me gritó el cuentero. De un
salto trepé el muro empedrado y me perdí entre la noche y el follaje de los
árboles aledaños. Desde allí podía ver y escuchar todo lo que acontecía sin
correr peligro. Desdicha acercó su hocico y centímetro a centímetro fue husmeando
ansiosamente el cuerpo del cuentero que no cesaba de llorar e implorar. Al
llegar a su pecho su inquietud se hizo más evidente.
-¿Qué tanto hueles a ese infeliz? ¿Es que acaso te interesa
tragar carroña?- La humeante hembra se encorvó a medias, estiró su mano tocando
y con su dedo índice, levantó el rostro del cuentero.
-¿Acaso ocultas algo de felicidad en ti? ¡Muéstrame tus
sueños y recuerdos!- dijo irónica. El humo que brotaba de su cuello se
intensificó cubriendo casi todo el ambiente para luego dar paso a la presencia
tangible de un precioso cielo por el que surcaba una bandada de gráciles
golondrinas. Observé su vuelo y mis ojos manifestaron satisfacción.
- Aja ¿Con que esta es la esperanza que ocultas, eh,
Cuentero? Mmm... ¡Provecho Desdicha! Ya tienes algo para tragar ¡Devórate esta
ilusión! Que no quede ni el mínimo recuerdo de la migración de esas estúpidas
golondrinas.
Desdicha se dio a la tarea de engullir el cielo. El cuentero
era un mar de lágrimas, moco y babas chorreaban por su rostro. Resignado, no
miraba el festín que se había desatado. Desde mi lugar recordé y pensé en cómo
ese hombre infeliz dedicaba su vida a entregar felicidad y sonrisas a cuanto se
le cruzara en su camino… no era justo que la Mala Suerte y Desdicha se
ensañaran de ese modo, arrebatándole la única ilusión real que le quedaba… ver
la migración anual de las golondrinas.
Sin dudarlo, salté sobre la cerviz de Desdicha y de allí
pegué un brinco haciendo molinetes con mis cuatro patas para espantar la
bandada de golondrinas, para que huyan de aquella visión. Furioso, continué
dando arañazos a diestra y siniestra entre el hocico y los ojos saltones de
Desdicha, forzándola a escabullirse en una loca y ciega carrera junto con su
amazona, la Mala Suerte.
Una vez superado los acontecimientos, el cuentero y yo nos
mudamos a la chimenea de un tejado. Ambos estamos aquí en la actualidad,
esperando ver pasar la migración anual de las golondrinas.
Todo sucedió de un modo imprevisto, se suponía que debíamos esperar la próxima estación para apreciar la migración pero un aleteo despertó nuestra curiosidad... ¿Las golondrinas? Preguntó asombrado y jadeante, el cuentero. Asomamos la cabeza y vimos una lluvia de plumas blancas. Me volví loco de emoción, saltaba tratando de aferrar alguna con mis uñas filosas pero fueron cayendo, tapizando el suelo de plumas blancas. Cuentero estaba desconcertado mas yo, de visión gatuna, pude distinguir la bandada de ángeles que se esfumaron en el cielo hasta desaparecer por completo.
jueves, 15 de marzo de 2018
LOS PARPADOS DE ETHEREA
Cuando me hube saciado, solté su pezón, estiré el pescuezo y mi hocico alcanzó un plano más allá de estos cielos. Entonces bostezaba atragantándome en cada bostezo con los sueños de allá, para traerlos entre mis fauces y luego soñarlos acá.
Es quizás por ello que cuando duermo me sientes lejano; y
cuando estoy despierto me percibes extraño, amor mío.
jueves, 8 de marzo de 2018
BESO DE SANGUIJUELA
Todos veíamos la venda de sus ojos, sin embargo, percibimos su mirada de fuego relamiendo nuestras pieles con su desprecio.
Luego de ello abrió sus alas, pero no voló, levitó… y cuando desapareció entre las estrellas vimos, sobre el lugar donde estuvo posado, un charco azul relleno de penurias viscosas, y al centro, una orquídea púrpura.
He sido testigo de los últimos Apocalipsis, pero la cicatriz más grande que llevo en mi mente… es la que me infirió el extraño con su partida.
jueves, 1 de marzo de 2018
UN CÁLIZ VACIO
Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía
Cap. 11 del libro "Delirios del Lirio"
(Derechos de autor, protegidos)
Desde muy niño, Nim dio muestras de ser un elegido, un ser
especial, uno de esos pocos que nacen para guiar grandes rebaños de “normales”.
Era evidente que por sus venas corría sangre de Titán, en sus genes, la semilla
de aquellos que tiempo atrás, subrepticiamente bajaron del cielo y preñaron a
ciertas hembras, sembrando sus entrañas
con su herencia. La contextura física de Nim era superior a la de los
demás. Estaba dotado de gran estatura, era hermoso y temerario… Su agudeza y
carisma lo destacaban ampliamente muy por encima de cualquier normal que hubiera
estampado huellas en el suelo de este planeta.
Los “normales” eran de naturaleza débil. Poseían una piel
endeble, fácil de rasgarse y eso los exponía a desangrarse ante el menor
accidente o ataque de bestias que pululaban en constante acechanza de presas.
Esa fragilidad los estaba llevando al borde de la extinción y por ende, a la
supresión de su presencia en el contexto de la forja de un legado. Apenas si
pasarían como el recuerdo de una huidiza especie que sirvió de alimento a los
depredadores.
Nim vino a este mundo con habilidades paranormales. Tenía
excelentes reflejos y una gran fortaleza física y emocional. Fabricar armas y
artificios para enfrentarse a las bestias que merodeaban por su precaria aldea,
era un juego para el pequeño Nim, quien desde muy jovencito supo erigirse como
un “Alfa” entre la gran manada de los “normales” con los que convivía. Poco a
poco su fama de cazador y protector se propagó por toda la faz del planeta.
Desde las zonas más lejanas, venían grupos y clanes de “normales” dispersos, a
solicitar la protección del gran “Nim”
No tardó el hábil cazador en convertirse en líder y luego
erigirse Rey de su clan. Su poder iba en aumento, el reinado resultaba
insuficiente para su sed de poder, entonces iba camino a ser el protector y
guía de un imperio, el emperador de todos los “normales”. Nim el único, Nim el
grande, “NIM, REY DE REYES”
Una vez acaparado todos los dones, dádivas y circunstancias
favorables, conquistar poder, riquezas y el respeto de sus súbditos, fue lo
esperado. Del mismo modo y como consecuencia de su grandeza, era el poseedor de
la mujer más hermosa de todas las habidas. Claro que la vida no olvida su
sarcástico juego y siempre se ensaña quebrantando la dicha total con algún
“pero…” Para Nim, la desdicha fue la imposibilidad de procrear.
El gran Nim, dueño del destino de cada integrante de la raza
de los “normales”, estaba incapacitado para engendrar su prole. Entre tanta luz
que irradiaba, esa era la parte oscura de su existencia, el origen de sus
penas, desdichas y fatales desatinos.
Ese ingrato segmento de su existencia era el secreto que
guardábamos celosamente, el gran Nim, su esposa Semira y yo. Crecimos juntos,
compartiendo juegos de niños, nuestras primeras experiencias con las hembras de
la especie, luchas, batallas y su precoz asenso al poder, yo, refugiado en su
fuerza y destreza y él, amparado en mis consejos y opiniones. Fue así que me convertí en el guardián de sus
confidencias.
Por lo demás, Nim seguía sorprendiendo a la humanidad con sus
genialidades. La que más trascendió, pues no había precedentes, fue la de
construir una muralla de protección que rodeara el perímetro de su extenso
reino, una hazaña que agregó a la enorme lista de sus proezas. Nim era el
arquitecto de la primera ciudadela
edificada y amurallada con piedras y ladrillos. Había construido a pulso, un
cobijo de material noble para guarecer a toda la raza de los “normales” y sin
embargo era incapaz de construirse un hogar propio, como cualquier mortal. Esto
era motivo de preocupación pues si no tenía hijos, no estaría completo,
quedaría expuesta ante sus vasallos, esa maldita fisura que lo condenaba. Esa
oquedad por la falta de un heredero biológico
para mostrar al mundo, fue la tortura que transformó al noble protector en un tirano cruel
y despiadado.
Una tarde, en el preciso instante en que el día agoniza y el sol se desangra
tiñendo al cielo con tonos rojizos, un ser misterioso -De esos que producen
frío y angustia a quien los mira o se les acerca- apareció en palacio diciendo tener un mensaje
vital para el gran Nim. Estaba cubierto de pies a cabeza por una gran manta
negra que arrastraba por el piso como si tuviera la orden de borrar sus
pisadas. Lo conduje hasta el trono y cuando estuvo frente al gran Nim, se
postro ante él y beso sus pies.
-¿Quién eres? Di lo que tengas que decir y lárgate- Exclamó
Nim, fastidiado.
Sin abandonar la postura de devoto arrodillado, el extraño
dijo:
-¡Soy la solución a tus problemas! Soy quien puede darte el cáliz con tu sangre
para que la muestres a tu pueblo. Te daré el hijo que tanto anhelas, te
convertiré en el Dios de todos esos “normales” que te siguen.
- ¿Por qué tanto interés? ¿Qué deseas?- quiso saber Nim que
para entonces mostraba curiosidad y recelo al mismo tiempo.
- A cambio quiero que me nombres tu sacerdote mayor y hacer
todo lo que yo te indique- A partir de aquellas palabras, el gran Nim perdió
toda voluntad, ni siquiera quería oír mis consejos.
Inicialmente, yo me opuse, no me gustaba nada este asunto.
- Nim, Dios no verá con buenos ojos lo que vas a hacer- Fue
mi consejo.
-¿Y crees que a mi, al gran Nim, le puede interesar lo que
opine un Dios que jamás se ocupó de proteger a esta raza que yo albergo,
resguardo y guío? Aquí yo soy Dios. Esta raza vive e ira esparciéndose y
dominando el mundo porque yo se lo he concedido. No vuelvas a mencionar a
ningún Dios que no sea yo o lo interpretaré como una blasfemia contra mí y no
dudaré en negarte el derecho a seguir viviendo. Entiende bien esto: Soy el
dueño de tu vida y de la vida de cada uno de los “normales” ¡Ustedes me deben
la vida a mí y sólo a mí!
Mientras decía esto,
una sombra negra en forma de disco cubrió la luna privando de su luminosidad al
mundo. En la absoluta oscuridad, el chisporroteo del fuego que emitían los ojos
del gran Nim se hizo más notorio.
-Ve y trae inmediatamente al más hermoso y mejor dotado de
mis esclavos, quiero tener un hijo que compita conmigo en belleza, fortaleza y
brío- acaté su orden sin mediar palabra.
En el cielo, el disco se dispersó y la luna recuperó su
fulgor iluminando la cópula del esclavo con la Reina Samira. El gran Nim se me
acercó y me dijo al oído:
-Déjalo que concluya su cometido y luego, llévatelo lejos y
elimínalo. No debe haber boca que hable de esto.
Yo no era un asesino, así es que ayudé a huir al esclavo y lo
dejé libre. Regresé al palacio, no sin antes manchar mi espada y manos con
sangre de cordero.
Cuando nació el fruto de esa farsa, el sacerdote mayor
convocó a todos los “normales” del mundo. Con el gran Nim y la Reina Semira a
su lado y el niño entre sus manos, se acercó al balcón, elevó sus brazos al
cielo y mostró al recién nacido a la multitud, diciendo:
-¡Este es el cáliz que contiene la sangre del Dios Nim,
nuestro Dios!
Como presagiando la tragedia, el cielo se oscureció y una
estela de luz bajó del mismo. El suelo empezó a temblar. Desde el norte sopló
un enérgico viento desintegrando a su paso cada piedra y cada ladrillo de la
majestuosa ciudadela. Entre la polvareda que pugnaba por cegarme, alcancé a
distinguir al gran Nim, cual si fuera un escorpión, introducir su propia daga
en sus entrañas. Semira quiso escabullirse pero unas lianas “salidas de la
nada” la sujetaron forzándola a mirar la catástrofe que su mentira había
causado.
Pasado el cataclismo, me levanté penosamente y empecé a
caminar entre los cientos de miles de cadáveres que quedaron regados por acción
de lo que debió ser el castigo divino. Noté que tenía heridas en el pecho pero
seguí caminando, esquivando los cuerpos que la muerte había dejado por doquier.
Plumas blancas cubrían la vastedad del lugar… en mi camino fui hallando algunos “normales” que, atónitos ante tal destrucción, luchaban por ponerse de pie. También ellos mostraban heridas en el pecho similares a las mías. Fue entonces que pude distinguir que aquellas llagas se articulaban en un epígrafe: “SÓLO LOS JUSTOS PERDURARÁN”.