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domingo, 3 de noviembre de 2019

ESCALERA PARA UN SUEÑO


Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía.

 (Derechos de autor, protegidos)






En esta burbuja en la que habito, siempre sobran cosas. Hay en demasía pues yo mismo las creo, ya que inventé este santuario para que nunca escasee nada. Sólo una vez fue profanada debido a mi incapacidad de fabricar amor, entonces opté por traerlo del exterior.
Quien vino transportándolo, tenía las manos vacías. No tenía alforjas, sus bolsillos no contenían nada, sólo poseía algo que jamás había visto, algo que yo desconocía: una dulce sonrisa que me ofreció y recibí gustoso, asombrado además… nunca había visto una sonrisa que aflore desde el alma e irradie a quien se aproxime a ella.
La extraña propietaria de la sonrisa, me imploró:
-Nunca dejes que mi sonrisa se borre puesto que el amor soy yo… y si el amor deja de sonreír, llora… y si llora, fenecerá de dolor…
“Y DIOS HIZO EL AMOR” 


 (Pieza única. Año 2013. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)


sábado, 2 de noviembre de 2019

SEMILLA DE DIOSES






Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía.

 (Derechos de autor, protegidos)




Vinieron desde allá. Cuando llegaron, andábamos en cuatro patas y éramos “Un proyecto de Plenitud”. Ellos irguieron nuestros cuerpos, inquietaron nuestras almas, nos deslumbraron con el libre albedrio; mas, rebajaron nuestra esencia a “Un proyecto de felicidad. Ellos sembraron en nuestras mentes el temor a la muerte.

 

¿Sabes por qué, cuando andábamos a cuatro patas no rezábamos plegarias?... ¡Porque no temíamos morir! …Sentíamos dolor, pero jamás presagiábamos nuestra muerte.

 

Ellos metieron sus dedos en nuestras bocas y nos hicieron probar de la ilusoria utopía llamada felicidad. A partir de ello vivimos buscando alcanzarla, sin conseguirlo jamás; pues la felicidad es inexistente. Sólo es un coqueteo, una sonrisa superficial.

 

Vinieron desde allá, dejando a su paso una estela de mundos depredados y colapsados, y hoy están aquí culminando la depredación del nuestro, mientras esperan el colapso para huir en busca de otros horizontes

 

¡Quiero volver a mi andar en cuatro patas! ¡Quiero retornar mi esencia a “Un proyecto de plenitud! ¡Quiero hallar al Dios verdadero dentro de mí…! ...Porque lo intuyo…Porque tiene lógica: Si somos hijos de Dioses, pues tenemos sangre divina… ¡¡Entonces también somos Dioses!!


 (Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)
           

lunes, 14 de octubre de 2019

LAGRIMAS EN LA TACITA DE TE

Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.

Cap. 18 del libro "Delirios del Lirio"

(Derechos de autor, protegidos)







Mientras escuchaba los ruidos parecidos a voces, que provenían del exterior, hurgaba en su mente buscando una reminiscencia, una evocación; algún rezago de un pasado… mas no los hallaba. En sus mil vidas, incontables veces pasó por estos extravíos, pero cada vida trae sus propias luces y sus propias oscuridades. Sólo una orfandad de recuerdos, copaba su raciocinio.

Cuando despertó a esta realidad, ya estaba aquí, atrapado dentro de esta jaula que pende de esa rechinante cadena venida desde allá arriba. Allá, donde su vista no alcanza a distinguir nada, pues la oscuridad es más densa y todo lo devora con cada centímetro de lejanía.

-¿Cómo  es que llegué aquí? ¿Qué es este lugar dónde estoy? ¡¿Dónde, dónde?! ¿Cuánto tiempo llevo en esta jaula? ¿Qué le sucedió a mi cuerpo? ¡No! ¡Esto no es más que una pavorosa alucinación!… No soy yo ¡No, este monstruo de osamenta cubierta con filosas escamas color verde! ¿Por qué habría de adoptar la forma de un nauseabundo reptil con alas? ¡Alas! Tengo alas…¡¡Grandes alas!! Pero…  ¿Para qué me sirven dentro de esta jaula? ¡Esta pesadilla es real! Y si es real,  quizás tenga el poder de volar sobre… ¿Sobre qué? Me resultan extraños estos parajes ¿Y la jaula? ¿Por qué estoy aquí, por qué? Tengo las piernas entumecidas. Debo llevar una eternidad en esta incómoda posición de cuclillas… pero esta maldita jaula no me permite variar mi penosa postura. Los barrotes aprietan mis alas contra mi tórax. Me resulta difícil respirar. ¡Ruidos extraños y el pánico que no cesan de martillar mi cerebro! ¡Esto debe ser el infierno! ¿Pero qué culpas o pecados estoy expiando? ¿O es que, simplemente, me volví loco? …Además del pánico que me provoca estar pendiendo en el vacío desde esta altura. No quiero mirar hacia abajo, el piso está tan lejos...-

Muy por encima de aquella casi total oscuridad, una débil luminosidad penetra hiriendo con tenues destellos algunas aristas de las paredes y los escalones empedrados de una larguísima escalera. Es una luz muy tímida, casi imperceptible, y de color gélido: pero es suficiente para copar la atención de un confinado. Se le hace sumamente atractiva. Huele a esas esperanzas que se anidan en la razón como una  delirante obsesión.

-Debo alcanzarla. Estos barrotes de acero no me lo impedirán… Dios mío, permite que mis debilitadas manos fuercen los hierros que me recluyen en este aislamiento  desesperante y cruel.

 ¡Ahhhhhhhh! Sí puedo, sí puedo ¡Ahhhhhhh…Ahhhhhhhhhh…Ahhhhhhh! ¡Sí, lo voy a lograr! …Esto está cediendo…

Los barrotes se rindieron a sus ansias de libertad. Aunque a duras penas pudo deslizar hacia afuera la poca maniobrable envergadura de sus alas, pero ya estaba afuera.

Evitando mirar hacia abajo para no ser presa del vértigo y el pánico, empezó a descender por la cadena, ansioso por alcanzar el piso.

La cadena chirriaba incesante; las manos le ardían por la fricción. No desvió para nada su mirada hacia abajo, mas sus cálculos le iban indicando que ya faltaba poco…

-¡El extraño intenta huir! ¡No lo dejen escapar!

¡Atrapadle! ¡ Atrapadleeeeeeeeeeeeeeee!

No pudiendo localizar de quienes, ni de donde provenían las voces, sólo atinó a soltarse, cayendo y estrellándose pesadamente contra el empedrado del piso. No era el momento para atender dolencias. De un brinco se puso de píe, y emprendió veloz carrera hacia el rincón por donde había visto que ingresaba la mortecina lucecita, pero que su instinto se la pintaba como una gran esperanza de salida.

-¿Quién grita? ¿Quiénes son esos que vienen hacia mí? ¡Debo darme prisa! No les veo, pero puedo oír sus respiraciones y sus pasos apresurados acercándose. Debo alcanzar esa luz. ¡Ah, maravillosa luz que alimenta la claridad! No importa a dónde me conduzcas mientras me saques de esta cerrazón…Hacia ti voy… 

-¡Centinelas! No dejen escapar al extraño, va hacia las escaleras ¡Deténganlo!

Conforme avanzaba hacia su objetivo, es paso iba estrechándose más y más…

-Me ahogo… ¡Dios mío, no consigo respirar!… Mis alas golpean contra las filosas salientes y aristas de las paredes. Me duele… ¡Duele mucho!

Trozos y jirones de carne ensangrentada le son arrancados en cada roce, quedando estos pegados a los muros, como señal de su apresurado paso.

 -¡Duele… duele mucho!… Pero no debo renunciar ¡No lo haré! No importa que mis alas se quiebren, no importa el fuego quemando mis carnes heridas, no importa lo que de mi quede en el camino …Debo concentrarme en la luz ¡Sigue, sigue!  Ya falta poco… Unos cuantos metros más… … ¡Vamos, vamos!

La luz crece en tamaño e intensidad. Ella es la esperanza, y está tan cerca

-¡Centinelaaaaas! ¡El extraño está subiendo por las escaleras! ¡Atrapadleeeeeeeeeeee, que no alcance la ventana!

¡Inútiles! ¡Usen los arcos y flechas!

Correr, correr y saltar al vacío… ¡Ahora! ¡Ahoraaaaaaaaaaaa!

Está parado sobre la base del marco de la ventana, frente al vacío, paralizado; deleitándose con el aire fresco que penetra por sus pituitarias invadiendo su ser, cuando siente las manos de sus perseguidores rozándole los tobillos, entonces salta…

-¡Diosssssssssssss, noooooooooooooo! ¡Mis alas no me obedecen! ¡Me voy a estrellar! ¡Debo aletear con más fuerzaaaaaaaaa! ¡Eso, eso! Lo estoy logrando…

Rapidamente, aunque sus alas se manifiestan torpes, van estabilizando su caída hasta convertirla en flotación.

-¡Quince monedas al arquero que lo derribe! ¡ Yaaaaaaaaaaaa!

-¡Lo logré! Estoy volando, puedo planear… maravillosa sensación… ¡Soy un ángel! ¡Sí, eso soy!

-¡Disparen malditos! ¿O quieren probar de mi ira?

-¡Oh, Noooooooo! Ajjjjjjjjj  ¿Qué es esto que me quema el pecho? ¡Maldición!  Me han da…do… Ahhhhhhhhhhh…

La caída libre. El cuerpo precipitándose en tirabuzón, y la desesperante sensación de las vísceras apretando el pecho y amenazando con salír expelidas por la boca. Crispa los dedos de las manos en un vano intento por sujetarse a algo…

-¡Está cayendo el extraño! ¡Le di en medio del pecho!

Je je je… Menudo porrazo que se ha dado.

Lo último que sintió, fue el sabor salado del fango, mezclado con su sangre, cubriéndole la lengua e invadiéndole la boca toda…

-Lo que tenías que pasar ya concluyó.

-Pero… ¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué aquí? Lo último que recuerdo, es retorciéndome en el lodo… y luego, como me fui sumergiendo en la oscuridad.

*-Soy Magdalena… Eva; la mujer de los mil rostros, y los mil nombres, que siempre estuvo a tu lado desde tus sueños. Soy quien venía a tus fantasías, con las alas blancas que pintaste para mí, y con estas ojeras color promesa que fueron tu inspiración durante tus mil vidas.

Yo rescaté tu cuerpo del fango Arq-ángel. Fui enviada para cuidarte y proteger tu misión, aunque en ello se fuera mi propia vida… Ahora debo irme, tengo una deuda que saldar. Esa Señora de túnica que ves allá, reclama por mi…

Yo soy el precio por el que ella te ha dejado vivir. Ese fue el trato y debo cumplir…¡Adios!

-¡Nooooooooooooooooooooooo!



 (Pieza única. Año 2011. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)


     

jueves, 12 de septiembre de 2019

NUBARRONES DE CORDURA


Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía.

 (Derechos de autor, protegidos)




Vino desde allí y va hacia allá… La sombra que proyecta sobre el piso jamás se borra, A su paso va dejando cicatrices en la mente de quien la mira. Sus senos amamantan a los hijos de los hombres con dolor, deseo, soledad y angustia; quien prueba de su sexo se inventa el temor a perderla y aunque su aroma es un constante olor a muerte, casi todos la desean.

Se detuvo aquí y no quise mirarla; previamente cosí mis parpados, no vi nada pero el aire se llenó de su sedosa piel blanca, lampiña y apetitosa; no vi nada pero escuché los cánticos de quienes se inmolaban siendo aplastados por su cortejo; no vi nada pero la oí reír con esa risa de burdel que dista de plantear alegría y a cambio propone satírica burla.

Cuando rompí las costuras de mis ojos pude ver las andas alejándose y sobre ellas a la Redentora. Se auto-complacía con caricias que recorrían sus partes más íntimas, sexo que supo, con generosidad entregar… más también ella deseaba proporcionarse gozo y de sus entrañas extraía doradas monedas que arrojaba dejando a su paso una estela de tentación. Intenté recoger unas de esas monedas pero estas quemaron mis manos; entonces di media vuelta y caminé en sentido contrario.

Ahora re-ando lo por ella caminado y con estas manos chamuscadas devuelvo la visión a los ciegos, sano heridas y hago caminar a los paralíticos. Ellos vienen tras de mí pues saben que aunque no haya agua, si los toco, lavaré sus recuerdos; y del paso de la Redentora nadie volverá a hablar jamás pues en mi rebaño sembré la amnesia eterna.

Bien, queridos alumnos, la historia que les acabo de narrar está aquí, en este gran libro incapaz de contener ni una letra, pues todas sus hojas están y estarán en blanco por toda la eternidad. Gracias por su atención…



 (Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 52 cms. Precio $.600 dólares americanos)


MI PECADO ES TU AROMA


Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía.

 (Derechos de autor, protegidos)






Cuarenta veces soplaron las trompetas del sur, y sólo quedaba esperar que manara miel de las rocas. Fascinados los amantes arañan sus ropas, las van rasgando ante la estúpida ventanita cuyo único signo vital es su imprudencia. Mientras, el sofocante bochorno hace lo suyo derritiendo los ávidos cuerpos; cuatro muslos empapados de urgencia; cuerpos toqueteándose, queriendo aliviar el peso de sus entrañas; invadir y ser invadido, entregar dádivas y recibir bendiciones.

-¿Acaso es tan interesante la luz?

Dejémoslos que hablen; nunca verán cuánto se iluminan los cielos ante los brotes del convexo, jamás imaginarán el perfume del cóncavo, únicamente habrá la sospecha de que ambos levitaron mientras las trompetas del sur soplaban cuarenta veces.




 (Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 55 cms. Precio $.600 dólares americanos)

     

MELODY ZEPP


Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía.

 (Derechos de autor, protegidos)





La vez anterior, vino emergiendo de entre la oscuridad, con una apariencia de dulce anciana. Entre sus manos traía algo que despedía una tenue luminosidad verduzca, la cual se colaba por los resquicios de entre sus dedos. Entonces me hablo: -¡Aquí tengo lo tuyo!- Luego empezó a retroceder a la vez que se desvanecía. Se fue así como vino, con pasos de viento…

 

Anoche fui nuevamente a su encuentro, pero esta vez me asaltaron las dudas… y las dudas no son valederas para un guerrero en batalla. Ya estaba ella dentro de mí; y me acarició, y alimentó mi desbordada fantasía con visiones traídas de otros planos, mas las dudas persistían en martillar mi razón…

 

Y entonces se desató mi tortura. Los demonios fueron liberados; los vi y los sentí danzando a mi rededor. Aguijoneaban mi cuerpo y mordisqueaban mi alma intoxicándome con angustias y pánicos que creí superados. Quise pararme y gritar, implorar por ayuda, correr, huir; o mejor morir en ese instante y aliviarme del suplicio…Pero me mantuve sentado. Soy lobo, soy devorador de pánicos, pero también soy humano y sé pedir perdón… El lobo estaba orando mientras vomitaba y lloraba sin cesar. Vi materializarse a la carrera, a una horrible niña viniendo hacia mí, chillando y amenazándome con un largo objeto punzante, mas cuando me lo iba a clavar, se desvaneció.

 

-¡Abre la boca! ¡No aspires, sólo mantén abierta la boca!-

Me introdujeron una cerbatana en una de las fosas nasales y por ella me soplaron un polvo burbujeante, invasivo y desesperante, pero con sabor esclarecedor, luego repitieron la acción en la otra fosa nasal. Antes de irme pusieron en mi mano derecha una papa, aún con la tierra de cultivo impregnada en su cascara, y me dijeron: -¡Camina. Allí viene tu paz!-

 

Ustedes también son buscadores, por ello intuyen de qué estoy hablando...





 (Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)


lunes, 26 de agosto de 2019

LA SEÑAL


Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.

Cap. 17 del libro "Delirios del Lirio"

(Derechos de autor, protegidos)






¡Brooooooom! ¡Brooooooom! ¡Brooooooooooom! ¡Brooooooooooom! ¡Brooooooom!

 

El ruido ensordecedor, repetitivo y acompasado, cada vez más cercano, hacía temblar el suelo como si se tratara de las pisadas de un gigantesco coloso. Me levanté asustado pero presto a dar batalla a lo que fuere, mi naturaleza de veterano guerrero así me lo imponía. Instintivamente me calcé el yelmo y cogí mi hacha de dos filos. Aunque estaba desnudo, aquellos elementos me bastaban para protegerme y enfrentar cualquier situación que pusiera en peligro la integridad de la Semidiosa, esa que se me había encomendado salvaguardar y con quien compartía mi lecho. Antes de salir de la habitación me volví para echarle una mirada. Estaba en total desnudez, agazapada en un rincón, con la mirada desencajada y los labios en “O”. Su pánico se hacía evidente en el color verde esmeralda al que había virado su piel, tonalidad propia de los desamparados. Me acerqué con intención de abrazarla, pero ella no me lo permitió. Me atajó con un movimiento de manos que danzaron en el aire cual mariposa aturdida, centró su mirada llorosa en mis pupilas y exclamó:

 -¡Vienen por mí! ¡Otra vez vienen por mí!

 Yo también la miré pese a que en esa contemplación había desconcierto ¿Quién? ¿quiénes venían por ella? No me detuve a pensarlo, simplemente salí corriendo del recinto dispuesto a dar la vida por ella, nadie iba a llevársela, no se lo dije, pero lo di por sentado. El ruido y el temblor que semejaba las pisadas de un gigantesco coloso habían sido reemplazados por un griterío impreciso donde se entremezclaban plegarias de mujeres, llanto de niños, retumbos de marchas a la carrera de decenas de soldados y órdenes de oficiales que los conminaban a ocupar lugares estratégicos.

A punto estaba de llegar a las murallas de protección cuando un oficial se interpuso en mi camino, cubrió mi desnudez con un taparrabo de piel y a continuación me dijo:

-Son cientos de miles de seres que parecen salidos de las mismas entrañas del     infierno.

Con unos cuantos trancos recorrí las escaleras que me condujeron hacia lo alto de los andamios que servían para transitar el perímetro amurallado. Miré hacia el horizonte y lo que vi era espeluznante, incluso para mí que infinidad de veces me había visto cara a cara con la muerte. Hasta donde alcanzaba mi vista, estaba plagado de cuadrúpedos deformes. Sus cuartos traseros más pequeños, les otorgaba una marcada ondulación en sus lomos a modo de joroba. Hocicos enormes provistos de filosa dentadura remataban su amenazante corporeidad cubierta de crines e hirsuto pelaje negro. En el centro del enjambre, se erigía una descomunal anda y sobre ella, un trono en el que estaba sentada una fémina demoníaca completamente desnuda. De sus entrepiernas salían llamaradas. Detrás de ella, tres monjes con túnicas grises, sujetaban un cartel que llevaba inscrito “SOY LA DUDA, LA MADRE DE TODOS LOS MIEDOS”

En las murallas seguían los ajetreos y correrías de los soldados y oficiales preocupados por abastecer de pertrechos a quienes, en primera línea, inútilmente intentarían repeler el inminente ataque cuando este aconteciera. Uno de los tres sacerdotes cogió una tea y la encendió con el fuego que brotaba de las entrepiernas de la infernal dama. Bajó de las andas y la muchedumbre le abrió paso. El monje no caminaba, se deslizaba levitando a unos veinte centímetros del piso y así fue acercándose hasta el portón que flanqueaba la entrada a nuestra ciudadela.

-¡Hey,  tú, guerrero! LA MADRE DE TODOS LOS MIEDOS reclama a la Semidiosa que albergas y pretendes proteger ¡Entrégamela y ven tú con ella! Tienes la promesa de que, si lo haces, seguiremos de largo sin llevarnos ninguna de las vidas de esta nauseabunda aldea.

En voz baja pedí a uno de los oficiales que me alcanzara un perol de aceite hirviente e incandescente y sorpresivamente lo arrojé contra el monje, como respuesta a su propuesta.

- ¡Púdrete en los infiernos, tú y tu soberana! - Mientras el monje se retorcía carbonizándose, elevé amenazante mi hacha de dos filos y vociferé retándoles:

 -¡Vengan por nosotros, huestes de esa ramera infernal! Aquí los espera el filo de mi hacha y la fortaleza de mi alma iracunda.

LA MADRE DE TODOS LOS MIEDOS se puso de pie y aunque no podíamos oír lo que decía, intuí que arengaba a su horda a atacarnos pues sus movimientos eran enérgicos y no cesaba de señalar nuestras murallas como objetivo principal.

Miré a mí alrededor. En los rostros de los oficiales, se reflejaba el pavor de la cercanía del fin. Sentí que todos, en silencio, me preguntaban con tono de acusación “¿Qué hiciste?”. Debo reconocer que tenían razón para hacerlo ya que, arbitrariamente, los había condenado a una muerte segura pudiendo evitarlo con sólo entregarme y entregarles a la Semidiosa. LA MADRE DE TODOS LOS MIEDOS nos quería a los dos, nada más…

Afuera, el enjambre diabólico se movía de aquí para allá como una marejada, estaban ansiosos esperando la orden para arrasarnos sin piedad alguna. Unas cuantas criaturas subieron al anda y encendieron unas teas que hundieron en la entrepierna de la fémina infernal que los guiaba. Con anterioridad, habían apostado varias catapultas frente a nuestras murallas y varios grupos de aquellas cuadrúpedas criaturas las iban cargando con una sustancia oleaginosa mientras que los portadores de las teas iban encendiéndolas una a una. En ese instante y de un modo impensado, súbitamente el cielo se oscureció. Las lenguas de fuego que emergían de las cargas de las catapultas y de la entrepierna de LA MADRE DE TODOS LOS MIEDOS, eran la única la iluminación existente sobre la faz de la tierra, tornando más tétrica la presencia de aquel enjambre de heraldos de la muerte. Los que estábamos tras las murallas no podíamos distinguir nada, sabíamos que estábamos allí pues escuchábamos el llanto, la respiración agitada y las plegarias de quienes teníamos cerca.

De pronto, a nuestras espaldas, un resplandor celeste acaparó nuestra atención. Todos los que estábamos en la muralla volteamos en actitud defensiva esperando lo peor. Quedamos paralizados al ver a la Semidiosa en la plenitud de su desnudez. De su piel irradiaba aquella luz celestial. El pánico había desaparecido al igual que su mirada llorosa. Se dirigía resueltamente hacia el portón de entrada. Cuando logré salir de la quietud en que nos sumió su radiante presencia, bajé velozmente y me interpuse en su ruta. La Semidiosa estiró su brazo y señalando con su índice la entrada, me ordenó:

-¡Abre ese portón! He vivido toda mi existencia esquivándola, pero ha llegado el momento de enfrentarla. Ella, LA DUDA, MADRE DE TODOS LOS MIEDOS, es mi madre, pero ya no le temo más. No intentes detenerme.

Sus pupilas estaban desmesuradamente dilatadas, parecía en trance, sus ojos se presentaban negros en totalidad, sin iris, una mirada sin brillo, casi sin vida. Quise atajarla, pero al acercarme a su resplandor, se me chamuscó la palma de la mano y una fuerza sobrenatural me arrojó de espaldas varios metros atrás. No sentí el dolor del impacto de mi caída ni el ardor lógico de la quemadura en mi mano, pero sí noté que mi hacha había desaparecido de mi otra mano y en su reemplazo empuñaba una larga pluma blanca.

La Semidiosa continuó su camino ante la atónita mirada de todos los que estábamos en este lado de la muralla. Cuando llegó al portón, su proximidad hizo estallar en mil pedazos los bloques de madera reforzada con hierro, infundiéndole miedo a la horda de sitiadores. Ella, impasible, prosiguió la marcha. A su paso, aquellas bestias babeantes y atontadas, se hacían a un lado.

Cuando llegó al pie de las andas, LA DUDA, MADRE DE TODOS LOS MIEDOS, se irguió al verla. La Semidiosa con su refulgencia se le acercó, le tomó las manos y le dio un beso en la frente. Instantáneamente el anda fue el epicentro de una gran explosión cuya onda expansiva desintegró todo resto de ese infernal enjambre. A quienes estábamos en este lado de la muralla nos llegó una ola de cenizas que amenazó con asfixiarnos, mas, pronto se disipó, nos permitió salir y ver a la Semidiosa de rodillas en el mismo lugar donde antes estuvo el anda… sola y desnuda. Corrí hacia ella con una manta que hallé y cubrí su cuerpo.

Al tomarla en brazos para llevarla a lugar seguro, aprecié la liviandad de su cuerpo. Inmediatamente, se desató una gran tormenta, pero no era agua, no, eran plumas ¡Plumas blancas! Quedé aturdido por lo que sucedía, mas, cuando pude reponerme, la extraña tormenta cesó, el suelo estaba cubierto con las plumas, allí, en el mismo lugar donde cayó ella, la semidiosa. Me puse de cuclillas y comencé a limpiar la zona de plumas, necesitaba quitarla de allí, temí que se asfixiara, eran millones de plumas cubriendo su cuerpecillo, pero…

- ¿Dónde está? ¡Respondan! - grité a los pocos hombres que habían sobrevivido a ese fenómeno inusual- Silencio absoluto, cabizbajos, sólo atinaron a señalar hacia mis espaldas.

A lo lejos, entre nimbos, alcancé a ver una guadaña, la sombra de la muerte…y ella, mi niña semi-diosa…transportada en sus brazos hacia el más allá…

- ¡Nooooooooooooooooooooooooo!-Mi aullido atravesó el firmamento y el cielo se oscureció…



 (Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)



jueves, 18 de julio de 2019

EVADADORA

Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía.

 (Derechos de autor, protegidos)







¡Madre! ¡Madre! ¿Estás allí?

… ¿Es que mis lágrimas no me permiten distinguirte?

Me proveíste del agua de tu mar,

Pero me falta tu cariño.

Necesito la tibieza de tu seno; tengo frío y el vivir me duele.

¡Madre! ¡Madre! ¡Vuelve a mí!

¿Quién lavará mis pánicos?

Temo dar mis pasos en soledad.

¿Quién acariciará mis escamas, para convertirlas en plumas?

No me condenes a ser reptil el resto del camino.

No me niegues la oportunidad de ser ángel.

¡Madre! ¡Madre! ¿Estás allí?

… ¿Es que mis lágrimas no me permiten distinguirte?



(Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 57 cms. Precio $.600 dólares americanos)




viernes, 8 de junio de 2018

NO REVERSIBLE


Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.

Cap. 15 del libro "Delirios del Lirio"

(Derechos de autor, protegidos)




*-¿Deseas saber quién eres?  Quizás Debas viajar hacia ti mismo, rebuscar entre tus recuerdos olvidados…en lo más recóndito de tu mente… yo esperaré aquí tu retorno…

 

La luz del sol atravesando nuestros parpados anuncia un nuevo día para ir hacia no sabemos dónde, en compañía de no sabemos quiénes,  para hallar  quien sabe qué.

-¡Despierten!…- Recibimos órdenes de quienes no vemos, ni escuchamos, ni sabemos nada…y nosotros obedecemos. Todos a la vez abrimos los ojos en el momento preciso para un nuevo día, y sin mediar pregunta o palabra alguna, todos a la vez nos ponemos de pie esperando la orden -¡Caminen!- Entonces, juntos emprendemos  la caminata por la ruta que se nos vaya indicando.  Somos muchos, mas todos obedecemos esas órdenes silenciosas que retumban dentro de nosotros.

Tenemos al Sol abrazador quemando nuestras espaldas, y nuestros pies sangran. Sólo eso tenemos, nuestro dolor  y el vacío de nuestras mentes. Nuestras almas también han empezado a dolernos, pero seguimos caminando. Pasamos sobre arenas calientes, campos espinosos y rocas filosas.

La caminata no se detiene mientras no recibamos orden de hacerlo. Cualquiera de nuestras necesidades fisiológicas debemos atenderla sobre la marcha, sin detenernos. Nuestra suciedad queda en el camino, y quienes vienen detrás la pisotean embarrándose  los pies heridos y empolvados.  Hasta hace poco sólo teníamos dolor en nuestras pieles; pero ahora este se está apoderando también de nuestras mentes…

Tenemos un recuerdo borroso de que llegamos desde muy lejos.  No sabemos cómo ni cuándo, pero ese recuerdo está allí. Lo único que tenemos claro es que hace mucho tiempo llevamos caminando por estos rumbos, los cuales parecen no tener fin.

En un momento del día llega la orden -¡Deténganse!- Todos la percibimos; pero no hubo sonido… mas, obedecemos. Todos elevamos nuestras miradas hacia el cielo, pero no lo miramos. Nuestra atención está fija en la aparición de algo que estamos esperando ¡Y sí! Empezó a caer del cielo una lluvia de bolitas blancas. Las cogemos en el aire con nuestras bocas abiertas y también con nuestras manos; y las tragamos rápidamente. Cuando el cielo deja de dar, bajamos nuestras miradas, nos agachamos para recoger e ir comiendo las bolitas que cayeron al suelo en nuestro rededor.

-¡Caminen!- Es la orden, siempre sin ruido alguno. Todos obedecemos. Seguimos un camino que vamos descubriendo paso a paso. La luz del día va apagándose mientras el cielo varía de color. Ahora es rojo como nuestra sangre. Así va presentándose la noche.

-¡Deténganse!- Esa es la orden sin sonido que se nos impone. Nos detenemos, y en ese mismo lugar nos sentamos o recostamos. Momento para rascarnos o sobar nuestras heridas, esperando aliviar en algo nuestro dolor. Poco a poco la masa va compactándose. Nos vamos juntando hasta rozar nuestros cuerpos, esperando el momento de la orden -¡Duerman!- Orden que no oiremos, pero que hará caer nuestros parpados. Mañana será siempre igual al día anterior: el  amanecer, la caminata diaria, y la misma pregunta que hace un tiempo da vueltas en nuestras cabezas -¿Qué hacemos aquí?-  …Igual, no habrá respuestas…

Nos despierta una luz tan intensa, que hiere nuestros ojos, a pesar de que nuestros parpados estaban cerrados. Luego sentimos un estruendo y el piso se sacudió violentamente. Cuando nos dimos cuenta, nos mirábamos los unos a los otros. Los ojos y las bocas abiertas, buscando respuestas en nuestras miradas llenas de asombro… Las luces hirientes se repiten, así como los estruendos y temblores. Vamos juntando nuestros cuerpos, buscando compartir nuestra confusión, y hacer de nuestro temor uno solo. Juntos estamos conociendo al miedo.

Este día no hubo las órdenes. Estábamos despiertos y mirando el cielo porque nos despertaron las luces hirientes, los estruendos y los temblores. Por primera vez no estamos vacíos… estamos llenos de pánico, pero atentos. Vimos grandes bolas brillantes volando de aquí para allá, y no eran estrellas. Estas se movían rápidamente dejando marcas a su paso, como si arañaran el cielo.

Aquel día sin órdenes silenciosas, no hubo caminata, no hubo bolitas blancas cayendo del cielo. Pasamos todo el tiempo mirando atentamente al cielo. Algunas veces las luces hirientes eran tan fuertes que quedábamos ciegos por un rato;  entonces buscábamos que tocarnos con las manos, como para saber que seguíamos allí. Así fue que nos percatamos que a algunos nos había aparecido una protuberancia en cada omóplato; aunque nuestro miedo no nos permitió darle mucha atención al hecho.

Así, con todo ese miedo llenando nuestras mentes, llegó el atardecer. Las luces hirientes, los estruendos y los temblores fueron haciéndose cada vez más distanciados…más lejanos…hasta hacerse, apenas un zumbido, que luego se perdió en el silencio. Y no hubo más… La noche se acercaba. El cielo se tiñó de color rojo, entonces nos dimos cuenta que habíamos pasado el día sin la compañía de los invisibles que guiaban nuestra vida.

Jamás los habíamos visto, pero sabíamos que estaban allí, caminando con nosotros y entre nosotros. Invisibles pero allí, guiándonos… Y hoy no estuvieron…

Esta mañana el miedo se nos había presentado por primera vez, y con él vino también eso que, aunque muy débil, empezaba a encenderse en nuestras mentes primitivas. Supimos que esa masa que caminaba día a día, éramos “Nosotros”. Unidos en el miedo, supimos que nos teníamos los unos a los otros…

Con la noche se nos presentó el miedo más grande… La soledad que grita el abandono ¿Quién nos guiaría hacia lo desconocido del siguiente paso? Llorando en silencio a la noche sorda, nos fuimos quedando dormidos. Sin órdenes silenciosas que nos indicaran cerrar nuestros parpados, sin la…vigilante…compañía…de los…

Al amanecer,  cuando sentimos la orden silenciosa -¡Despierten!- Abrimos nuestros ojos, y nos encontramos con una mañana sin Sol y un cielo nublado. Nuestros cuerpos estaban empapados; la noche debió llorar sobre nosotros mientras dormíamos. Su llanto debió ser de tristeza, pues lo que cayó sobre nuestras pieles fueron lágrimas negras y malolientes.

-¡Caminen!- Nos pusimos de pie y empezamos la caminata diaria. El saber que quienes nos guiaban, aunque invisibles, estaban nuevamente con nosotros y entre nosotros, invadió  nuestras mentes oscuras y vacías con una sensación desconocida…nos sentimos bien.

Algo dentro de nosotros había empezado a cambiar. De a pocos íbamos llenándonos de preguntas  -¿Por qué han empezado a aparecernos estos apéndices en nuestras espaldas? ¿Por qué nos hacen caminar estos senderos? ¿Hacia dónde vamos realmente?   ¿Por qué no nos dejan mirar hacia atrás?... De pronto, al sentir las órdenes silenciosas, olvidamos todo…y obedecimos.

Algunas veces, antes de la orden -¡Duerman!-  Miramos hacia el cielo, vemos las estrellas, y sin saber por qué, algunas lágrimas ruedan por nuestras mejillas. Quisiéramos decir algo, pero no sabemos cómo. Nuestras bocas resecas no saben decir nada. Son nuestras miradas las que a veces dicen cosas, pero es poco…o es…nada…

Otro amanecer. Otro día para caminar. Las órdenes de siempre: -¡Levántense! ¡Caminen!- …Y caminamos. Siempre hemos caminado vacíos, pero no lo sentíamos. Ahora empezamos a sentirlo, y nos duele. Cuando el sol estuvo sobre nuestras cabezas, pasamos por un campo donde sólo había arena y piedras, y llegó la orden silenciosa -¡Deténganse!- Sabíamos que era momento de mirar hacia arriba y esperar con nuestras bocas y manos abiertas, que cayeran las bolitas blancas ¡Y sí! Empezaron a caer, pero sólo por un instante… ¡Y dejaron de caer! Al inicio miramos al cielo con asombro, luego, algo dentro de nosotros se quebró, y dolió mucho. Queríamos preguntar al cielo porqué nos negaba lo bueno.  Nos sentimos abandonados. Lentamente fuimos bajando nuestras miradas y nos vimos a los ojos; vimos nuestras caras y tuvimos miedo unos de otros. Nos agachamos con profundo recelo, sin dejar de mirarnos a los ojos. Entonces no recogimos las bolitas blancas. Lo que cogimos fueron piedras.

Un zumbido llenó nuestras cabezas y luego las órdenes silenciosas doliéndonos.

-¡Atacar! ¡Atacar! ¡Atacaaaaaar!

Nunca antes habíamos sentido esas órdenes, pero obedecimos. Empezamos a lanzarnos las piedras unos a otros. Lanzábamos y recibíamos pedradas. Sentíamos mucho dolor con cada pedrada que golpeaba nuestros cuerpos, pero no nos deteníamos. A más dolor, más ganas de seguir lanzando pedradas.

No nos dimos cuenta en que momento fue y como empezó, pero de nuestras bocas salieron sonidos. Estábamos gritando. Temblábamos, sudábamos y sangrábamos. Muchos caían y no se movían más. Las piedras no dejaron de llover hasta que llegó la orden desde el silencio

-¡Deténganse!- Entonces fuimos soltando las piedras que aún teníamos entre las manos… Y vino la calma.

-¡Caminen!- Y empezamos a caminar los que aún podíamos hacerlo. Muchos sólo dieron unos pasos y luego cayeron. Los que veníamos más atrás pasamos pisoteando los cuerpos de los caídos y de los que siguieron cayendo en el camino.

-¡Deténganse!-

Nos dejamos caer. Estamos agotados. La sangre de nuestras heridas está secando, pero el dolor que nos dejaron las pedradas en nuestros cuerpos sigue allí. Y en nuestras mentes, un dolor más grande. Cada día conocemos algo nuevo, pero todo nos viene con dolor -¡Duerman!- …Con mucho…dolor…con…mucho…

Cuando desperté, el sol estaba directamente sobre mí, y a mi rededor sólo había unos cuantos cuerpos inertes… La manada se había ido, seguramente siguiendo las órdenes de los invisibles.

Una pluma blanca en el suelo llamó mi atención; la recogí y empecé a caminar en sentido contrario a las huellas que dejaron los que hasta ayer fueron “Nosotros”…




(Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 52 cms. Precio $.600 dólares americanos)