domingo, 3 de noviembre de 2019
ESCALERA PARA UN SUEÑO
sábado, 2 de noviembre de 2019
SEMILLA DE DIOSES
Vinieron desde allá. Cuando llegaron, andábamos en cuatro patas y éramos “Un proyecto de Plenitud”. Ellos irguieron nuestros cuerpos, inquietaron nuestras almas, nos deslumbraron con el libre albedrio; mas, rebajaron nuestra esencia a “Un proyecto de felicidad. Ellos sembraron en nuestras mentes el temor a la muerte.
¿Sabes por qué, cuando andábamos a cuatro patas no rezábamos
plegarias?... ¡Porque no temíamos morir! …Sentíamos dolor, pero jamás
presagiábamos nuestra muerte.
Ellos metieron sus dedos en nuestras bocas y nos hicieron
probar de la ilusoria utopía llamada felicidad. A partir de ello vivimos
buscando alcanzarla, sin conseguirlo jamás; pues la felicidad es inexistente.
Sólo es un coqueteo, una sonrisa superficial.
Vinieron desde allá, dejando a su paso una estela de mundos
depredados y colapsados, y hoy están aquí culminando la depredación del
nuestro, mientras esperan el colapso para huir en busca de otros horizontes
¡Quiero volver a mi andar en cuatro patas! ¡Quiero retornar
mi esencia a “Un proyecto de plenitud! ¡Quiero hallar al Dios verdadero dentro
de mí…! ...Porque lo intuyo…Porque tiene lógica: Si somos hijos de Dioses, pues
tenemos sangre divina… ¡¡Entonces también somos Dioses!!
lunes, 14 de octubre de 2019
LAGRIMAS EN LA TACITA DE TE
Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.
Cap. 18 del libro "Delirios del Lirio"
(Derechos de autor, protegidos)
Mientras escuchaba los ruidos parecidos a voces, que
provenían del exterior, hurgaba en su mente buscando una reminiscencia, una
evocación; algún rezago de un pasado… mas no los hallaba. En sus mil vidas,
incontables veces pasó por estos extravíos, pero cada vida trae sus propias
luces y sus propias oscuridades. Sólo una orfandad de recuerdos, copaba su
raciocinio.
Cuando despertó a esta realidad, ya estaba aquí, atrapado
dentro de esta jaula que pende de esa rechinante cadena venida desde allá
arriba. Allá, donde su vista no alcanza a distinguir nada, pues la oscuridad es
más densa y todo lo devora con cada centímetro de lejanía.
-¿Cómo es que llegué
aquí? ¿Qué es este lugar dónde estoy? ¡¿Dónde, dónde?! ¿Cuánto tiempo llevo en
esta jaula? ¿Qué le sucedió a mi cuerpo? ¡No! ¡Esto no es más que una pavorosa
alucinación!… No soy yo ¡No, este monstruo de osamenta cubierta con filosas
escamas color verde! ¿Por qué habría de adoptar la forma de un nauseabundo
reptil con alas? ¡Alas! Tengo alas…¡¡Grandes alas!! Pero… ¿Para qué me sirven dentro de esta jaula?
¡Esta pesadilla es real! Y si es real,
quizás tenga el poder de volar sobre… ¿Sobre qué? Me resultan extraños
estos parajes ¿Y la jaula? ¿Por qué estoy aquí, por qué? Tengo las piernas
entumecidas. Debo llevar una eternidad en esta incómoda posición de cuclillas…
pero esta maldita jaula no me permite variar mi penosa postura. Los barrotes
aprietan mis alas contra mi tórax. Me resulta difícil respirar. ¡Ruidos
extraños y el pánico que no cesan de martillar mi cerebro! ¡Esto debe ser el
infierno! ¿Pero qué culpas o pecados estoy expiando? ¿O es que, simplemente, me
volví loco? …Además del pánico que me provoca estar pendiendo en el vacío desde
esta altura. No quiero mirar hacia abajo, el piso está tan lejos...-
Muy por encima de aquella casi total oscuridad, una débil
luminosidad penetra hiriendo con tenues destellos algunas aristas de las
paredes y los escalones empedrados de una larguísima escalera. Es una luz muy
tímida, casi imperceptible, y de color gélido: pero es suficiente para copar la
atención de un confinado. Se le hace sumamente atractiva. Huele a esas
esperanzas que se anidan en la razón como una
delirante obsesión.
-Debo alcanzarla. Estos barrotes de acero no me lo impedirán…
Dios mío, permite que mis debilitadas manos fuercen los hierros que me recluyen
en este aislamiento desesperante y
cruel.
¡Ahhhhhhhh! Sí puedo,
sí puedo ¡Ahhhhhhh…Ahhhhhhhhhh…Ahhhhhhh! ¡Sí, lo voy a lograr! …Esto está
cediendo…
Los barrotes se rindieron a sus ansias de libertad. Aunque a
duras penas pudo deslizar hacia afuera la poca maniobrable envergadura de sus
alas, pero ya estaba afuera.
Evitando mirar hacia abajo para no ser presa del vértigo y el
pánico, empezó a descender por la cadena, ansioso por alcanzar el piso.
La cadena chirriaba incesante; las manos le ardían por la
fricción. No desvió para nada su mirada hacia abajo, mas sus cálculos le iban
indicando que ya faltaba poco…
-¡El extraño intenta huir! ¡No lo dejen escapar!
¡Atrapadle! ¡ Atrapadleeeeeeeeeeeeeeee!
No pudiendo localizar de quienes, ni de donde provenían las
voces, sólo atinó a soltarse, cayendo y estrellándose pesadamente contra el
empedrado del piso. No era el momento para atender dolencias. De un brinco se
puso de píe, y emprendió veloz carrera hacia el rincón por donde había visto
que ingresaba la mortecina lucecita, pero que su instinto se la pintaba como
una gran esperanza de salida.
-¿Quién grita? ¿Quiénes son esos que vienen hacia mí? ¡Debo
darme prisa! No les veo, pero puedo oír sus respiraciones y sus pasos
apresurados acercándose. Debo alcanzar esa luz. ¡Ah, maravillosa luz que
alimenta la claridad! No importa a dónde me conduzcas mientras me saques de
esta cerrazón…Hacia ti voy…
-¡Centinelas! No dejen escapar al extraño, va hacia las
escaleras ¡Deténganlo!
Conforme avanzaba hacia su objetivo, es paso iba
estrechándose más y más…
-Me ahogo… ¡Dios mío, no consigo respirar!… Mis alas golpean
contra las filosas salientes y aristas de las paredes. Me duele… ¡Duele mucho!
Trozos y jirones de carne ensangrentada le son arrancados en
cada roce, quedando estos pegados a los muros, como señal de su apresurado
paso.
-¡Duele… duele mucho!…
Pero no debo renunciar ¡No lo haré! No importa que mis alas se quiebren, no
importa el fuego quemando mis carnes heridas, no importa lo que de mi quede en
el camino …Debo concentrarme en la luz ¡Sigue, sigue! Ya falta poco… Unos cuantos metros más… …
¡Vamos, vamos!
La luz crece en tamaño e intensidad. Ella es la esperanza, y
está tan cerca
-¡Centinelaaaaas! ¡El extraño está subiendo por las
escaleras! ¡Atrapadleeeeeeeeeeee, que no alcance la ventana!
¡Inútiles! ¡Usen los arcos y flechas!
Correr, correr y saltar al vacío… ¡Ahora! ¡Ahoraaaaaaaaaaaa!
Está parado sobre la base del marco de la ventana, frente al
vacío, paralizado; deleitándose con el aire fresco que penetra por sus
pituitarias invadiendo su ser, cuando siente las manos de sus perseguidores
rozándole los tobillos, entonces salta…
-¡Diosssssssssssss, noooooooooooooo! ¡Mis alas no me
obedecen! ¡Me voy a estrellar! ¡Debo aletear con más fuerzaaaaaaaaa! ¡Eso, eso!
Lo estoy logrando…
Rapidamente, aunque sus alas se manifiestan torpes, van
estabilizando su caída hasta convertirla en flotación.
-¡Quince monedas al arquero que lo derribe! ¡ Yaaaaaaaaaaaa!
-¡Lo logré! Estoy volando, puedo planear… maravillosa
sensación… ¡Soy un ángel! ¡Sí, eso soy!
-¡Disparen malditos! ¿O quieren probar de mi ira?
-¡Oh, Noooooooo! Ajjjjjjjjj
¿Qué es esto que me quema el pecho? ¡Maldición! Me han da…do… Ahhhhhhhhhhh…
La caída libre. El cuerpo precipitándose en tirabuzón, y la
desesperante sensación de las vísceras apretando el pecho y amenazando con
salír expelidas por la boca. Crispa los dedos de las manos en un vano intento
por sujetarse a algo…
-¡Está cayendo el extraño! ¡Le di en medio del pecho!
Je je je… Menudo porrazo que se ha dado.
Lo último que sintió, fue el sabor salado del fango, mezclado
con su sangre, cubriéndole la lengua e invadiéndole la boca toda…
-Lo que tenías que pasar ya concluyó.
-Pero… ¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué aquí? Lo
último que recuerdo, es retorciéndome en el lodo… y luego, como me fui
sumergiendo en la oscuridad.
*-Soy Magdalena… Eva; la mujer de los mil rostros, y los mil
nombres, que siempre estuvo a tu lado desde tus sueños. Soy quien venía a tus
fantasías, con las alas blancas que pintaste para mí, y con estas ojeras color
promesa que fueron tu inspiración durante tus mil vidas.
Yo rescaté tu cuerpo del fango Arq-ángel. Fui enviada para
cuidarte y proteger tu misión, aunque en ello se fuera mi propia vida… Ahora
debo irme, tengo una deuda que saldar. Esa Señora de túnica que ves allá,
reclama por mi…
Yo soy el precio por el que ella te ha dejado vivir. Ese fue
el trato y debo cumplir…¡Adios!
-¡Nooooooooooooooooooooooo!
jueves, 12 de septiembre de 2019
NUBARRONES DE CORDURA
Se detuvo aquí y no quise mirarla; previamente cosí mis parpados, no vi nada pero el aire se llenó de su sedosa piel blanca, lampiña y apetitosa; no vi nada pero escuché los cánticos de quienes se inmolaban siendo aplastados por su cortejo; no vi nada pero la oí reír con esa risa de burdel que dista de plantear alegría y a cambio propone satírica burla.
Cuando rompí las costuras de mis ojos pude ver las andas alejándose y sobre ellas a la Redentora. Se auto-complacía con caricias que recorrían sus partes más íntimas, sexo que supo, con generosidad entregar… más también ella deseaba proporcionarse gozo y de sus entrañas extraía doradas monedas que arrojaba dejando a su paso una estela de tentación. Intenté recoger unas de esas monedas pero estas quemaron mis manos; entonces di media vuelta y caminé en sentido contrario.
Ahora re-ando lo por ella caminado y con estas manos chamuscadas devuelvo la visión a los ciegos, sano heridas y hago caminar a los paralíticos. Ellos vienen tras de mí pues saben que aunque no haya agua, si los toco, lavaré sus recuerdos; y del paso de la Redentora nadie volverá a hablar jamás pues en mi rebaño sembré la amnesia eterna.
Bien, queridos alumnos, la historia que les acabo de narrar está aquí, en este gran libro incapaz de contener ni una letra, pues todas sus hojas están y estarán en blanco por toda la eternidad. Gracias por su atención…
MI PECADO ES TU AROMA
Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía.
(Derechos de autor,
protegidos)
Cuarenta veces soplaron las trompetas del sur, y sólo quedaba
esperar que manara miel de las rocas. Fascinados los amantes arañan sus ropas,
las van rasgando ante la estúpida ventanita cuyo único signo vital es su
imprudencia. Mientras, el sofocante bochorno hace lo suyo derritiendo los
ávidos cuerpos; cuatro muslos empapados de urgencia; cuerpos toqueteándose,
queriendo aliviar el peso de sus entrañas; invadir y ser invadido, entregar
dádivas y recibir bendiciones.
-¿Acaso es tan interesante la luz?
Dejémoslos que hablen; nunca verán cuánto se iluminan los
cielos ante los brotes del convexo, jamás imaginarán el perfume del cóncavo,
únicamente habrá la sospecha de que ambos levitaron mientras las trompetas del
sur soplaban cuarenta veces.
MELODY ZEPP
Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía.
(Derechos de autor,
protegidos)
La vez anterior, vino emergiendo de entre la oscuridad, con
una apariencia de dulce anciana. Entre sus manos traía algo que despedía una
tenue luminosidad verduzca, la cual se colaba por los resquicios de entre sus
dedos. Entonces me hablo: -¡Aquí tengo lo tuyo!- Luego empezó a retroceder a la
vez que se desvanecía. Se fue así como vino, con pasos de viento…
Anoche fui nuevamente a su encuentro, pero esta vez me
asaltaron las dudas… y las dudas no son valederas para un guerrero en batalla.
Ya estaba ella dentro de mí; y me acarició, y alimentó mi desbordada fantasía
con visiones traídas de otros planos, mas las dudas persistían en martillar mi
razón…
Y entonces se desató mi tortura. Los demonios fueron
liberados; los vi y los sentí danzando a mi rededor. Aguijoneaban mi cuerpo y
mordisqueaban mi alma intoxicándome con angustias y pánicos que creí superados.
Quise pararme y gritar, implorar por ayuda, correr, huir; o mejor morir en ese
instante y aliviarme del suplicio…Pero me mantuve sentado. Soy lobo, soy
devorador de pánicos, pero también soy humano y sé pedir perdón… El lobo estaba
orando mientras vomitaba y lloraba sin cesar. Vi materializarse a la carrera, a
una horrible niña viniendo hacia mí, chillando y amenazándome con un largo
objeto punzante, mas cuando me lo iba a clavar, se desvaneció.
-¡Abre la boca! ¡No aspires, sólo mantén abierta la boca!-
Me introdujeron una cerbatana en una de las fosas nasales y
por ella me soplaron un polvo burbujeante, invasivo y desesperante, pero con
sabor esclarecedor, luego repitieron la acción en la otra fosa nasal. Antes de
irme pusieron en mi mano derecha una papa, aún con la tierra de cultivo
impregnada en su cascara, y me dijeron: -¡Camina. Allí viene tu paz!-
Ustedes también son buscadores, por ello intuyen de qué estoy
hablando...
lunes, 26 de agosto de 2019
LA SEÑAL
Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.
Cap. 17 del libro "Delirios del Lirio"
(Derechos de autor, protegidos)
¡Brooooooom! ¡Brooooooom! ¡Brooooooooooom!
¡Brooooooooooom!
El ruido ensordecedor, repetitivo y acompasado, cada vez más
cercano, hacía temblar el suelo como si se tratara de las pisadas de un
gigantesco coloso. Me levanté asustado pero presto a dar batalla a lo que
fuere, mi naturaleza de veterano guerrero así me lo imponía. Instintivamente me
calcé el yelmo y cogí mi hacha de dos filos. Aunque estaba desnudo, aquellos
elementos me bastaban para protegerme y enfrentar cualquier situación que
pusiera en peligro la integridad de la Semidiosa, esa que se me había encomendado
salvaguardar y con quien compartía mi lecho. Antes de salir de la habitación me
volví para echarle una mirada. Estaba en total desnudez, agazapada en un
rincón, con la mirada desencajada y los labios en “O”. Su pánico se hacía
evidente en el color verde esmeralda al que había virado su piel, tonalidad
propia de los desamparados. Me acerqué con intención de abrazarla, pero ella no
me lo permitió. Me atajó con un movimiento de manos que danzaron en el aire
cual mariposa aturdida, centró su mirada llorosa en mis pupilas y exclamó:
-¡Vienen por mí! ¡Otra
vez vienen por mí!
Yo también la miré
pese a que en esa contemplación había desconcierto ¿Quién? ¿quiénes venían por
ella? No me detuve a pensarlo, simplemente salí corriendo del recinto dispuesto
a dar la vida por ella, nadie iba a llevársela, no se lo dije, pero lo di por
sentado. El ruido y el temblor que semejaba las pisadas de un gigantesco coloso
habían sido reemplazados por un griterío impreciso donde se entremezclaban
plegarias de mujeres, llanto de niños, retumbos de marchas a la carrera de
decenas de soldados y órdenes de oficiales que los conminaban a ocupar lugares
estratégicos.
A punto estaba de llegar a las murallas de protección cuando
un oficial se interpuso en mi camino, cubrió mi desnudez con un taparrabo de
piel y a continuación me dijo:
-Son cientos de miles de seres que parecen salidos de las
mismas entrañas del infierno.
Con unos cuantos trancos recorrí las escaleras que me
condujeron hacia lo alto de los andamios que servían para transitar el
perímetro amurallado. Miré hacia el horizonte y lo que vi era espeluznante,
incluso para mí que infinidad de veces me había visto cara a cara con la
muerte. Hasta donde alcanzaba mi vista, estaba plagado de cuadrúpedos deformes.
Sus cuartos traseros más pequeños, les otorgaba una marcada ondulación en sus
lomos a modo de joroba. Hocicos enormes provistos de filosa dentadura remataban
su amenazante corporeidad cubierta de crines e hirsuto pelaje negro. En el
centro del enjambre, se erigía una descomunal anda y sobre ella, un trono en el
que estaba sentada una fémina demoníaca completamente desnuda. De sus
entrepiernas salían llamaradas. Detrás de ella, tres monjes con túnicas grises,
sujetaban un cartel que llevaba inscrito “SOY LA DUDA, LA MADRE DE TODOS LOS
MIEDOS”
En las murallas seguían los ajetreos y correrías de los
soldados y oficiales preocupados por abastecer de pertrechos a quienes, en
primera línea, inútilmente intentarían repeler el inminente ataque cuando este
aconteciera. Uno de los tres sacerdotes cogió una tea y la encendió con el
fuego que brotaba de las entrepiernas de la infernal dama. Bajó de las andas y
la muchedumbre le abrió paso. El monje no caminaba, se deslizaba levitando a
unos veinte centímetros del piso y así fue acercándose hasta el portón que
flanqueaba la entrada a nuestra ciudadela.
-¡Hey, tú, guerrero!
LA MADRE DE TODOS LOS MIEDOS reclama a la Semidiosa que albergas y pretendes
proteger ¡Entrégamela y ven tú con ella! Tienes la promesa de que, si lo haces,
seguiremos de largo sin llevarnos ninguna de las vidas de esta nauseabunda
aldea.
En voz baja pedí a uno de los oficiales que me alcanzara un
perol de aceite hirviente e incandescente y sorpresivamente lo arrojé contra el
monje, como respuesta a su propuesta.
- ¡Púdrete en los infiernos, tú y tu soberana! - Mientras el
monje se retorcía carbonizándose, elevé amenazante mi hacha de dos filos y
vociferé retándoles:
-¡Vengan por nosotros,
huestes de esa ramera infernal! Aquí los espera el filo de mi hacha y la fortaleza
de mi alma iracunda.
LA MADRE DE TODOS LOS MIEDOS se puso de pie y aunque no
podíamos oír lo que decía, intuí que arengaba a su horda a atacarnos pues sus
movimientos eran enérgicos y no cesaba de señalar nuestras murallas como
objetivo principal.
Miré a mí alrededor. En los rostros de los oficiales, se
reflejaba el pavor de la cercanía del fin. Sentí que todos, en silencio, me
preguntaban con tono de acusación “¿Qué hiciste?”. Debo reconocer que tenían
razón para hacerlo ya que, arbitrariamente, los había condenado a una muerte
segura pudiendo evitarlo con sólo entregarme y entregarles a la Semidiosa. LA
MADRE DE TODOS LOS MIEDOS nos quería a los dos, nada más…
Afuera, el enjambre diabólico se movía de aquí para allá como
una marejada, estaban ansiosos esperando la orden para arrasarnos sin piedad
alguna. Unas cuantas criaturas subieron al anda y encendieron unas teas que
hundieron en la entrepierna de la fémina infernal que los guiaba. Con
anterioridad, habían apostado varias catapultas frente a nuestras murallas y
varios grupos de aquellas cuadrúpedas criaturas las iban cargando con una
sustancia oleaginosa mientras que los portadores de las teas iban
encendiéndolas una a una. En ese instante y de un modo impensado, súbitamente
el cielo se oscureció. Las lenguas de fuego que emergían de las cargas de las
catapultas y de la entrepierna de LA MADRE DE TODOS LOS MIEDOS, eran la única
la iluminación existente sobre la faz de la tierra, tornando más tétrica la
presencia de aquel enjambre de heraldos de la muerte. Los que estábamos tras
las murallas no podíamos distinguir nada, sabíamos que estábamos allí pues
escuchábamos el llanto, la respiración agitada y las plegarias de quienes
teníamos cerca.
De pronto, a nuestras espaldas, un resplandor celeste acaparó
nuestra atención. Todos los que estábamos en la muralla volteamos en actitud
defensiva esperando lo peor. Quedamos paralizados al ver a la Semidiosa en la
plenitud de su desnudez. De su piel irradiaba aquella luz celestial. El pánico
había desaparecido al igual que su mirada llorosa. Se dirigía resueltamente
hacia el portón de entrada. Cuando logré salir de la quietud en que nos sumió
su radiante presencia, bajé velozmente y me interpuse en su ruta. La Semidiosa
estiró su brazo y señalando con su índice la entrada, me ordenó:
-¡Abre ese portón! He vivido toda mi existencia esquivándola,
pero ha llegado el momento de enfrentarla. Ella, LA DUDA, MADRE DE TODOS LOS
MIEDOS, es mi madre, pero ya no le temo más. No intentes detenerme.
Sus pupilas estaban desmesuradamente dilatadas, parecía en
trance, sus ojos se presentaban negros en totalidad, sin iris, una mirada sin
brillo, casi sin vida. Quise atajarla, pero al acercarme a su resplandor, se me
chamuscó la palma de la mano y una fuerza sobrenatural me arrojó de espaldas
varios metros atrás. No sentí el dolor del impacto de mi caída ni el ardor
lógico de la quemadura en mi mano, pero sí noté que mi hacha había desaparecido
de mi otra mano y en su reemplazo empuñaba una larga pluma blanca.
La Semidiosa continuó su camino ante la atónita mirada de
todos los que estábamos en este lado de la muralla. Cuando llegó al portón, su
proximidad hizo estallar en mil pedazos los bloques de madera reforzada con
hierro, infundiéndole miedo a la horda de sitiadores. Ella, impasible,
prosiguió la marcha. A su paso, aquellas bestias babeantes y atontadas, se
hacían a un lado.
Cuando llegó al pie de las andas, LA DUDA, MADRE DE TODOS LOS
MIEDOS, se irguió al verla. La Semidiosa con su refulgencia se le acercó, le
tomó las manos y le dio un beso en la frente. Instantáneamente el anda fue el
epicentro de una gran explosión cuya onda expansiva desintegró todo resto de
ese infernal enjambre. A quienes estábamos en este lado de la muralla nos llegó
una ola de cenizas que amenazó con asfixiarnos, mas, pronto se disipó, nos
permitió salir y ver a la Semidiosa de rodillas en el mismo lugar donde antes
estuvo el anda… sola y desnuda. Corrí hacia ella con una manta que hallé y
cubrí su cuerpo.
Al tomarla en brazos para llevarla a lugar seguro, aprecié la
liviandad de su cuerpo. Inmediatamente, se desató una gran tormenta, pero no
era agua, no, eran plumas ¡Plumas blancas! Quedé aturdido por lo que sucedía,
mas, cuando pude reponerme, la extraña tormenta cesó, el suelo estaba cubierto
con las plumas, allí, en el mismo lugar donde cayó ella, la semidiosa. Me puse
de cuclillas y comencé a limpiar la zona de plumas, necesitaba quitarla de
allí, temí que se asfixiara, eran millones de plumas cubriendo su cuerpecillo,
pero…
- ¿Dónde está? ¡Respondan! - grité a los pocos hombres que
habían sobrevivido a ese fenómeno inusual- Silencio absoluto, cabizbajos, sólo
atinaron a señalar hacia mis espaldas.
A lo lejos, entre nimbos, alcancé a ver una guadaña, la
sombra de la muerte…y ella, mi niña semi-diosa…transportada en sus brazos hacia
el más allá…
- ¡Nooooooooooooooooooooooooo!-Mi aullido atravesó el
firmamento y el cielo se oscureció…
jueves, 18 de julio de 2019
EVADADORA
¡Madre! ¡Madre! ¿Estás allí?
… ¿Es que mis lágrimas no me permiten distinguirte?
Me proveíste del agua de tu mar,
Pero me falta tu cariño.
Necesito la tibieza de tu seno; tengo frío y el vivir me
duele.
¡Madre! ¡Madre! ¡Vuelve a mí!
¿Quién lavará mis pánicos?
Temo dar mis pasos en soledad.
¿Quién acariciará mis escamas, para convertirlas en plumas?
No me condenes a ser reptil el resto del camino.
No me niegues la oportunidad de ser ángel.
¡Madre! ¡Madre! ¿Estás allí?
… ¿Es que mis lágrimas no me permiten distinguirte?
viernes, 8 de junio de 2018
NO REVERSIBLE
Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.
Cap. 15 del libro "Delirios del Lirio"
(Derechos de autor, protegidos)
*-¿Deseas saber quién eres?
Quizás Debas viajar hacia ti mismo, rebuscar entre tus recuerdos
olvidados…en lo más recóndito de tu mente… yo esperaré aquí tu retorno…
La luz del sol atravesando nuestros parpados anuncia un nuevo
día para ir hacia no sabemos dónde, en compañía de no sabemos quiénes, para hallar
quien sabe qué.
-¡Despierten!…- Recibimos órdenes de quienes no vemos, ni
escuchamos, ni sabemos nada…y nosotros obedecemos. Todos a la vez abrimos los
ojos en el momento preciso para un nuevo día, y sin mediar pregunta o palabra
alguna, todos a la vez nos ponemos de pie esperando la orden -¡Caminen!-
Entonces, juntos emprendemos la caminata
por la ruta que se nos vaya indicando.
Somos muchos, mas todos obedecemos esas órdenes silenciosas que retumban
dentro de nosotros.
Tenemos al Sol abrazador quemando nuestras espaldas, y
nuestros pies sangran. Sólo eso tenemos, nuestro dolor y el vacío de nuestras mentes. Nuestras almas
también han empezado a dolernos, pero seguimos caminando. Pasamos sobre arenas
calientes, campos espinosos y rocas filosas.
La caminata no se detiene mientras no recibamos orden de
hacerlo. Cualquiera de nuestras necesidades fisiológicas debemos atenderla
sobre la marcha, sin detenernos. Nuestra suciedad queda en el camino, y quienes
vienen detrás la pisotean embarrándose
los pies heridos y empolvados.
Hasta hace poco sólo teníamos dolor en nuestras pieles; pero ahora este
se está apoderando también de nuestras mentes…
Tenemos un recuerdo borroso de que llegamos desde muy
lejos. No sabemos cómo ni cuándo, pero
ese recuerdo está allí. Lo único que tenemos claro es que hace mucho tiempo
llevamos caminando por estos rumbos, los cuales parecen no tener fin.
En un momento del día llega la orden -¡Deténganse!- Todos la
percibimos; pero no hubo sonido… mas, obedecemos. Todos elevamos nuestras
miradas hacia el cielo, pero no lo miramos. Nuestra atención está fija en la
aparición de algo que estamos esperando ¡Y sí! Empezó a caer del cielo una
lluvia de bolitas blancas. Las cogemos en el aire con nuestras bocas abiertas y
también con nuestras manos; y las tragamos rápidamente. Cuando el cielo deja de
dar, bajamos nuestras miradas, nos agachamos para recoger e ir comiendo las
bolitas que cayeron al suelo en nuestro rededor.
-¡Caminen!- Es la orden, siempre sin ruido alguno. Todos
obedecemos. Seguimos un camino que vamos descubriendo paso a paso. La luz del
día va apagándose mientras el cielo varía de color. Ahora es rojo como nuestra
sangre. Así va presentándose la noche.
-¡Deténganse!- Esa es la orden sin sonido que se nos impone.
Nos detenemos, y en ese mismo lugar nos sentamos o recostamos. Momento para
rascarnos o sobar nuestras heridas, esperando aliviar en algo nuestro dolor.
Poco a poco la masa va compactándose. Nos vamos juntando hasta rozar nuestros
cuerpos, esperando el momento de la orden -¡Duerman!- Orden que no oiremos,
pero que hará caer nuestros parpados. Mañana será siempre igual al día anterior:
el amanecer, la caminata diaria, y la
misma pregunta que hace un tiempo da vueltas en nuestras cabezas -¿Qué hacemos
aquí?- …Igual, no habrá respuestas…
Nos despierta una luz tan intensa, que hiere nuestros ojos, a
pesar de que nuestros parpados estaban cerrados. Luego sentimos un estruendo y
el piso se sacudió violentamente. Cuando nos dimos cuenta, nos mirábamos los
unos a los otros. Los ojos y las bocas abiertas, buscando respuestas en
nuestras miradas llenas de asombro… Las luces hirientes se repiten, así como
los estruendos y temblores. Vamos juntando nuestros cuerpos, buscando compartir
nuestra confusión, y hacer de nuestro temor uno solo. Juntos estamos conociendo
al miedo.
Este día no hubo las órdenes. Estábamos despiertos y mirando
el cielo porque nos despertaron las luces hirientes, los estruendos y los
temblores. Por primera vez no estamos vacíos… estamos llenos de pánico, pero
atentos. Vimos grandes bolas brillantes volando de aquí para allá, y no eran
estrellas. Estas se movían rápidamente dejando marcas a su paso, como si
arañaran el cielo.
Aquel día sin órdenes silenciosas, no hubo caminata, no hubo
bolitas blancas cayendo del cielo. Pasamos todo el tiempo mirando atentamente
al cielo. Algunas veces las luces hirientes eran tan fuertes que quedábamos
ciegos por un rato; entonces buscábamos
que tocarnos con las manos, como para saber que seguíamos allí. Así fue que nos
percatamos que a algunos nos había aparecido una protuberancia en cada omóplato;
aunque nuestro miedo no nos permitió darle mucha atención al hecho.
Así, con todo ese miedo llenando nuestras mentes, llegó el
atardecer. Las luces hirientes, los estruendos y los temblores fueron
haciéndose cada vez más distanciados…más lejanos…hasta hacerse, apenas un
zumbido, que luego se perdió en el silencio. Y no hubo más… La noche se
acercaba. El cielo se tiñó de color rojo, entonces nos dimos cuenta que
habíamos pasado el día sin la compañía de los invisibles que guiaban nuestra
vida.
Jamás los habíamos visto, pero sabíamos que estaban allí,
caminando con nosotros y entre nosotros. Invisibles pero allí, guiándonos… Y
hoy no estuvieron…
Esta mañana el miedo se nos había presentado por primera vez,
y con él vino también eso que, aunque muy débil, empezaba a encenderse en
nuestras mentes primitivas. Supimos que esa masa que caminaba día a día, éramos
“Nosotros”. Unidos en el miedo, supimos que nos teníamos los unos a los otros…
Con la noche se nos presentó el miedo más grande… La soledad
que grita el abandono ¿Quién nos guiaría hacia lo desconocido del siguiente
paso? Llorando en silencio a la noche sorda, nos fuimos quedando dormidos. Sin
órdenes silenciosas que nos indicaran cerrar nuestros parpados, sin
la…vigilante…compañía…de los…
Al amanecer, cuando
sentimos la orden silenciosa -¡Despierten!- Abrimos nuestros ojos, y nos
encontramos con una mañana sin Sol y un cielo nublado. Nuestros cuerpos estaban
empapados; la noche debió llorar sobre nosotros mientras dormíamos. Su llanto
debió ser de tristeza, pues lo que cayó sobre nuestras pieles fueron lágrimas
negras y malolientes.
-¡Caminen!- Nos pusimos de pie y empezamos la caminata
diaria. El saber que quienes nos guiaban, aunque invisibles, estaban nuevamente
con nosotros y entre nosotros, invadió
nuestras mentes oscuras y vacías con una sensación desconocida…nos
sentimos bien.
Algo dentro de nosotros había empezado a cambiar. De a pocos
íbamos llenándonos de preguntas -¿Por
qué han empezado a aparecernos estos apéndices en nuestras espaldas? ¿Por qué
nos hacen caminar estos senderos? ¿Hacia dónde vamos realmente? ¿Por qué no nos dejan mirar hacia atrás?...
De pronto, al sentir las órdenes silenciosas, olvidamos todo…y obedecimos.
Algunas veces, antes de la orden -¡Duerman!- Miramos hacia el cielo, vemos las estrellas,
y sin saber por qué, algunas lágrimas ruedan por nuestras mejillas. Quisiéramos
decir algo, pero no sabemos cómo. Nuestras bocas resecas no saben decir nada.
Son nuestras miradas las que a veces dicen cosas, pero es poco…o es…nada…
Otro amanecer. Otro día para caminar. Las órdenes de siempre:
-¡Levántense! ¡Caminen!- …Y caminamos. Siempre hemos caminado vacíos, pero no
lo sentíamos. Ahora empezamos a sentirlo, y nos duele. Cuando el sol estuvo
sobre nuestras cabezas, pasamos por un campo donde sólo había arena y piedras,
y llegó la orden silenciosa -¡Deténganse!- Sabíamos que era momento de mirar
hacia arriba y esperar con nuestras bocas y manos abiertas, que cayeran las
bolitas blancas ¡Y sí! Empezaron a caer, pero sólo por un instante… ¡Y dejaron
de caer! Al inicio miramos al cielo con asombro, luego, algo dentro de nosotros
se quebró, y dolió mucho. Queríamos preguntar al cielo porqué nos negaba lo
bueno. Nos sentimos abandonados.
Lentamente fuimos bajando nuestras miradas y nos vimos a los ojos; vimos
nuestras caras y tuvimos miedo unos de otros. Nos agachamos con profundo
recelo, sin dejar de mirarnos a los ojos. Entonces no recogimos las bolitas
blancas. Lo que cogimos fueron piedras.
Un zumbido llenó nuestras cabezas y luego las órdenes
silenciosas doliéndonos.
-¡Atacar! ¡Atacar! ¡Atacaaaaaar!
Nunca antes habíamos sentido esas órdenes, pero obedecimos.
Empezamos a lanzarnos las piedras unos a otros. Lanzábamos y recibíamos
pedradas. Sentíamos mucho dolor con cada pedrada que golpeaba nuestros cuerpos,
pero no nos deteníamos. A más dolor, más ganas de seguir lanzando pedradas.
No nos dimos cuenta en que momento fue y como empezó, pero de
nuestras bocas salieron sonidos. Estábamos gritando. Temblábamos, sudábamos y
sangrábamos. Muchos caían y no se movían más. Las piedras no dejaron de llover
hasta que llegó la orden desde el silencio
-¡Deténganse!- Entonces fuimos soltando las piedras que aún
teníamos entre las manos… Y vino la calma.
-¡Caminen!- Y empezamos a caminar los que aún podíamos
hacerlo. Muchos sólo dieron unos pasos y luego cayeron. Los que veníamos más
atrás pasamos pisoteando los cuerpos de los caídos y de los que siguieron
cayendo en el camino.
-¡Deténganse!-
Nos dejamos caer. Estamos agotados. La sangre de nuestras
heridas está secando, pero el dolor que nos dejaron las pedradas en nuestros
cuerpos sigue allí. Y en nuestras mentes, un dolor más grande. Cada día
conocemos algo nuevo, pero todo nos viene con dolor -¡Duerman!- …Con
mucho…dolor…con…mucho…
Cuando desperté, el sol estaba directamente sobre mí, y a mi
rededor sólo había unos cuantos cuerpos inertes… La manada se había ido,
seguramente siguiendo las órdenes de los invisibles.
Una pluma blanca en el suelo llamó mi atención; la recogí y
empecé a caminar en sentido contrario a las huellas que dejaron los que hasta
ayer fueron “Nosotros”…