¿A qué Dios travieso se le ocurriría crear esta demencial
jungla de concreto? Te atrapa, te asfixia, tiene sabor a encierro y condena.
Confina las almas hacinándolas en una soledad acompañada que, por ilógico que
parezca, vuelve cada vez más distante a quienes más cerca tienes.
Aquí todos ignoran a
todos, sólo te toman en cuenta cuando posees algo que les resulta útil y entonces
traman cómo quitártelo. Los senderos están atestados de seres bípedos, muchos
de ellos con cabeza de cerdo, buitre, reptil, hiena y cualquier clase de
alimaña que puedas imaginar. Estas bestias transitan dándose mordiscos y
gruñéndose unas a otras de manera constante. Las cabezas de animal son producto
de la vil creación de los SEÑORES DE LA OSCURIDAD. Son ellos quienes se las
injertan como condecoración a quienes se destacan por su maldad. El caos es un
orden vertical impuesto por el régimen del poder. En este orbe el cielo siempre
se muestra frío y gris, al igual que el suelo donde predomina ese tono
luctuosamente grisáceo.
Estos señores controlan todo: Los alimentos, las diversiones
y… las emociones. Concibieron puertas que deberían servir para facilitar la
entrada a diferentes lugares; hay millones de ellas pero todas inviolables pues
las mantienen obstruidas. Nada tiene razón de ser aquí. Quienes fungen de ser
guías espirituales, cobran en monedas o en especies la tarea de llevar mensajes
de plegarias o peticiones a entes crueles que ellos representan como seres
alados correteando alegremente entre las nubes. Su pregón es que si no pagas,
los de arriba te lanzarán terribles castigos. El miedo, la angustia, la soledad
y la avaricia alimentan y ceban al odio, no dejando espacio para el amor.
A quienes predicamos sobre el amor, nadie quiere oírnos y
quienes por alguna razón ajena a su voluntad nos escuchan, inmediatamente se
alejan y nos denuncian. Si te atrapan, la pena por hacer apología al amor es someterte
a una intervención quirúrgica que consiste en aserrarte el cráneo y extraerte
del cerebro todo resquicio de tus convicciones. Con ello, los SEÑORES DE LA
OSCURIDAD obtienen dos propósitos: Que no vuelvas a recordar tú predica y que
por la costura de alambre con que volvieron a unirte el cráneo, la fauna de
afuera te identifique fácilmente como un castigado por sedición al régimen.
A mi me denunciaron, me atraparon y me sometieron a la
lobotomía, según ellos, para limpiarme de pensamientos protervos. Desconozco
cuanto tiempo anduve por allí, privado de argumentos y mi particular elocuencia
para hablar del amor, mas ese sublime sentimiento no pudieron extirparlo de mi
esencia, todo el tiempo lo albergué en mi pecho. Esos estúpidos SEÑORES DE LA
OSCURIDAD no saben que para matar al amor deben arrancarte el corazón, aunque a
ellos sólo les interesa que no hables de “eso” ya que están convencidos de que
es un virus nocivo que se propaga a través de la palabra.
He vagado por esta fría jungla de concreto, atestada de
zoomorfos adoradores del odio, sin poder recordar ni una palabra amorosa y pese
a ello, mis entrañas estaban henchidas del más sublime de los sentimientos.
Aconteció un día…Como un paria, un apestado a quien nadie se
le arrima por temor al contagio, me recosté entre unos montículos de impurezas
y desperdicios. Cuando se siente el frío de la soledad, hasta la tibieza de la
inmundicia te parece acogedora. Estaba semidormido cuando un cosquilleo
recorriéndome el antebrazo derecho, llamó mi atención. Me iba a rascar pero al
momento de hacerlo, vi una hermosa oruguita de cuerpo blanquecino y cabecita
amarilla que pugnaba por alcanzar mi hombro ¡Se veía tan tierna! Parecía buscar cobijo en mí. La tomé
delicadamente entre mis dedos y la coloqué sobre mi hombro. Creo que ambos nos
sentíamos a gusto en mutua compañía. Lentamente se deslizó por mi clavícula,
ascendiendo por mi cuello. Ya no lograba verla pero el hormigueo que me
provocaba su andar me iba dictando su posición. Sentí que había alcanzado el lóbulo
de mi oreja y la fricción de su cuerpecillo me hizo sonreír, me proporcionaba
un enorme placer la cercanía dérmica que estábamos experimentando y así, con
esa agradable sensación me quedé dormido… caí en un sueño profundo.
A partir de aquel día recuperé mi otrora capacidad para
platicar sobre el amor. Al despertar me reencontré con un léxico que juzgué
perdido. Lo primero que pronuncié fue “Permíteme adorarte”. Jamás dejé de estar
atiborrado de amor pero una vez vuelto a recuperar el don de la prédica, con
esa encomienda me puse en marcha. Iba de aquí para allá vociferando sobre la
existencia del amor con palabras que se habían enquistado en mi cerebro, el
órgano que gobernaba mi humanidad y me dictaba aquello que debía pronunciar.
Los parias como yo -que no eran pocos- se mostraban interesados en mi
elocuencia y a medida que yo iba disertando, más y más adeptos se sumaban a la
amorosa filosofía que predicaba.
Ocurrió un hecho extraño a partir del instante en que comencé
a escuchar el dictado interno de mis discursos… cada día, al despertarme,
hallaba una taza conteniendo avena y al costado, unos mendrugos de pan.
Una mañana en que estaba desperezándome luego de mi reparador
sueño nocturno y me disponía a coger mi rutinaria taza con avena,
sorpresivamente, me vi cercado por una turba de zoomorfos que me gruñían y
amenazaban con clavarme los dientes. Algunos gritaban:
-¡Aquí está, él es el predicador!- presa del pánico, no
atinaba a nada, apenas si intentaba esquivar las dentelladas de los más
exaltados, ni siquiera intentaba ponerme de pie, sabía que era inútil, no tenía
chance de huir, todo lo que podía hacer era permanecer estático… esperando lo
peor.
De pronto, la multitud abrió paso a cuatro zoomorfos con
cabeza de hiena que, armados de unas varillas de madera con puntas de metal,
empezaron a herirme despiadadamente sin dejar un centímetro de mi cuerpo a
salvo, aunque lo hacían con meticulosa dosificación. Era notorio que su
intención era dañarme pero no matarme. Estaba empapado en sangre y en estado de
shock cuando dos de ellos me tomaron de los brazos, me levantaron en vilo y me
llevaron a rastras por entre la multitud. A mi paso sentía la presión y el
impacto de las mordidas que me profería la turba y sin embargo no sentía dolor.
Al recobrar la consciencia, me vi atado de pies y manos a una
fría tarima de metal mientras que un zoomorfo con cabeza de buitre, valiéndose
de unas tenazas, iba cortando las costuras de alambre con que cosieron mi
cráneo aquella vez que por predicar el amor, fui condenado por sedición.
Terminada su faena de quitarme las costuras, el cabeza de buitre, con la tapa
de mi cráneo en sus manos, llamó a sus compañeros que estaban muy concentrados
en la práctica de lobotomía a otros supuestos sediciosos al régimen.
-¡Miren lo que este tenía alojado en su cerebro!- Gritó el
cabeza de buitre-¡Es una crisálida de mariposa con alas de corazón! ¡Maldición,
la profecía está por cumplirse!
Dicho esto, los cirujanos y asistentes de la sala, se
arrodillaron en actitud de adoración y cubriéndose con las manos sus rostros de
buitre, se sumieron en desesperadas plegarias a sabe Dios qué demonios.
La tapa de mi cráneo quedó flotando en el aire y de ella
empezaron a refulgir destellos rosados y violáceos. De entre ellos, apareció
una pequeña masa ovoide latente, con el color marrón y el brillo lustroso de un
insecto. Los resplandores se hicieron más intensos, encegueciendo a los cabezas
de buitre, mas no a mí que podía ver todo lo que ocurría con suficiente
nitidez. La masa ovoide latió con más frenesí, retorciéndose hasta que la parte
superior se cuarteó en forma de cruz y de ella emergió una agraciada criatura
femenina de piel tan blanca como la nieve y cabellos como los rayos del sol.
Tenía unas preciosas alas de rojo carmesí en forma de corazón y mientras las
desplegaba con orgullo, me dijo:
-¿Sabes que a ti te correspondería una cabeza de asno por tu
testarudez y necedad? Pero como el amor se nutre de esas taras-virtudes y tú
tuviste bastante de ello para alimentar mi metamorfosis pues…quedas exento de
ese castigo.-
A continuación, liberó mis manos y pies y sobre la tarima de
metal donde estuve recostado dejó una taza de avena y los mendrugos de pan.
Luego me hizo una señal con su dedo índice para que la siguiera. Cuando me
levanté para coger la taza de avena y los mendrugos de pan, noté que el piso
estaba encharcado con un líquido sanguinolento de un repugnante color verde
petróleo que descendía a borbotones por las paredes y techo, como si el
mismísimo infierno estuviera desangrándose. Entre el horror, flotando en aquel
lugar, yacían cuatro plumas blancas. De los cabezas de buitre sólo quedaban sus
ropajes y las cabezas de ave rapaz con los ojos desorbitados, pugnando por no
hundirse, como si se empecinaran en ser mudo testimonio de lo que allí ocurrió.
Luego de traspasar un largo pasadizo, de paredes y techo que
también sangraban, salimos a un mundo diferente, colorido, con el cielo
azulado, propio de un día soleado. Mariposa emprendió vuelo y yo seguí su
rumbo. A nuestro paso, grupos de parias sonrientes, uno a uno, fueron
acoplándose a nuestro peregrinar. Recién entonces reparé en que tenía el cráneo
destapado pero no me importó… continué mi camino tras de Mariposa.