Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.
Cap. 15 del libro "Delirios del Lirio"
(Derechos de autor, protegidos)
*-¿Deseas saber quién eres?
Quizás Debas viajar hacia ti mismo, rebuscar entre tus recuerdos
olvidados…en lo más recóndito de tu mente… yo esperaré aquí tu retorno…
La luz del sol atravesando nuestros parpados anuncia un nuevo
día para ir hacia no sabemos dónde, en compañía de no sabemos quiénes, para hallar
quien sabe qué.
-¡Despierten!…- Recibimos órdenes de quienes no vemos, ni
escuchamos, ni sabemos nada…y nosotros obedecemos. Todos a la vez abrimos los
ojos en el momento preciso para un nuevo día, y sin mediar pregunta o palabra
alguna, todos a la vez nos ponemos de pie esperando la orden -¡Caminen!-
Entonces, juntos emprendemos la caminata
por la ruta que se nos vaya indicando.
Somos muchos, mas todos obedecemos esas órdenes silenciosas que retumban
dentro de nosotros.
Tenemos al Sol abrazador quemando nuestras espaldas, y
nuestros pies sangran. Sólo eso tenemos, nuestro dolor y el vacío de nuestras mentes. Nuestras almas
también han empezado a dolernos, pero seguimos caminando. Pasamos sobre arenas
calientes, campos espinosos y rocas filosas.
La caminata no se detiene mientras no recibamos orden de
hacerlo. Cualquiera de nuestras necesidades fisiológicas debemos atenderla
sobre la marcha, sin detenernos. Nuestra suciedad queda en el camino, y quienes
vienen detrás la pisotean embarrándose
los pies heridos y empolvados.
Hasta hace poco sólo teníamos dolor en nuestras pieles; pero ahora este
se está apoderando también de nuestras mentes…
Tenemos un recuerdo borroso de que llegamos desde muy
lejos. No sabemos cómo ni cuándo, pero
ese recuerdo está allí. Lo único que tenemos claro es que hace mucho tiempo
llevamos caminando por estos rumbos, los cuales parecen no tener fin.
En un momento del día llega la orden -¡Deténganse!- Todos la
percibimos; pero no hubo sonido… mas, obedecemos. Todos elevamos nuestras
miradas hacia el cielo, pero no lo miramos. Nuestra atención está fija en la
aparición de algo que estamos esperando ¡Y sí! Empezó a caer del cielo una
lluvia de bolitas blancas. Las cogemos en el aire con nuestras bocas abiertas y
también con nuestras manos; y las tragamos rápidamente. Cuando el cielo deja de
dar, bajamos nuestras miradas, nos agachamos para recoger e ir comiendo las
bolitas que cayeron al suelo en nuestro rededor.
-¡Caminen!- Es la orden, siempre sin ruido alguno. Todos
obedecemos. Seguimos un camino que vamos descubriendo paso a paso. La luz del
día va apagándose mientras el cielo varía de color. Ahora es rojo como nuestra
sangre. Así va presentándose la noche.
-¡Deténganse!- Esa es la orden sin sonido que se nos impone.
Nos detenemos, y en ese mismo lugar nos sentamos o recostamos. Momento para
rascarnos o sobar nuestras heridas, esperando aliviar en algo nuestro dolor.
Poco a poco la masa va compactándose. Nos vamos juntando hasta rozar nuestros
cuerpos, esperando el momento de la orden -¡Duerman!- Orden que no oiremos,
pero que hará caer nuestros parpados. Mañana será siempre igual al día anterior:
el amanecer, la caminata diaria, y la
misma pregunta que hace un tiempo da vueltas en nuestras cabezas -¿Qué hacemos
aquí?- …Igual, no habrá respuestas…
Nos despierta una luz tan intensa, que hiere nuestros ojos, a
pesar de que nuestros parpados estaban cerrados. Luego sentimos un estruendo y
el piso se sacudió violentamente. Cuando nos dimos cuenta, nos mirábamos los
unos a los otros. Los ojos y las bocas abiertas, buscando respuestas en
nuestras miradas llenas de asombro… Las luces hirientes se repiten, así como
los estruendos y temblores. Vamos juntando nuestros cuerpos, buscando compartir
nuestra confusión, y hacer de nuestro temor uno solo. Juntos estamos conociendo
al miedo.
Este día no hubo las órdenes. Estábamos despiertos y mirando
el cielo porque nos despertaron las luces hirientes, los estruendos y los
temblores. Por primera vez no estamos vacíos… estamos llenos de pánico, pero
atentos. Vimos grandes bolas brillantes volando de aquí para allá, y no eran
estrellas. Estas se movían rápidamente dejando marcas a su paso, como si
arañaran el cielo.
Aquel día sin órdenes silenciosas, no hubo caminata, no hubo
bolitas blancas cayendo del cielo. Pasamos todo el tiempo mirando atentamente
al cielo. Algunas veces las luces hirientes eran tan fuertes que quedábamos
ciegos por un rato; entonces buscábamos
que tocarnos con las manos, como para saber que seguíamos allí. Así fue que nos
percatamos que a algunos nos había aparecido una protuberancia en cada omóplato;
aunque nuestro miedo no nos permitió darle mucha atención al hecho.
Así, con todo ese miedo llenando nuestras mentes, llegó el
atardecer. Las luces hirientes, los estruendos y los temblores fueron
haciéndose cada vez más distanciados…más lejanos…hasta hacerse, apenas un
zumbido, que luego se perdió en el silencio. Y no hubo más… La noche se
acercaba. El cielo se tiñó de color rojo, entonces nos dimos cuenta que
habíamos pasado el día sin la compañía de los invisibles que guiaban nuestra
vida.
Jamás los habíamos visto, pero sabíamos que estaban allí,
caminando con nosotros y entre nosotros. Invisibles pero allí, guiándonos… Y
hoy no estuvieron…
Esta mañana el miedo se nos había presentado por primera vez,
y con él vino también eso que, aunque muy débil, empezaba a encenderse en
nuestras mentes primitivas. Supimos que esa masa que caminaba día a día, éramos
“Nosotros”. Unidos en el miedo, supimos que nos teníamos los unos a los otros…
Con la noche se nos presentó el miedo más grande… La soledad
que grita el abandono ¿Quién nos guiaría hacia lo desconocido del siguiente
paso? Llorando en silencio a la noche sorda, nos fuimos quedando dormidos. Sin
órdenes silenciosas que nos indicaran cerrar nuestros parpados, sin
la…vigilante…compañía…de los…
Al amanecer, cuando
sentimos la orden silenciosa -¡Despierten!- Abrimos nuestros ojos, y nos
encontramos con una mañana sin Sol y un cielo nublado. Nuestros cuerpos estaban
empapados; la noche debió llorar sobre nosotros mientras dormíamos. Su llanto
debió ser de tristeza, pues lo que cayó sobre nuestras pieles fueron lágrimas
negras y malolientes.
-¡Caminen!- Nos pusimos de pie y empezamos la caminata
diaria. El saber que quienes nos guiaban, aunque invisibles, estaban nuevamente
con nosotros y entre nosotros, invadió
nuestras mentes oscuras y vacías con una sensación desconocida…nos
sentimos bien.
Algo dentro de nosotros había empezado a cambiar. De a pocos
íbamos llenándonos de preguntas -¿Por
qué han empezado a aparecernos estos apéndices en nuestras espaldas? ¿Por qué
nos hacen caminar estos senderos? ¿Hacia dónde vamos realmente? ¿Por qué no nos dejan mirar hacia atrás?...
De pronto, al sentir las órdenes silenciosas, olvidamos todo…y obedecimos.
Algunas veces, antes de la orden -¡Duerman!- Miramos hacia el cielo, vemos las estrellas,
y sin saber por qué, algunas lágrimas ruedan por nuestras mejillas. Quisiéramos
decir algo, pero no sabemos cómo. Nuestras bocas resecas no saben decir nada.
Son nuestras miradas las que a veces dicen cosas, pero es poco…o es…nada…
Otro amanecer. Otro día para caminar. Las órdenes de siempre:
-¡Levántense! ¡Caminen!- …Y caminamos. Siempre hemos caminado vacíos, pero no
lo sentíamos. Ahora empezamos a sentirlo, y nos duele. Cuando el sol estuvo
sobre nuestras cabezas, pasamos por un campo donde sólo había arena y piedras,
y llegó la orden silenciosa -¡Deténganse!- Sabíamos que era momento de mirar
hacia arriba y esperar con nuestras bocas y manos abiertas, que cayeran las
bolitas blancas ¡Y sí! Empezaron a caer, pero sólo por un instante… ¡Y dejaron
de caer! Al inicio miramos al cielo con asombro, luego, algo dentro de nosotros
se quebró, y dolió mucho. Queríamos preguntar al cielo porqué nos negaba lo
bueno. Nos sentimos abandonados.
Lentamente fuimos bajando nuestras miradas y nos vimos a los ojos; vimos
nuestras caras y tuvimos miedo unos de otros. Nos agachamos con profundo
recelo, sin dejar de mirarnos a los ojos. Entonces no recogimos las bolitas
blancas. Lo que cogimos fueron piedras.
Un zumbido llenó nuestras cabezas y luego las órdenes
silenciosas doliéndonos.
-¡Atacar! ¡Atacar! ¡Atacaaaaaar!
Nunca antes habíamos sentido esas órdenes, pero obedecimos.
Empezamos a lanzarnos las piedras unos a otros. Lanzábamos y recibíamos
pedradas. Sentíamos mucho dolor con cada pedrada que golpeaba nuestros cuerpos,
pero no nos deteníamos. A más dolor, más ganas de seguir lanzando pedradas.
No nos dimos cuenta en que momento fue y como empezó, pero de
nuestras bocas salieron sonidos. Estábamos gritando. Temblábamos, sudábamos y
sangrábamos. Muchos caían y no se movían más. Las piedras no dejaron de llover
hasta que llegó la orden desde el silencio
-¡Deténganse!- Entonces fuimos soltando las piedras que aún
teníamos entre las manos… Y vino la calma.
-¡Caminen!- Y empezamos a caminar los que aún podíamos
hacerlo. Muchos sólo dieron unos pasos y luego cayeron. Los que veníamos más
atrás pasamos pisoteando los cuerpos de los caídos y de los que siguieron
cayendo en el camino.
-¡Deténganse!-
Nos dejamos caer. Estamos agotados. La sangre de nuestras
heridas está secando, pero el dolor que nos dejaron las pedradas en nuestros
cuerpos sigue allí. Y en nuestras mentes, un dolor más grande. Cada día
conocemos algo nuevo, pero todo nos viene con dolor -¡Duerman!- …Con
mucho…dolor…con…mucho…
Cuando desperté, el sol estaba directamente sobre mí, y a mi
rededor sólo había unos cuantos cuerpos inertes… La manada se había ido,
seguramente siguiendo las órdenes de los invisibles.
Una pluma blanca en el suelo llamó mi atención; la recogí y
empecé a caminar en sentido contrario a las huellas que dejaron los que hasta
ayer fueron “Nosotros”…