Tssschk…tssschk…tssschk… Era un sonido de origen neurológico que cada cierto tiempo, retumbaba dentro de su masa encefálica como heráldico aviso de que iba a entrar en un estado muy semejante al delirio, con alucinaciones que se mostraban tan reales que hasta parecían palpables.
La primera vez ocurrió cuando tenía trece años de edad. Estaba durmiendo en la habitación que compartía con su hermano mayor, cuando de pronto, empezaron los tssschk…tssschk…tssschk… que lo despertaron; o quizás no despertó, tal vez sólo era una realidad paralela incubada en su plano onírico. Abrió los ojos y notó en sus extremidades cierta resistencia a obedecer las órdenes de movimiento que su confundido cerebro les enviaba. Ensimismado en su lid por poner en actividad sus miembros volvió a cerrar los ojos para concentrarse y repotenciar su fuerza mental; era preciso gobernar sus facultades motrices, mas no dio resultado: sus brazos y piernas continuaron inmóviles haciendo caso omiso de su voluntad por imponerles obediencia. Inexplicablemente, no había desesperación ante la situación, incluso se volvía lúdica y entretenida aunque obsesiva esa búsqueda de conexión.
Sus pupilas debieron haberse dilatado al máximo, ya que pese a la oscuridad circundante, alcanzaba a distinguir cada elemento de la habitación. Su cuello y su cabeza no habían perdido movilidad, entonces, le resultaba más que sencillo girar hacia todos lados, haciendo un paneo visual del ambiente.
Podía ver su abdomen, y a los costados, sus brazos y manos; más allá diferenciaba en perspectiva sus rodillas y sus pies. Al frente estaba la cama donde reposaba su hermano arropado con la frazada que tenía estampada la imagen de un gran tigre de bengala. Al costado izquierdo lograba ver el enorme armario atiborrado de libros. A la derecha, la puerta de ingreso, y al costado, la ventana de vidrio con sus cortinas de tela que dejaban entrar tímidamente la luz de la calle.
Todo se mostraba tan real… Si hasta hubiera podido tocar cada objeto en caso de que sus miembros recuperaran la capacidad de moverse, pero toda tentativa por accionarlos resultaba inútil.
Fue esa percepción instintiva que suele avisarnos que estamos siendo observados la que lo indujo a levantar la vista hacia la cabecera de su cama ¡Y allí estaba! ¡Sí! Sobre la cabecera, en posición de cuclillas, ese horrible presencia demoníaca lo miraba fijamente a los ojos mientras se introducía el dedo índice derecho en una de sus fosas nasales. Todo su aspecto se asemejaba a una mezcla de buitre antropomorfo y murciélago burlón; sus fuertes patas, rematadas en poderosas garras, lo sostenían asido a la cabecera manteniéndolo firme, en tanto que agachaba su espantoso rostro para otearlo y olerlo, barriéndole el rostro con el tufo de su nauseabundo aliento. ¡Ahora sí que el pánico se había hecho presa del niño! Quiso gritar, pero su boca estaba impedida de articular sonido alguno. Pretendió mover sus brazos para golpear la cama y hacer ruido, con la intención de alertar a su hermano; intentó patalear con el mismo fin, pero ninguna porción de sus músculos y tendones correspondió a sus incitaciones. El infernal bicharraco permanecía mirándolo fijamente, deleitándose con el miedo extremo que le ocasionaba. Por momentos se acercaba más a su rostro, como para olfatear, exponiéndolo al vaho que despedía su exhalación ¿Cuánto tiempo duró esa desesperante tortura? …Es imposible de definir.
A continuación, vino el sosiego con la pérdida de la conciencia: esa muerte transitoria que ayuda a escapar de lo intolerable, la evasión hacia la negrura donde ya no hay miedos, la oquedad… la nada.
Al amanecer despertó sobresaltado por la angustia. Con agilidad, se sentó en la cama, y miró hacia la cabecera esperando hallar a la criatura, pero para su alivio, comprobó que ya no estaba. La habitación en su totalidad, estaba tal como la noche anterior, sólo faltaba el horrible visitante. Nunca contó a nadie la traumática vivencia, no lo creyó conveniente.
Sin embargo, en los días subsiguientes, con calma fue conjeturando y buscando explicaciones a lo acontecido. No obstante, al no hallar nada razonable que respondiera al misterioso hecho, atribuyó lo ocurrido a visiones provocadas por algún desorden psicológico, producto de la ingesta de drogas que, desde hacía casi un año venía consumiendo de manera habitual. Así pues, le restó el peso espiritual que podría haberle acarreado la extraña experiencia, algo que dada su inculcada sensibilidad religiosa, obviamente le hubiera perturbado. Lo físico y mental, no le preocupaba mucho; tenía la idealizada convicción de que su cuerpo todo lo podía superar. -El bullente riego hormonal en los adolescentes, suele crear esa presunta infalibilidad-.
Muchas veces, a pesar de su acuciosidad, impropia para su edad, creía no entender nada. Había empezado a gestarse la idea de que todo lo que se mostraba ante sus sentidos como realidad, no se trataba más que de una farsa, un teatro inexistente que sólo estaba en su imaginación. -A lo mejor su familia: Padre, Madre y hermano, sólo se trataban de una mentira que su fantasiosa naturaleza había concebido como objetos en los cuales depositar su necesidad primigenia de amar, y de ese modo, tener un motivo para sufrir…-
...Se había empezado a gestar un demente.