Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.
Cap. final del libro "Delirios del Lirio"
(Derechos de autor, protegidos)
La tertulia es un bocado largo; se paladea, se saborea. La disfruta quien habla, y también quienes escuchan. Si la charla es incoherente, mucho mejor. Aunque esta, más que charla, era un monólogo continuo.
Cual si tuviera mil bolsillos imaginarios, el Cuentero iba sacando historia tras historia. Los oyentes, boquiabiertos, apenas si se limitaban a asentir por momentos con alguna gesticulación, mueca, o pronunciando un breve “¡Ajá!”, o un “¡Claro!” …
En determinado momento, el Cuentero requirió de un adjetivo huidizo, entonces cerró los ojos un instante, como si fuera a hurgar su mente en busca del ansiado adjetivo.
Al volver a abrir los ojos, algo no encajaba… Algo había variado radicalmente en el contexto.¡¡Sí!! ¡¡Ya no eran las mismas caras conocidas de los oyentes!! Ya no era el mismo lugar…Ni siquiera era la misma noche…
La primera reacción del Cuentero fue el pánico - ¿Qué está pasando? - Instintivamente intentó ponerse de pie, mas los que ahora le rodeaban se lo impidieron.
-No se pare…
*- ¿Por qué…?
-Se cayó, se golpeó la cabeza, y estuvo sin conocimiento por unos minutos. Es mejor que espere a que llamemos a algún familiar o algún conocido suyo…
El Cuentero se llevó las manos a la cabeza, y entonces pudo palpar que sus largos cabellos estaban empapados de una sustancia gelatinosa. Cuando miró las palmas de sus manos se dio cuenta que era sangre en proceso de coagulación. ¿Qué había ocurrido realmente? ¿Cómo llegó a este lugar? ¿Dónde quedaron los amigos con quienes estuvo tertuliando hacía un instante?
Al Cuentero sólo se le ocurrió huir despavorido de aquella extraña realidad repentina, mas, al primer tranco, sus piernas no reaccionaron a la altura de las exigencias. Trastabilló y cayó pesadamente al piso, recayendo el impacto de la colisión sobre su mano derecha.
-Señor, cálmese. Ya está en camino el auxilio médico.
El dolor obligó al Cuentero a encoger su brazo derecho para sobarse. Fue allí que notó lo arrugadas y envejecidas que estaban sus manos. Su cuerpo en sí, estaba falto de musculatura, agotado, desgastado…Un cuerpo de anciano. ¿Cómo pudo ocurrir esto en un abrir y cerrar de ojos? -
Arrastrándose hacia atrás, apoyándose sobre sus caderas y codos, El Cuentero, desesperado, se apresuró por alejarse de esa pesadilla... ¡Huir! ¡Huir! ¡Huir!
Esta vez el cambio también fue repentino, pero no hubo brusquedad. Todo varió, pero fue como una veladura, suave, sutil, esfumada…Ahora él se impulsaba con unas piernas muy largas, flexibles y elásticas. Se deslizaba casi flotando por entre un camino heterogéneo de distancias planas y graderías. A su derecha se mostraba una inacabable pared de ladrillos, con una secuencia horizontal de ventanas desde donde le observaban personas que en algún momento debió conocer, pues sus rostros le resultaban familiares. Que no hubiera hecho por evitar mirarlos, pero su vista era atraída por esos rostros tristes y sombríos que aparecían en las ventanas. Verlos le dolía. Había algo en esas visiones que le hacía daño. Estaba llorando, y sufría, mas no aminoró la velocidad de su carrera. Aun así, el deslizamiento de su existencia se desfasó con la vista de la inacabable pared que se presentaba a su derecha. El paso de las ventanas frente a sus retinas fue adquiriendo más y más velocidad, hasta hacérsele imposible distinguir nada. Sólo podía percibir el vértigo moviéndose a su derecha.
Cuando detuvo su correría, el paisaje se mostró desoladoramente plano y sin fin, estéril, vacío. Sin atrás, sin adelante. Sin Este ni Oeste, sin Norte ni Sur. Hacia donde mirara, sólo hallaba la soledad más profunda. La madre de las ausencias y las carencias. Esa soledad que ni permite rezar, pues en ella no hay cabida para ningún Dios …
El Cuentero se derrumbó sobre sus rodillas. Los recuerdos de sus mil vidas, ahora resultaban un peso excesivo para su organismo cansado y desgastado por esa vejez fortuita y repentina…
Vinieron a su mente, Eva… Su Madre… Magdalena…Emérita, Betsy, Esther, Diana, Lucy, Patricia…y Myriam. Todas con sus diferentes rostros, pero con el mismo aroma feromonal en sus pieles, y las mismas ojeras color promesa ¡¡Claro!! Siempre fueron la misma, sólo variaba su rostro para no ser conocida sino, reconocida.
*-Ella nunca vino. Todo fue una mentira. A ella la inventé yo…
En esas circunstancias, en ese instante, la mente del Cuentero había empezado a sufrir repentinos arrebatos de cordura selectiva. Seguía sumergido en esa vorágine de realidad delirante, pero por momentos sus recuerdos daban brincos cada vez más prolongados hacia la lucidez.
Había vivido mil vidas, miles de aventuras, y los recuerdos de todo ello estaban intactos, dentro de su cerebro. Allí estaban minuciosamente detallados, olores, texturas, sabores, sensaciones y sentimientos transcurridos. Las luchas, las lágrimas; las plumas blancas que aparecían inexplicablemente ¡¡Claro, las plumas!!
Entre sus mil vidas, en cada una de sus aventuras siempre ocurría un hecho por demás inquietante…como por arte de magia en algún momento aparecían plumas blancas.
Entonces el Cuentero reparó en que estaba desnudo, y que llevaba un armatoste sujeto a sus hombros por unas correas, y del cual sobresalían un par de largas varillas de las que se sujetaban algunas tiritas de papel blanco. El Cuentero se llevó las manos al rostro y lloró como un niño.
Los recuerdos cobraron ribetes de una nitidez tan vívida que casi eran palpables…
*-Estas ridículas alas las fabriqué yo hace mucho. Las hice con mis propias manos; con varillas de desechos y les fui pegando tiritas de papel para simular plumas. Con ellas me auto confeccioné la mentira de que yo podía volar…
La fantasía que su mente afiebrada le otorgara todo ese tiempo, ahora se desvanecía. Aquellas alas que otrora se le antojaron majestuosas, ahora se le presentaban tal cual: Un armatoste inútil, hecho de varillas de desecho, y con algunas tiritas de papel, que aún se mantenían tercamente pegadas.
Nunca vino Eva, nunca vino su madre, nunca vino Magdalena, ni Emérita, ni Betsy, ni Esther, ni Diana…ni Lucy…ni Patricia…tampoco Myriam.
Nunca hubo mil vidas, ni aventuras épicas. Quizás ni siquiera hubo tertulias con sus monólogos continuados…
Roto el hechizo de su delirante magia, el Cuentero supo que aquellas preciosas plumas blancas que hallaba en sus imaginarias aventuras, no eran más que las tiritas de papel que iban desprendiéndose de su armatoste…
*-Todo fue una mentira. Todo esto me lo inventé para hacer soportable mi soledad.
El Cuentero permaneció arrodillado, con ambas manos cubriéndose el rostro, sumiéndose entre la tristeza y la desesperanza. Su magia se había acabado ¿Cómo digerir la orfandad de razones para continuar la ruta que el destino le asignó?
Quizás fue solo un instante, quizás hubo transcurrido una eternidad… Quizás ya no había más lágrimas para derramar. Lentamente el Cuentero fue retirando sus manos liberando de a pocos su mirada. Entonces sus enrojecidos ojos se abrieron desmesuradamente y una amplia sonrisa cobró vida en él…
Frente a sí, entre sus rodillas, yacían un par de hermosas plumas blancas.
(Pieza única. Año 2013. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)