Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía.
(Derechos de autor, protegidos)
El anciano alquimista permanecía sentado frente a la mesa mientras sus delicadas manos, similares a la patas de un pajarillo, acariciaban un solitario trozo de pan frío y duro. Su mirada, paulatinamente fue tornándose vacía. Era evidente que uno de esos estados de inspiración repentina se estaba apoderando de él. Ensimismado en su trance, elevó sus manos con el pan asido entre sus largas uñas, como si se tratara de una ceremonia de ofrendas. Seguidamente trozo a trozo fue llevándoselo a la boca, mas no lo tragaba; se limitaba a hacer un enorme bolo alimenticio que apenas le cabía en la boca.
Poco a poco fue extrayendo la masa que había masticado y ensalivado, y con minuciosa devoción la fue usando para moldear con ella la figura de un ángel bebé.
Concluida su obra, el anciano alquimista la estrechó contra su pecho y lloró de alegría. Una de sus lágrimas cayó sobre el ángel de pan, entonces este cobró vida, convirtiéndose en una hermosa niña alada. Esta abrió los ojos, desplegó sus alas; le regaló una sonrisa, y emprendió vuelo en busca de sus propios cielos.
El anciano alquimista se quedó sin pan y sin ángel. Sólo con su soledad y el recuerdo de que sus manos de pajarillo, alguna vez estrecharon algo divino.
(Pieza única. Año 2014. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)